Imposible pensar esta mesa navideña escindida del desborde mundialista. Espiritualmente estoy subida a un semáforo. Me quedan dos neuronas aprox que solo sirven para repetir en loop muchaaaachooos y escrollear memes de Scaloni.
Quién hubiese dicho que yo, que siempre dije que me costaba tanto conectar con el universo paki del fútbol de chongos, terminé fantaseando con que algún jugador de Villa Dálmine me haga su señora y que tengamos un hijo que se llame THIAGO, Valentín o MÍA. Estoy para salir a militar la monogamia y alentar a la selección de cricket de Bangladesh. La puta que vale la pena estar vivo.
Durante un mes nos juntamos con nuestrxs amigxs para elegir creer que frizzar el nombre del arquero holandés iba a contribuir con el desempeño de nuestros chicos. A agitar cada partido al borde de un infarto de miocardio (sin cambiar de lugares en el sillón, por favor). Y ahora toca, para muchxs, pasar por el calvario de compartir “las fiestas” con la familia institucional. Con tu cuñado votante de Espert que estudió en la UADE pero quiere que los venezolanos paguen por ir a la UBA. Con ese tío con aspiraciones de entrepreneur, que te quiere enganchar en el telar de la abundancia de las criptomonedas y las start-ups, y se tatuó una frase de Steve Jobs en el brazo. O con la abuela, que cuando le decís que sos vegetariana igualmente te pregunta incrédula: “¿pero atún igual no comés?” “No abuela, solo como verduras”. “¿Eso es porque estás medio gordita, ¿no?” Ay abuela. A vos sí te quiero. Vos me podés. A vos te perdono todo. Aunque no pares de decirme que el hijo de Leuco te parece tan inteligente y buen mozo.
Año Nuevo todavía conserva cierta cualidad pagana, pero Navidad sigue firme en su rigidez religiosa. Hay quienes pueden eyectarse de este escenario, hacer face un ratito y enfilar para la casa de una amiga con una Sidra La Farruca en la mano y un tapper con ensalada rusa en la otra. Pero también hay otrxs que no quieren poner mal a la nona pegando el faltazo; o que están dispuestxs a hacerle frente al gorilaje anecdótico para compartir una noche con los sobrinos tirando bombuchas. Porque tampoco hay que regalar todos los espacios. A veces también es válido querer dar la batalla desde adentro y disputar los comentarios gordofóbicos cuando abrís un Mantecol.
Sea cuál fuese el contexto, ¿hay otra forma posible de atravesar este momento sin fingir demencia o evadiéndose de la realidad? ¿No pueden las drogas recreativas ser una estrategia de reducción de daños posible para surfear exitosamente el cumpleaños del niñito Jesús? ¿Podemos pasar una navidad feliz donde compartamos un lindo faso trasgeneracional y bailemos Leo Mattioli en el patio de la abuela? (Las disputas sobre la repartición del terreno quedarán para otro evento). ¿Cuál es la diferencia entre eso y bajarse un tubo de tinto?
Placer ¿por qué no?
“Drogas, ¿para qué?”, era el slógan de una famosa campaña noventera de TV para “educar” sobre el flagelo de los estupefacientes. Unos adolescentes están en ronda. Se pasan una Coca, se pasan una Sprite, se giran un sánguche de milanesa y, luego, un porro. “¿Te prendés?”, le dice un chico caracterizado como un delincuente juvenil a Fleco, un dibujo animado de un pibe rubio con gorrita para atrás, unos piercings cancheros y una actitud cool. Fleco se niega. El otro tira una frase que ahora es un meme: “¡Dale ratón!, si acá no te ve tu papito”. En otro clip similar, un doctor le cuenta a Fleco que el éxtasis lleva a la muete súbita y lo que es peor: hace que no se te pare el pito. “Es la droga del papelón”, le dice. Parece que no hay más disuasivo para no probarlo que poner en juego la virilidad.
Esta campaña, como tantas otras similares que surgieron a finales de los 90’s y principios de los 2000, operó como un dispositivo para reforzar la narrativa del pánico moral hacia las drogas. El discurso: eran la causa de todos los males de la juventud, un flagelo, una peste que estaba exterminando al futuro de la nación. Una perdición degradante y avergonzante, para gente débil de mente, improductivo -para el sistema capitalista-; alguien que no puede lidiar con la realidad, como sí lo haría alguien adulto y responsable.
