Soy una persona trans. No estoy a la moda y tampoco lo está mi identidad. Nunca ha sido tan evidente lo poco “fashion” que es ser quien soy. Durante las últimas dos semanas hemos visto ataques lanzados por parte de la prensa a la comunidad lgbt. En Estados Unidos el nuevo presidente electo está aterrorizando a la comunidad lgbt con sus declaraciones y una ola de crímenes de odio está siendo perpetrada por gente que lo ha acompañado en las urnas. Y sin embargo, el hecho de ser trans es representado en los medios como una moda pasajera. Y no, por supuesto que no se trata de “una fase”.
Mi historia personal no se ha salvado de los sentimientos de intolerancia y anti-lgbti. Entre 2013 y 2014 transicioné para vivir como soy. Me fue bastante bien, más allá de algunas agresiones menores, que en general son interpretadas como “daños colaterales” que debe enfrentar alguien que se asume como trans. Esto incluye que te llamen “freak”, que te digan que no podés usar ciertos baños, que te recalquen que sos un hombre, perder amigos y familiares y que te nombren con los pronombres equivocados insistentemente. Como decía, “daños colaterales”.
Al comienzo de mi adolescencia intenté ser yo misma. Y también en ese momento le llamaron “freak”. Me han dicho que era un ser desagradable, fui atacada tanto en la escuela como en la calle. En ese momento no me refería a este proceso como transición, en lugar de eso decía que estaba aprendiendo a aceptarme. Pero todos me habían conocido con mi identidad anterior y se esforzaron por hacérmelo saber en todo momento. No logré ser yo misma en ese entonces, ni logré sentirme aceptada o contenida. Mi vida había estado llena de abusos por ser percibida como gay y me han gritado siempre “maricón”, porque cuando la gente te odia lo más común es que no mida qué lenguaje usa para denigrarte. No transicioné, me paralicé. Pretendí estar bien ante todo el mundo. Y creí que con el tiempo podría modificar las opiniones de los demás sobre mi identidad. Mi identidad no parecía ser un asunto mío. Y fue por estos pensamientos y por estas certezas que intenté suicidarme. Dos veces. Pensaba que podría perder a todos mis amigos, a mi familia, que tenía más probabilidades de ser asesinada, que no podía ser la persona que otros habían decidido que debía ser. Fue por todo esto que decidí hacerme daño a mí misma.
Finalmente hice la transición. Mucho tiempo después de ese traumático periodo de mi adolescencia logré dejar de pensar en lastimarme y también dejar de prestar atención a lo que el resto de la gente pensara sobre mi identidad. Es importante recordar estas cosas. Muchas personas como yo se ven forzadas a tomar una decisión muy terrible: no transicionar y sufrir (luchar y rendirse) o transicionar y sufrir (luchar y ser asesinados porque no se rindieron).
Casi el 90 por ciento de las personas trans jóvenes han pensado en suicidarse. Una de cada cuatro lo concreta. No es porque no nos guste el hecho de ser trans, es porque a todos los demás les disgusta que lo seamos. Quise terminar con mi vida en un momento pero eso no va a volver a pasar. El mundo me ha golpeado por ser trans en el pasado y lo va a seguir haciendo pero no van a quitarme mi identidad nuevamente.
El mundo no es un lugar seguro para las personas trans y me temo que se está volviendo cada vez más peligroso. Ha habido noticias de que la noche posterior al triunfo de Donald Trump ocho personas trans se suicidaron. Me temo que muchas personas trans por miedo a la violencia se verán obligadas a esconder su identidad. Las personas trans necesitamos apoyo. Las organizaciones están comenzando a tomar nota de esto y dependerá también de ellas que los engranajes empiecen a girar. Incluso hay grandes empresas que en los últimos años han podido ver los beneficios de generar un ambiente inclusivo y nuestras escuelas también han empezado a darse cuenta de que la inclusión sin excepciones es una responsabilidad de todos, independientemente de la identidad de género.
*The Independent