Que el neoliberalismo no es una moda pasajera que puede fácilmente ser superada por el propio devenir de la historia, lo demuestra el que, salvando contadas excepciones, desde su emergencia en la década del ´70 no ha cesado de expandirse a escala mundial. Si en los tiempos de su rudimentaria aparición, su despliegue precisaba del antecedente inmediato de una profunda crisis económica y de un desmesurado uso de la violencia que aniquilara la resistencia, en los días que corren cuenta con un sorprendente apoyo social que inhibe el accionar de sus opositores y genera los mecanismos para su propia reproducción. Hacer una crítica del neoliberalismo exige, por ello, no solamente denunciar las consecuencias negativas de sus políticas, sino comprender los principios efectivos que las articulan, que encuentran en los distintos medios de comunicación, además de un canal de difusión, el ámbito propicio para su emergencia.
La política moderna, tal como lo reveló Foucault, se fundó en la capacidad de hacer surgir, en el seno del pueblo, a la población, en el sentido biológico del término. Bajo la premisa de “hacer vivir”, el Estado fue asumiendo una inmensa cantidad de funciones que hasta entonces concernían a la esfera privada, lo que permitió incrementar su capacidad de dominio. Las medidas tomadas por el neoliberalismo, empero, como la eliminación de la entrega de medicamentos, la disminución del poder adquisitivo del salario o la suba de la edad jubilatoria, no logran ser explicadas por ese dispositivo de poder, porque en ningún caso se rigen según la premisa de la defensa de la vida. ¿Cuál es, entonces, el principio que las articula?
La captura de la vida por parte del poder se correspondió con el desplazamiento temporal de la pregunta que lo fundamenta, desde el “¿qué pasó?” del modelo jurídico hasta el “¿qué está sucediendo?” de la vigilancia. Ahora bien, el desarrollo del poder contemporáneo se caracteriza por haber trasladado esa interrogación hacia el futuro, haciendo que aquello sobre lo que se ejerce el poder deje de ser un elemento real (pasado o presente) para convertirse en una virtualidad. Esto hace que la vida deje de ser el blanco inmediato sobre el que se ejerce el dominio, asumiendo, desde entonces, la imagen esa posición central. Si esto es así, puede postularse que el desarrollo de las nuevas tecnologías en los últimos años se explica por la imbricación entre la imagen virtual y el dispositivo de poder, que busca la proyección de determinadas imágenes para controlar los virtuales comportamientos, haciendo nacer, de este modo, una nueva tecnología de poder: la virtuopolítica.
Así como la economía logró emancipar al producto tanto de su valor de uso como de su valor de cambio, generando una imagen que configurara la propia subjetividad del consumidor, la política entró paulatinamente en un proceso en el que la imagen comenzó a ocupar el lugar de la vida como fundamento de sus acciones, al punto que hoy gobernar significa hacerlo por y para la imagen. Esto puede apreciarse con claridad en las recomendaciones brindadas por Jaime Durán Barba a los candidatos de la Alianza Cambiemos para las próximas elecciones, que van desde el color de la ropa que deben usar hasta la forma en la que deben ser fotografiados en los timbreos, centrándose, para sus apariciones en los programas televisivos, en los gestos que debe asumir el rostro, en detrimento del contenido de sus enunciaciones, que no necesitan responder ni a las acusaciones de los opositores ni a las preguntas de los periodistas.
Pero si la política, en tanto que orientada hacia la imagen, deviene virtuopolítica, el neoliberalismo es el sistema que funda el valor de la imagen en la restricción de su acceso, permitiendo el despliegue de una modalidad de dominio que hace coincidir la reproducción de la imagen con un incremento de la desigualdad social. Así, la desocupación valoriza la imagen del trabajo, la disminución en la entrega de medicamentos, la imagen de la salud y la suba de la edad jubilatoria, la imagen del ocio. Por eso, para derrotar al neoliberalismo resulta indispensable desmontar los engranajes que lo ligan a la valoración de la imagen por la restricción, produciendo a su vez imágenes alternativas que encuentren su valor en la expresión de la igualdad. Sólo así se podrán reconquistar los derechos sociales avasallados, impidiendo, al mismo tiempo, que sus frutos terminen canalizados hacia el enriquecimiento de los sectores que hace décadas convirtieron la imagen en el fundamento de la explotación.
* Sociólogo y docente (UBA).