Y, por supuesto, algo de “villeros”, con toda la connotación estigmatizante que acarrea esa palabra. “La gente que se droga busca placer fácil”, era una de las máximas de este paradigma. Desde esta perspectiva meritócrata y cuasi religiosa, el placer era un premio que había que ganarse tras un largo camino esfuerzo y disciplina. En ese contexto de oscurantismo, rigor y pánico colectivo a que los adolescentes exploren su propio placer, con “el fantasma del sida” siempre rondando, hablar de drogas era uno de los mayores tabúes. Resistirse a la tentación y abstenerse del consumo era la única práctica posible para no caer en el espiral de la decadencia. La peor de todas: el porro, que era “la puerta de entrada” a las “drogas duras”.
Sin embargo, el espíritu represivo y vigilante de esos spots moralistas y esa bajada de línea abstencionista volvió a verse durante los festejos mundialistas. Mientras cinco millones de personas salieron de sus casas para recibir a los héroes de Qatar 2022 en la fiesta popular más masiva, exultante, cachonda e histórica del país, como siempre, hubo quienes quisieron derramar una sombra de sospecha frente a la felicidad del pueblo. Otra vez el discurso meritócrata: la celebración se tiene que hacer tra-ba-jan-do.
Después de años donde la precarización laboral golpeó como una piña al poder adquisitivo salarial, las condiciones de existencia material se hicieron casi invivibles, con una hostilidad climática cada vez más fuerte, y lo que implicó la salida de la pandemia, para estas voces de la superioridad moral no nos merecemos ni 24 horas de alegría. Hay que seguir produciendo a destajo.
“¡Bienvenidos, Campeones del Mundo! Recibamos a Messi y a la Selección con los valores que compartimos con ellos: los del esfuerzo y el trabajo. #YoFestejoTrabajando”, puso Patricia Bullrich en su Twitter. Nuevamente: la vulgaridad frente a la civilización. “Honremos a nuesta camiseta de la mejor forma que sabemos, trabajando”, compartió en las redes la Cámara de Comercio e Industria de Santiago del Estero.
Parece que dentro de este criterio patronal, no es inmoral que Macri haya estado viendo todos los partidos del mundial en Qatar, como lo hicieron tantos otros empresarios que arengan que la clase obrera siga laburando. La narrativa: el placer fácil y popular es condenable, tranforma a la masa en simios descontrolados. La Scaloneta ganó porque se esforzó de forma disciplinada. El topo gigio de Messi fue un percance maradoniano (maradoniano=de villero). Una vulgaridad que tapó, por un momento, al héroe.
Sin embargo, en los hechos, la celebración demostró lo contrario. La gente tomó vino, cerveza, fumó PORRO -¡como OTAMENDI!-, bailó cumbia, tocó el bombo; se materializó la necesidad de hermanarnos, de sentirnos parte de algo más grande, más gozoso, más placentero. Un 20 de diciembre vimos pasar un helicóptero sobrevolando la Plaza de Mayo, a casi 20 años del funesto 2001, y esta vez lo recibimos de brazos abiertos, como en un giro circular poético que solo puede pasar en Argentina. Un augurio de una alegría merecida, de que podemos estar un poco mejor. Transitamos las calles y volvimos felices. Salimos campeones. Inmediatamente, tras este momento de liberación de tensiones en forma de espuma, banderas, murga, chapes arriba de un semáforo y postales que quedarán para el recuerdo, -como la familia que convirtió la chata en una pelopincho andante-, surgieron los: “Miren cómo dejaron los vándalos el obelisco”; “miren la basura en las calles”; “Miren a los inadaptados, como dejaron todo”: los diarios alineados con estos sectores que se aferran a sus privilegios de clase no pudieron resistirse a subir notas de estas caractéristicas. Civilización o barbarie. Honradez y productividad o pan y circo. Orden y progreso o el opio de los pueblos.
La alegría no es sólo callejera
La Copa del Mundo nos dejó envalentonadas y vulgares. Ahora, tu tío no es el único que se arroga la potestad de hablar de fútbol; vos ya sabés hasta la carta astral de Julián Álvarez (es de acuario). Esta vez, él no va a decir que son todos unos putos, si hasta ellos mismos se dejan mensajitos de amor en sus respectivos Instagrams, con emojis de caritas enamoradas. Ese tío ya no va a decir que son todos unos muertos, como mencionó anteriormente de tantos otros jugadores (como Messi, qué panqueque); ¡si hasta el Dibu habló de sus miedos e inseguridades, que elabora en terapia! (Su psicólogo es el jugador número 12). En la mariquería, la sensibilidad, la amorosidad, la vibra feliz de viaje de egresados, el no porongueo egocéntrico a lo Cristiano Ronaldo (otro pesado) y la vulnerabilidad, nuestros chicos se hicieron enormes. Una amiga me dijo que los romanos, antes de ir a la guerra, “hacían el amor”(SIC) como una estrategia para crear sensación de unión de grupo. Una chica me comentó en Instagram: “las batallas más duras que ganan con ternura”.
