Desde la tradición del laissez-faire (dejar hacer) que ve al capitalismo como un sistema que se auto regula de forma automática y niegan la crisis, hasta la característica autodestructiva del sistema que analiza Karl Marx, pasando por la necesidad de intervención del Estado para evitarlas de John Keynes. La teoría económica es tan antigua como las crisis, y las escuelas económicas sostienen explicaciones distintas acerca de por qué se generan las crisis.
La teoría económica clásica y neoclásica tiene una noción del capitalismo como sistema autorregulado. Desde su nacimiento con la “mano invisible” de Adam Smith, o incluso desde el “laissez faire” de los fisiócratas, en adelante, la teoría replica que el sistema obedece a la acción de leyes naturales, eternas e inmutables que tienden a que los mercados de bienes y factores se autorregulen buscando una situación de equilibrio, por medio del libre juego de la oferta y la demanda. Asimismo, ubican al mercado como el mejor mecanismo para la asignación eficiente y óptima de los recursos económicos.
Los mercados se suponen perfectamente competitivos, y es por medio de un precio que las cantidades se igualan. De acuerdo a esta teoría, si este mecanismo se deja actuar libremente habrá un funcionamiento óptimo de la economía, no se producirían crisis, ni desocupación de capital ni de la fuerza de trabajo. La desocupación o las crisis periódicas son producidas por factores externos al funcionamiento normal de la economía capitalista.
Los factores externos pueden provenir de la naturaleza física como manchas solares, ciclos biológicos, sequías, inundaciones, entre otros o de la naturaleza humana como ciclos de optimismo y desesperanza, guerras, revoluciones, errores políticos, injerencia del Estado; o de ambas a la vez. Al ver que las crisis se siguen produciendo con regularidad y difícilmente concuerden con las manchas solares o los biorritmos de los consumidores, introducen en sus explicaciones el concepto de ciclo económico, que no lo entienden como crisis sino como pequeñas fluctuaciones, y no representan un límite para la capacidad del sistema de reproducirse a sí mismo. Para esta corriente del pensamiento económico, las crisis son imposibles.
A partir de la crisis de 1929 denominada la Gran Depresión, que no mostraba ningún signo de volver rápidamente al equilibrio de pleno empleo, la teoría del “laissez faire” se desacreditó y fue sustituida por la teoría keynesiana. Keynes atacó la noción de que “la oferta determina su propia demanda” (ley de los mercados de Say), afirmando que el factor decisivo en la determinación del nivel de producción y empleo es la inversión.
No obstante, Keynes no rompe totalmente con la tradición neoclásica pues sigue sosteniendo que la sociedad se divide en productores y consumidores (y no en clases sociales), y le sigue dando importancia decisiva a las propensiones al consumo y al ahorro, la preferencia por la liquidez, el papel de la oferta y la demanda, y la confianza general en el análisis del equilibrio del sistema. Con la diferencia de que afirma que si el Estado cumple adecuadamente su función, puede manipular la demanda agregada para mantener la economía cerca del pleno empleo, con poca o nula inflación. Desde el Estado se pueden eliminar las fluctuaciones (ciclos) y llevar a cabo una política anti cíclica. Para Keynes, las crisis son posibles pero no necesarias.
La tercera teoría corresponde a Karl Marx, quien estudia al capitalismo como un sistema de acumulación auto limitado. La base de las crisis económicas está en una de las leyes inmanentes del capitalismo que es la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Dicha ley se basa en que la competencia que se da entre los capitalistas de distintas ramas obliga a buscar permanentemente una ganancia que sea al menos igual a la cuota media de ganancia definida por la relación entre la ganancia y todo el capital invertido. Al necesitar reinvertir un importe mayor en medios de producción en relación a los salarios, ésta relación va en aumento, y presiona a la baja de la tasa de ganancia por tener una relación inversa.
Aunque surjan contra tendencias a ésta ley con el objetivo de demorarla, no se anula y en el largo plazo la tasa de ganancia termina disminuyendo. Es en este punto donde se originan las crisis, porque da lugar a una sobreacumulación de capital en relación a las ganancias. Se invierte menos, se produce menos, y se genera una crisis de sobre producción.
De esta situación se sale por medio de la destrucción de fuerzas productivas en exceso: cierre de empresas, mercancías que se rematan, pierden o malvenden o por medios violentos como una guerra. Para Marx, las crisis en el capitalismo son posibles y necesarias.
Una actualización en la historia
La etapa capitalista actual está marcada por una especial importancia al capital financiero y las actividades especulativas. Esta lógica llevó a que en el año 2007 el capital estadounidense buscara la forma de recomponer la tasa de ganancia que iba disminuyendo por la pérdida de competitividad de la industria, y la competencia económica, comercial, financiera y tecnológica de países emergentes como China y Rusia.
Se otorgaron préstamos (créditos subprimes) para la compra de viviendas por encima de sus valores convirtiendo esos préstamos en cédulas, títulos, bonos o acciones que no pudieron devolverse, llevando a la quiebra a compañías globales de servicios financieros más importantes como Lehman Brothers. Esta crisis tuvo una repercusión en la economía capitalista mundial dada la influencia y hegemonía que aún tiene EEUU sobre el resto del mundo.
Estos riesgos y políticas interactúan de manera compleja y a corto, mediano y largo plazo. El aumento de las tasas de interés, la necesidad de proteger a las poblaciones vulnerables de los elevados precios de los alimentos y la energía, o el aumento del gasto en defensa complican la tarea de mantener la sostenibilidad fiscal. A su vez, la pérdida de espacio fiscal dificulta la inversión en la transición climática, y la demora de soluciones para lidiar con la crisis climática deja a las economías más expuestas a los shocks de precios de las materias primas, lo cual alimenta la inflación y la inestabilidad económica.
La fragmentación geopolítica agudiza todas estas disyuntivas al exacerbar el riesgo de conflictos y volatilidad económica y reducir la eficiencia global. En cuestión de semanas, el mundo ha sufrido nuevamente un shock profundo y transformador. Justo en el momento en que parecía perfilarse una recuperación duradera tras el colapso económico mundial causado por la pandemia, la guerra ha generado la perspectiva muy real de que gran parte de ese avance se evapore. La larga lista de dificultades requiere medidas de políticas proporcionales y concertadas a nivel nacional y multilateral para evitar peores desenlaces y mejorar las perspectivas económicas para todos..
Después de sufrir las consecuencias de la pandemia por Covid-19, la operación militar especial de Rusia en Ucrania desatada en febrero de 2022 provocó, además de las pérdidas humanas y materiales, fuertes efectos sobre la economía, que redundan principalmente en una reducción de las expectativas de crecimiento y en un aumento de la inflación.
El presidente Alberto Fernández aseguró que “si Argentina tiene 50 puntos de inflación, debe haber 10 o 12 puntos que se han incrementado por el problema del de la guerra”. No es posible mensurar exactamente los efectos de la guerra en la inflación dado que es un fenómeno multicausal en el país. La principal causa es endógena, pero también influyen los problemas externos, que son un agregado a un problema general preexistente.
Tanto el acople del precio internacional de alimentos como el impacto del mayor precio energético influye en la inflación local. Al importar una parte importante de la energía esto tiene un impacto cambiario, genera expectativas de mayor escasez de dólares y un problema fiscal por los costos de los subsidios. Además el mundo ha retrasado decisiones de inversión en países emergentes como el nuestro. Si a eso se le suma un posible encarecimiento del dólar por una política más dura de la Reserva Federal de los Estados Unidos, puede generar una salida de capitales del mundo emergente hacia los países desarrollados.
*Contador Público – Profesor de Economía