“Navegar preciso vivir no es preciso”. Bajo ese lema de marineros evocado por Pessoa y Caetano, navego las plataformas con palabras claves e incluso onomatopeyas eventuales, intentando esquivar el algoritmo y a la espera de sorpresas.

La zona LGBTIQ visibiliza trans y gays hermoses, vogueando y sudando glitter, mientras huyen de corporaciones y nuevos órdenes mundiales. Las lesbianas que no portan armas, tienen culos prefectos o transitan dramas universitarios no abundan o casi no existen. Las lesbianas luego de los 40 desaparecen, a menos que seas Cate Blanchet en Carol o seas parte del casting de la desafiante Las hijas del fuego de la Albertina Carri.

Pero a veces me encuentro con joyas y he aquí, tres de ellas.

Las herederas (Paraguay, 2018), de Marcelo Martinessi

La película transcurre en una calurosa Asunción, tan opresiva y asfixiante como su clima subtropical. Dos mujeres de más de 60 años, que son obviamente pareja de larga data, conviven en una casa a la que van desmantelando paulatinamente, para pagar deudas y subsistir. Una de ellas perteneció a la clase alta. Pero ahora, venidas a menos, deben vender hasta el piano de la familia cuando una de ellas, “Chiquita”, está por ir presa a causa de una supuesta estafa al banco. 

Es evidente que sobregiró cheques, se ve la astucia de esta morena pícara. En las herederas hay deseo, hay boleros, mujeres anchas y sudadas en karaoke, que quieren sexo y cariño mientras suena “mis noches sin ti”. Se pelean, seducen o engañan y hablan mirándose en el espejo como cualquier pareja, cuando “Chela” sentada en el inodoro cae en la cuenta de que su compañera irá presa.

Entre clonas, tocs y una relación deteriorada y agobiante, Chela toma la decisión de trabajar de remisera para generar dinero. Lo decide casi sin querer al volante del Mercedes Benz familiar. A Chela se le abren las puertas de un nuevo amor, una nueva confianza que incluye una escena de masturbación imperdible y genuina, dedicada a la empleada de una de las clientas. Película necesaria, que entre viajes de remise y juegos de cartas vespertinas de señoras bien, pinta con mucha precisión la clase alta de Asunción y la supervivencia de las lesbianas en la clandestinidad, de un modo íntimo, acertado y tan real como los gritos de las internas del presidio donde seguramente estuvo Moria.

Las herederas es una flor paraguaya que ganó dos Osos de Plata en Berlín, fue nominada al Oscar en 2019 y merece ser vista.

Se puede ver en Netflix


Suk Suk (Hong Kong, 2021), de Ray Yeung

Un día, un taxista que se niega a jubilarse. Pak, de 70 años, se encuentra en los baños de un parque con Hoi, de 65, un padre soltero jubilado. Pak vive con su mujer y su hija, embarazada y a punto de casarse. Hoi, después de su divorcio, vive con su hijo cristiano extremadamente devoto y heteronormativo.

Si bien ambos señores han ocultado su sexualidad, están orgullosos de las familias que han creado a través del duro trabajo y la determinación. Sin embargo, en ese breve encuentro inicial, se desata algo en ellos que había quedado reprimido durante muchos años. Mientras ambos recuerdan sus historias personales, contemplan un posible futuro juntos.

Van a saunas, comen semidesnudos con otros homosexuales de todas edades y formas, gordos, flacos, jóvenes, viejos, paseándose en toallas, comparten estos espacios y debaten por una exposición pública en favor de un geriátrico para homosexuales.

Un romance tardío, con dificultades auténticas, emotivas y profundas, sin golpes bajos, pero duro y sincero. Escenas tiernas y conmovedoras de dos señores homosexuales. Hermosas cámaras y tiempos lentos de cuerpos en reposo, desnudos sexagenarios delgados y bellos entre caricias.

Se puede ver en Netflix


Swan song (EE UU, 2021), de Todd Stephens

Pat Pitsenbarger es un excéntrico peluquero gay, extremadamente “loca” que, ya retirado, se escapa del asilo en el que está ingresado para cumplir con un último encargo: peinar y maquillar a una antigua celebridad, amiga y clienta que ha fallecido, para que esté perfecta en su velatorio. Esta no es nada más ni menos que Linda Evans, y no está demás decir que para loca y peluquera no podrían haber elegido mejor que al fantástico Udo Kier. Fuma sin parar, bebe casi al mismo ritmo y puede percibirse que padece de una condición cardíaca.

Es una oscura comedia, que va pendulando entre los encuentros imaginarios del protagonista con sus amigos muertos, producto de una generación devastada por HIV. Ellos conversan acerca de las nuevas parejas gay que adoptan y sus derechos adquiridos, todo mientras Pat se pelea con viejas rivales peluqueras de su pueblo, se disfraza, baila en el único bar gay del lugar, todo entre visiones de tequila, fantasía y ferias de ropa, con la misión ultima peinar a la muerta.

Udo Kier, vale repetirlo, es magistral y se luce en esta película camp e indie, que me enamoró de principio a fin. P.D: Chequeen que lleva puesto en los pies en la escena final.

Se puede ver en HBO