Durante décadas, los brasileños veíamos los principales partidos de las Copas del Mundo con la narración de Galvão Bueno, el locutor número 1 de la poderosa Rede Globo. A lo largo de su carrera, fue el gran dinamizador de la rivalidad entre Brasil y Argentina. Fue el creador del eslogan: "¡Ganar está bien, pero ganarle a Argentina es mucho mejor!". El domingo, sin embargo, en el partido que sería su retiro en el mundial, sucedió algo diferente. Poco antes del inicio del partido, los jugadores argentinos y franceses calentaron en la cancha y el equipo de la Rede Globo realizó la transmisión inaugural desde un púlpito cerca del césped. Galvão vio acercarse a Messi y dijo, en voz muy alta: "¡Espectáculo!". El as escuchó, lo reconoció y lo saludó. En su twitter, Galvão registró: "¡¡Me mandó un gesto con la mano!! ¡¡Esta es mi foto del Mundial!!".

Durante el partido, Galvão asumió que, quizás por primera vez en su vida, estaba apoyando a la Argentina. ¿Cómo explicar este cambio de actitud? ¡Simple! Galvão, como decenas de millones de brasileños, se rindió ante la genialidad de Lionel Messi.

La historia nos tiene acostumbrados a tener encantadores jugadores vistiendo la camiseta de la selección brasileña. Nuestro orgullo nos permitió decir con la boca llena que teníamos a los mejores atletas del mundo en la mejor selección del mundo. Eso, si alguna vez fue cierto, dejó de serlo, y ha pasado un tiempo. Ronaldo Fenômeno, Ronaldinho, Rivaldo, Roberto Carlos, Cafu y hasta Kaká estuvieron en los palcos de Qatar para recordarnos que son parte de un pasado. Porque en los tiempos que corren, nuestra gran estrella, Neymar, alcanzó su punto máximo en Barcelona como ayudante de Messi.

Le pregunté a mi hijo Francisco (como el Papa), de 16 años, sobre las razones que lo llevaron a apoyar a la Argentina con tanto entusiasmo. Su respuesta fue la misma que la de mi gran amigo Irineu Franco Perpétuo, con quien comparto el amor por Maradona, el Che Guevara, Piazzolla y Borges: "Messi merecía ganar un Mundial".

Martín Granovsky relató en Página/12 su sorpresa con tantos amigos brasileños animando a la Argentina. Después de todo, ¿qué hizo la albiceleste para despertar tanta admiración y respeto, al punto de derretir nuestra histórica rivalidad futbolística?

Tiene razón Martín cuando dice que la seriedad argentina contaba puntos. También se alegra de intuir que la sobriedad de Messi y Scaloni ha hecho aún más flagrante la indulgencia de Neymar y Tite. No hay duda de que los muchachos argentinos de escasos recursos que no olvidan de dónde vienen estimularon nuestra simpatía, más aún cuando los brasileños de escasos recursos eligen hacer alarde de su riqueza comiendo carne bañada en oro. De hecho, yo diría que el único error de Martín en su artículo es creer que puede haber alguien más tucumano que Felipe Yapur. El resto es completamente exacto.

Creo que todos los brasileños, amantes del buen fútbol, ​​nos inclinamos ante una selección argentina que supo usar la destreza táctica para exaltar el poder mágico del jugador sudamericano. Un equipo que, bien entrenado, reafirmó que este continente alberga excelentes jugadores y aún es capaz de jugar el fútbol más hermoso. Y, si nosotros no fuimos los portadores de la esperanza (aunque a veces también supimos serlo), qué bueno que lo sean nuestros Hermanos.

Así que no fue nuestro berrinche contra Francia, responsable de experiencias oscuras como el 3-0 de 1998, lo que nos emocionó con los regates de Di María y las atajadas de Dibu Martínez. Tampoco fue nuestra dificultad de volver a vestir la camiseta amarilla de nuestra selección después de que fuera secuestrada por el bolsonarismo. Eso contó, pero no era lo principal. Lo que realmente contribuyó a la rendición de Brasil ante Argentina, lo resumió bien un meme de internet: “Ele Meressi”.

Por mi parte, siempre he apoyado a la Argentina. A los 10 años me enamoré de Maradona, como quien se enamora de su secuestrador. El amor empezó después de que le pasara el balón a Caniggia en el 1 a 0 de los octavos de final de aquel mundial Italia 90, eliminando a Brasil y haciéndome llorar por unas horas. Por eso, celebro que la profecía se haya cumplido, produciéndose el enlace perfecto entre los dos grandes zurdos de la historia reciente del fútbol: Maradona y Messi. Después de tantas derrotas, una serie de victorias siguieron a la muerte de Diego: contra Brasil en Maracaná, en la Copa América; ante Italia, en el mano a mano con el campeón de Europa; ante Francia, el temido campeón del mundo dirigido por ese genio que es Mbappé.

En el último juego de Messi, vimos un baile épico. Un partido que lo consagró como el más victorioso de los vencedores: el campeón del mundo y el jugador que más partidos mundiales ha disputado. Pero, para nosotros los brasileños, este partido también será recordado como aquel en el que Brasil se rindió ante Messi y Argentina. Un partido en el que celebramos juntos la belleza y la genialidad que son capaces de desdibujar fronteras y cumplir, al menos por unas horas, el sueño de la Patria Grande.

Y eso, por supuesto, acaba en el próximo superclásico.

* Periodista y escritor brasileño