Este festejo al borde del desborde nos invitó a expandir los límites de lo gozoso frente a lo moralmente correcto y pacato. A innovar en las prácticas celebratorias. A revolear la camiseta y, por qué no, prenderse un churro con la tía en nochebuena. Esta atmósfera de estudiantes en el día de la primavera no se va a terminar el 20 de dicimbre; sino que nos invita a seguir subidos a la Scaloneta del sabor para seguir ampliando nuestro deseo frente a las voces que construyen el placer popular como algo inmoral.
Brenda tiene 28 años y consume cannabis regularmente. Cuando su abuelo tenía por primera vez 72 años, se animó por primera vez a comer un brownie con marihuana que ella le había preparado. “Vino a reportarnos lo que sentía, a mí mamá y a mí. Dijo que estaba relajado y gracioso. Yo también estaba volada, así que nos reíamos juntos. Contó historias, cocinó, jugó con mi hermanito, todo con un buen humor poco característico. Después de eso, se volvió un evento semi recurrente”, recuerda. “En su cumpleaños, en el mío, navidad o fiestas familiares. Notoriamente, una vez alquilamos una quinta y se juntó toda la familia. Mí abuelo comió los brownies y yo le ofrecí al resto. Mis primxs de 30, tías de 40 y tías abuelas de 60 también. Las risas y los chistes empezaron. Lxs más grandes se sacaron fotos, algo que nunca quieren, en distintas poses. No hubo ninguna tensión por discusiones políticas. Mi mamá dijo que nunca lxs había visto tan felices”.
¿Cómo se vivió en la familia la recepción de esta nueva tradición? ¿Hubo tabúes?
La recepción fue buena, salvo una tía que se rehusó a comer brownies, dijo que no necesitaba drogas porque tenía a dios y se rió de mi abuelo por ser un "viejo falopero".
Florencia tiene fibrosis quística y comenzó a ser usuaria de cannabis a los 16 años. Eventualmente, se lo contó a su mamá: “Le empecé a mostrar artículos sobre los beneficios del cannabis y como también sus propiedades eran buenas para la FQ. A partir de eso, se abrió un mundo nuevo a nivel familiar vincular. Mi vieja empezó a fumar con sus amigues, a comer brownie conmigo, a pensar a la marihuana como un agente no solo recreativo, sino también medicinal.
¿Cómo hicieron para trascender los tabúes alrededor del uso de cannabis?
En relación a los tabúes, rápidamente desaparecieron con buena información. También al empezar a consumirla ella, darse cuenta de sus efectos y desde ahí también des-demonizarla. Cosa que mi viejo nunca pudo. A pesar de eso, sabe que consumimos y no dice nada, pero tiene mucho prejuicio. Claramente es falta de información y negación a informarse. Por eso valoro mucho la apertura que tuvo mi vieja a la hora de escucharme, informarse, probar y comprender. Incluso ahora tiene un grupo con sus amigas que se llama "las brownies", en referencia a los brownies que cocino yo, sus amigas se hicieron fans.
María Pilar comenzó a compartir porro con el hermano cuando eran adolescentes. Ella tenía 25 y él 18. “El porro fue algo que nos ayudó a romper esa distancia y acercarnos, no sólo en nuestra intimidad sino también con grupos de amigxs. El compartir se hizo extensivo a invitarnos a eventos, rancheadas, vacaciones. Siento que pude subsanar una relación fundamental con mi hermano a través del porro y hoy en día, si bien seguimos fumando, juntes, también hacemos otras cosas, como ser parte de la misma cooperativa”, afirma. “Hace cinco años aproximadamente fumé mi primer porro con mi mamá, el primer porro de su vida”, comenta, “ella nunca se convirtió en fumadora de cannabis, pero a partir de mi curiosidad y mi consumo abierto y sin tabúes, ella es una persona que replica el estar a favor del autocultivo y la marihuana para usos medicinales incluyendo en el uso para la salud, lo recreativo. La recreación también es salud”.
Tal vez esta mesa mundialista navideña, exultante de felicidad trasgeneracional sea lo único que pueda enmandar, al menos por unas horas, ciertas fracturas familiares. Demostrar que la alegría popular también es un derecho ganado. Generar nuevas conexiones colectivas a partir del placer, que siempre fue tan condenado. Compartir experiencias felices, reírse un rato, hacer payasadas, aprovechar el bajón, que hace que cualquier comida sea más rica. Disputar la pacatería moralizante y condenatora. Ser campeones en no contener nuetra vulgaridad. Sean eternos los laureles y las flores que supimos conseguir. Y si alguna voz de la moral se atreve a objetar esta alegría: andá pa’lla, bobo.