El hombre es un “animal” de cercanía, todo lo que signifique salirse de la proximidad se presenta como una abstracción insoportable. Nos equivocamos al pensar que la globalización nos iba a propiciar una mente más universal, más cosmopolita. A estos efectos da igual que se insista en la independencia objetiva de determinadas decisiones. El último coletazo sobre si la Selección debía visitar o no la Casa Rosada nos introduce, una vez más, en el mundo del sainete y la pandereta. ¿Alguien puede imaginar a la Selección francesa campeona del mundo debatiendo si visitar o no a Macron? Un presidente con un índice de popularidad por los suelos, con una extrema derecha mordiéndole la nuca, con una oposición de izquierda empoderada por su fortalecimiento en las últimas elecciones. Un país dividido, parcelado, con una sociedad quebrada por el racismo y la intolerancia; con un rechazo a lo supranacional, al mestizaje impulsado por las migraciones. Todo esto sumado al hecho de ser una Selección de “negritos” visitando al hombre blanco, con un ejército ultramontano de fondo de parlamentarios de extrema derecha ladrándole al oído. ¿Alguien puede creer en ese debate? Seguro que no. Nosotros sí.
Cómo no se puede comprender que no se entienda que alejar a la Selección Nacional de las instituciones es un fracaso de la democracia. De cada uno de nosotros. Si esta Selección decide por “neutralidad” ideológica no visitar a su Presidente, este o el que sea, manifiesta una indiferencia enorme por las instituciones, y una enorme victoria del odio y de los sectores reaccionarios de la política y de los medios hegemónicos involucionistas. Sabemos que una parte de la clase política está desprestigiada, pero vamos a darle un “empujoncito”, vamos a desprestigiarla un poco más. Profundicemos en la herida, disolviendo la distancia entre víctimas y verdugos, defendiendo el fraude informativo de enjambre de falsedades solicitando la necesidad de no “instrumentalizar” la victoria y la alegría de la gente. Como si este equipo Campeón del Mundo fuese una isla de náufragos, aislado de la realidad en un país reconocido como “cainita”, en el que se devoran unos a otros, en un sin vivir antropófago, que lo convierte en un páramo desolado habitado por un desasosiego desmesurado. Qué paradójico. “Yo no me meto en política, pero la política se mete en mí. Qué hago, cómo me la sacudo, si todos somos parte de ella”, decía el anciano poeta. La cuestión trasciende la política y la moral, y dice mucho sobre la naturaleza de la sociedad en que vivimos: esa tendencia a medirlo todo a partir del beneficio personal y la intencionalidad política.
La democracia no puede ensuciarse con la “instrumentalización”, dicen aquellos que pervierten a diario desde la justicia hasta las silobolsas el carácter democrático que instan defender. La Selección debió visitar a su Presidente. No al rostro presidencial, sino a la figura presidencial que la democracia representa. Esta democracia es de todos. De la Selección campeona del mundo también. Se abrió un precedente. Una vez más, volvió a ganar el odio.
(*) Exjugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979