Los campeones del mundo están en casa y cinco millones de personas salieron a las calles de la Ciudad de Buenos Aires para recibir a la Scaloneta. La alegría albiceleste se multiplicó en el Obelisco y la Plaza de Mayo, pero también se extendió al costado de las autopistas. "¡Están cada vez más cerca!", decían algunos optimistas cuando se confirmó que el micro abierto que llevaba a los jugadores había salido del predio de la AFA, en Ezeiza, poco después de las 11.30. Tenía prevista una llegada en micro al obelisco que finalmente fue por aire. "Avanza a paso de hombre", advería un vendedor que ofrecía camisetas de Messi, De Paul y Di María, gorros, banderas, pilusos y vuvuzelas. 

En pleno recorrido del micro, dos hinchas se arrojaron desde uno de los puentes que cruza la Ricchieri, entre Villa Celina y Villa Madero. Mientras que el primero cayó adentro del micro, donde estaban los jugadores, el segundo se golpeó contra la parte trasera y terminó en el asfalto. Otro herido continuó alentando a la selección desde la camilla. Luego del incidente el plantel se desvió hacia Parque Roca, en Villa Lugano, donde lo esperaban tres helicópteros. Finalmente, los campeones del mundo sobrevolaron la ciudad y regresaron al predio de la AFA antes de las 16.30.

Foto: Adrián Pérez.


Gracias por tanta alegría

Desde San Cristóbal, Ludmila, de 16 años, llegó caminando hasta la 9 de julio junto con su novio Nahuel y su tía Patricia. “Estoy llorando de la emoción, esto es un sueño cumplido”, cuenta la joven, con el Obelisco de fondo, y hace una pausa para cantar el himno de este mundial, con la letra adaptada después del infartante triunfo ante Francia en los penales: “Muchachos, ahora solo queda festejar, ya ganamos la tercera, ya somos campeón mundial...”. Ludmila dice que si tuviera a Messi y al resto de los jugadores cara a cara simplemente les diría: “Gracias por tanta alegría”. 

Varios chicos suben a los semáforos y mueven los abrazos como si estuvieran desafiando al viento. Iván, de 29 años, salió temprano de su casa en Solano (Quilmes). Envuelto en una bandera argentina que lo protege del sol del mediodía, tiene dibujada una sonrisa en la mirada. “El último mundial que ganamos yo ni existía, esto es una locura, una gran fiesta”, subraya y de pronto un canto comienza a sumar cada vez más voces y cuerpos en ebullición: “El que no salta es un inglés”. Betty, de 50 años, tiene pintada la bandera argentina en sus mejillas. Llegó al Obelisco con sus tres hijos de 28, 14 y 17. “Es una experiencia inolvidable porque uno lo vive en familia. Esto es lo mejor que nos pasó después del 86”, compara y formula un deseo: “Ojalá que siga esta emoción y que el país pueda salir adelante. Esta copa es un mimo merecido al país”.

Foto: Adrián Pérez.

Violeta, de 22 años, está jugando con su hija Sol, de 3 años. Viajó 700 kilómetros desde Bahía Blanca para ver a la Scaloneta. Está desde las 8 de la mañana. “Quiero ver a Messi y saludarlo porque es su último mundial”, explica y le agarra la manito a Sol, que tiene un racimo de rulos que forman como una pequeña copa mundial. Darío, 31 años, llegó al Obelisco desde Villa Crespo. “Como buen gallina que soy, lloré mucho porque se fue Gallardo de River, y banqué a la Selección desde el comienzo. Después del penal de Montiel me vine corriendo desde la Plaza Seeber hasta acá para cumplir la promesa que hice”. Darío tiene una botellita de agua, no trajo alcohol porque quiere disfrutar esta fiesta en las calles sin problemas, y camina hacia el puesto de Diego, otro hincha de River, a comprarle una hamburguesa. Diego, vendedor ambulante que vive en la villa de Retiro y tiene dos hijos, aprovechó el feriado para trabajar. Llegó a Roque Saenz Peña y Sarmiento a la 1 de la mañana. Trajo unas 400 hamburguesas para vender. Durante la final con Francia también trabajó. “Escuché el partido por la radio. Casi me muero de un infarto”, confiesa mientras da vuelta las hamburguesas en la parrilla y comenta que el domingo recaudó unos 350 mil pesos y que le quedaron unos 200 mil limpios.

Foto: Adrián Pérez.

Los festejos masivos por la tercera copa del Mundo serán recordados como la manifestación más grande hasta el momento de la historia argentina. Muchos jóvenes y adolescentes que cantaban, bailaban y agitaban a los demás a sumarse no habían nacido en 1986. Más allá de algunos incidentes, corridas y detenidos ya entrada la noche (ver aparte), las personas que resultaron heridas con politraumatismos fueron trasladadas a los hospitales Rivadavia, Fernández y Durand, según informó el SAME. Los 18 heridos, todos adultos, “se cayeron de techos y árboles, pero ninguno reviste gravedad”.

