Más de la mitad de les niñes de nuestro país vive por debajo de la línea de pobreza y es probable que reciban poco y nada, pero no hay dudas de que un juguete es, junto con el contenido multimedia de las pantallas, “el gran consumo cultural, un dispositivo social que carga con un montón de sentidos para las infancias”. Lo dice la doctora Débora Imhoff, directora del Programa de Socialización, Género y Diversidad del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIPSI) del Conicet.
En nuestras latitudes, la discusión tiene además clivaje de género. Hay un mensaje, un contenido, que se transmite en los juguetes que se regalan. “En algunos sectores se empieza a problematizar cuáles son los estereotipos sexistas que transmiten. Acá aparece una gran organización social de legitimación del binarismo sexogenérico, no menor. Además, se transmite una visión normativa, porque los juguetes refieren a familias hetero, cis, en general nucleares, de clase media, blancas. Los roles y expectativas sociales vinculados con cada identidad de género sería otro elemento a considerar: femenino/ masculino, varón/mujer, porque las otras identidades están obturadas, no está todo el abanico de posibilidades”.
Para algunos sectores, los juguetes tienen que ser neutrales. “Es imposible que sean ascépticos, que no haya una visión de mundo”, señala Imhoff. “El asunto es qué mensaje transmiten”. La idea de que les niñes puedan elegir libremente parece ingenua. “Es muy naif, ya que la cultura genera condiciones de posibilidad para la libertad, pero también condiciones de sujeción. Lo que tenemos que intentar es transmitir contenidos cada vez más equitativos, igualitarios, libres de prejuicios, con menos estereotipos y bancándonos la tensión” entre una cultura que recibe nueves integrantes y ese margen que permita la creatividad y, en definitiva, la modificación de la sociedad”.
La investigadora cordobesa asegura que nos debemos una reflexión sobre “qué competencias estimula un juguete y cómo se distribuye entre niños y niñas. Los bloquecitos propician la inteligencia espacial y, si se estimula su uso sexogenérico, va a suceder de manera diferencial. ¿Significa que las nenas están genéticamente menos preparadas para trabajos o roles sociales vinculados a la construcción? Es muy difícil sostenerlo. No sólo debemos analizar el mensaje de cada juguete, sino la habilidad del desarrollo integral infantil que se estimula. Nos interpela la reflexión sobre los estereotipos por razones éticas: juguetes sexistas que sustentan desigualdades, promueven y legitiman roles y expectativas sociales limitantes, sobre todo para mujeres y niñas, y dan lugar a prácticas discriminatorias tanto de la nena que juega a la pelota como del nene que juega con muñecas. También debemos pensar en razones prácticas: el impacto que provoca que luego haya varones adultos que no aprendieron a cuidar, a limpiar, a expresar sus emociones, o el de mujeres que no tuvieron oportunidades para desarrollar sus competencias digitales, por ejemplo. Un capítulo aparte son el maquillaje y los tacos para las niñas, que deben encajar con los cánones de la belleza hegemónica. Las pieles son siempre caucásicas, casi no hay muñecas o muñecos marrones o negros, con rasgos indígenas o con discapacidad. Pocos superhéroes tienen perspectiva diversa. Hace falta, además del debate público, una política de Estado que incida sobre ese sector de la economía, sobre los medios públicos y sobre las escuelas”.
Para la docente, artista y feminista Rosana Linari, residente en Puerto Madryn, y para otres integrantes del Proyecto Espanto, “la sexualización de los regalos para las niñeces siempre responde a mandatos crueles, aunque sea sin intención, ya que impone límites al mundo lúdico de la infancia, determinando quién juega, cuándo y con qué”. Una de sus implicancias es que “esta elección de regalos va contra la naturaleza del juego, donde deberían reinar la libertad material e imaginaria, para ser lo que se desea. El gran desafío es desaprender esos mandatos”.
Nancy Celáyez, diplomada en Género y diversidad por la Universidad del Aconcagua, concuerda en que “éstos son días de presentes y es interesante escudriñar todo lo dado con relación al género, cuestionando y revisando la posición de la mujer, la masculinidad y la forma en que la publicidad y el mercado ligan juegos y colores (rosa y celeste) a los estereotipos. Ojalá con Papá Noel se dé un salto de conciencia y nos despeguemos de los símbolos cristalizados y esa especie de horror que sentimos cuando a un varón le divierte jugar con una sirenita o a una nena patear una pelota”.