PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Mientras un equipo de 98 diplomáticos británicos está lidiando con la primera fase de la negociación con la Unión Europea por el Brexit, el ministro de finanzas, el “soft brexit” Phillipp Hammond, declara que hay una campaña interna en su contra y el ministro para el Brexit, David Davis, en las antípodas de Hammond, es acusado de “vago”, “narcisista”, “sapo” y “payaso entreguista” por sus propios compañeros de ruta.
Ayer, con la escasa autoridad que le queda luego de las últimas elecciones, la primera ministra Theresa May procuró neutralizar este espectáculo interno poco edificante de chismes mediáticos, acusaciones, complots y venganzas. En la reunión matutina de gabinete May exigió que terminasen las filtraciones a la prensa y advirtió que la única alternativa a su mandato, es una convocatoria a nuevas elecciones que terminaría con el laborista Jeremy Corbyn en 10 Downing Street. “Tenemos que mostrar entereza y unidad como país y eso empieza en este gabinete”, dijo May.
Nadie parece muy dispuesto a oírla. En un par de días la prensa sacó en primera plana que Hammond había dicho en una reunión de gabinete que se oponía a eliminar el techo del 1% para los empleados públicos -una de las razones de la excelente elección de Corbyn que aumentó el número de escaños laboristas por primera vez desde 1997 -y que había expresado entre sus argumentos para la restricción salarial que “hasta una mujer puede manejar un tren” (algo que aparentemente descalificaría el incremento de un maquinista porque si lo puede hacer una mujer, ¿cómo se le va a pagar más?)
Hammond desmintió categóricamente a la BBC haber hablado de mujeres y trenes, pero reafirmó sus argumentos sobre el techo para los salarios públicos porque los “jubilados estatales reciben mejor jubilación que los privados”. Si con eso intentaba apaciguar el frente interno conservador, se equivocaba. La realidad es que la barca muestra tantos agujeros que ni siquiera se pueden simplificar como una pelea de Hard Brexit (separación tajante de la UE) versus Soft Brexit (mantener el máximo vínculo posible con el bloque europeo). Por momentos, es todos contra todos.
La desconfianza generalizada, alimento infalible de tantos complots, es palpable. El ex asesor del ministro de Medio Ambiente Michael Gove, y alma mater de la campaña del Brexit, Dominic Cummings, acusó por Twitter a David Davis de “haber sido manufacturado al detalle como el perfecto títere que venderá al mejor postor el Brexit que votaron los británicos”.
El titiritero de Davis sería, en esta versión de las cosas, James Heywood, el secretario de gabinete, prestigioso e influyente cargo máximo de la Administración Pública que se desempeña como asesor de la primer ministro. No conforme con esta acusación Cummings señaló que Davis era tan “espeso como la carne picada, vago como un sapo y vanidoso como un Narciso”. La sorpresa no es solo el vocabulario sino que Cummings y Davis hicieron campaña juntos por el Brexit en el referendo del año pasado: se suponía que eran compañeros de ruta.
La pérdida de la mayoría parlamentaria y el vertiginoso ocaso de la estrella política de May abrió una caja de pandora de la que están saliendo una impredecible galería de alianzas y divisiones (y, aparentemente, de sapos y narcisos). La ministra del Interior Amber Rudd exhortó a Theresa May a que en la negociación con la UE priorice “la economía, el trabajo y un aterrizaje suave”, todos temas que destacan los “soft Brexit”.
Nadie se hubiera atrevido a decir esto por la libre antes de las elecciones del 8 de junio. Hoy cada ministro vocea su opinión sobre la dirección que debe tomar un gobierno que parece no tener una idea muy clara de quién está al volante y cuál es el punto de destino. En el parlamento surgen alianzas impensadas entre anti-europeístas como Michael Gove y pro-europeístas como el ex ministro de economía e interior conservador, Ken Clarke, para que el comité de finanzas sea presidido por una “soft brexit”, Nicky Morgan, en vez del “hard Brexit” Jacob Ree-Mogg, un diputado con acento tan aristocrático que parece una caricatura de sí mismo. Con un tono más plebeyo Morgan se apuró a plantar bandera. “No hay manera de lograr un Brexit indoloro. El impacto se va a sentir durante décadas”, señaló.
Theresa May tiene la consistencia de una marioneta en medio de un vendaval. Ayer recibió el el apoyo de Charles Walker, vicedirector del Comité 1922, que congrega a los diputados conservadores. “El Partido está unido detrás de la primer ministro. Cuenta con nuestro apoyo para echar a los ministros que no están enfocados en su trabajo sino en sus ambiciones personales”, dijo Walker. ¿Qué más podía pedir May? Que al mismo tiempo no estuviera circulando entre los diputados del Comité 1922 una carta de no confianza en su liderazgo para activar una elección interna que la desplace como primer ministro.
El final este jueves de la primera ronda de negociaciones con la UE y, sobre todo, el comienzo del receso parlamentario de verano, tienen algo de campana que salva a May del knock-out, pero ni siquiera las normalmente apacibles semanas políticas que van de fines de julio a mediados de septiembre, prometen una paz segura.
A May la sostiene el peligro de una victoria de Corbyn y la debilita el estado de la economía. En los últimos sondeos Corbyn le saca seis puntos, algo que resultaba inimaginable antes de que May convocara a elecciones anticipadas en abril. En una entrevista la semana pasada con la BBC, May reconoció que derramó una lágrima al conocer las bocas de urna que anticiparon el rotundo fracaso de su apuesta política para lograr una mayoría parlamentaria amplia de cara a las negociaciones del Brexit. Como van las cosas, no parece que sea la última lágrima que derramará la aún hoy, pero quién sabe por cuánto tiempo, primera ministra.