Vamos a ver a Messi

De pronto hay corridas en Diagonal Norte hacia la Plaza. “¡Vamos a ver a Messi, carajo!”, gritan varios. Un grupo de amigas lee que la caravana va hacia la Casa Rosada en una cuenta de Instagram. Todos y todas quieren ver a la Scaloneta y apuran el paso. “El que no alienta a Argentina para qué carajo vino”, cantan y saltan. Lautaro tiene 11 años y le pide a la Selección que sigan poniendo "las mismas ganas de jugar". "El Mundial fue una experiencia inolvidable que no voy a volver a tener hasta dentro de cuatro años, y no sé si jugará Messi”, expresa Lautaro, que llegó desde Villa Bosch, junto a su mamá. 

Del otro lado del vallado, a la altura del balcón de la Casa Rosada, un carro hidrante empieza a manguerear a la gente. “¡Tirá más fuerte, la puta que te parió!”, cantan los que están más atrás y no reciben el alivio tan necesario, cuando el termómetro marca un poco más de treinta grados. El agua refresca y enciende los ánimos: cuanto más se mojan, cantan más fuerte “el que no salta es un inglés”.

Foto: Adrián Pérez.

La pasión por la Selección combina dosis de picardía. “Metan panza que entramos todos”, dice un joven desde atrás y luego levanta los brazos al cielo y exclama: “Esto es para Diego que lo mira desde el cielo”. Emanuel salió el lunes a la noche desde Mar del Plata con un grupo de amigos y llegó a Buenos Aires durante la madrugada. Alguien avisa que el micro está por Ciudad Evita y Emanuel dictamina: “vamos a morfar algo y después volvemos”. 

El ambiente se tensa cuando muchos se suben a cantar al vallado. “Que se bajen todos, que no quede ni uno solo”, les piden cantando. Cada vez se trepan más al vallado y aumenta el enojo muchos que buscan evitar que haya desmanes y represión. Algunos arrojan botellas de agua vacías contra los que están en lo alto. “Si Messi sale al balcón, no lo vamos a ver”, grita uno que trata de calmar los ánimos y pide que “no le tiren botellas a los pibes”. Emily, de 24 años, estuvo primero en el Obelisco y cuando se enteró de que el micro no pasaría por la 9 de Julio se acercó hasta la plaza junto a su primo Elián. “Nunca imaginé vivir algo tan maravilloso, la felicidad en las calles, la gente festejando”, resume la joven que vive en Polvorines.

La magia de los helicópteros

Los que están más próximos al vallado miran la pantalla y avisan que la selección va a llegar a la Rosada en helicópteros. Cada vez más gente se acerca a la Plaza y empujan para entrar. “Esto es el sauna de la felicidad”, bromea un pibe cerca de las tres de la tarde, cuando el calor y el sudor se mezclan con las expectativas. El carro hidratante desparrama una vez más el maná indispensable para seguir soportando la espera. Un helicóptero atraviesa la plaza por encima del Banco Nación y despierta la duda de muchos: ¿son los campeones o la policía? Algunos saludan y cantan eso de que “ahora nos volvimos a ilusionar”... Tres amigos de La Plata, Juan Guillermo, Valentín y Mauro, están desde las 4 de la madrugada esperando a la selección. De a ratos cantan y se fastidian con los que continúan subidos al vallado. No quieren que “tres tarados” desaten la represión. El segundo helicóptero enloquece a la gente, que canta, salta y lo saluda. “Parece que aterriza en la Rosada”, anuncia uno de los pibes cuando el helicóptero se pierde detrás de la casa de gobierno.

Unos chicos de Florencio Varela despliegan una bandera de Defensa y Justicia, verde y amarilla, y muchos piden que bajen el trapo porque impide ver el balcón por donde aparecerá Messi y el resto de los jugadores. “Son brasileros la puta que te parió”, cantan y se quejan varios. Entonces llega la noticia que nadie deseaba escuchar: el helicóptero volvió a Ezeiza. No habrá balcón con el equipo que se consagró campeón del Mundo en Qatar 2022. Muchos se trepan al vallado y cantan como si la Selección estuviera por asomarse al balcón. El resto emprende la retirada con el sabor amargo de lo que pudo ser y no fue. No hay enojo, más bien impera una decepción amortiguada por una felicidad superior, más fuerte que cualquier contratiempo. Las calles alrededor de la Plaza son un cementerio de latas de cerveza, botellas y basura; los restos materiales de una locura nunca vista.