Una de las virtudes del Museo Nacional de Bellas Artes es su versatilidad, la variedad de su propuesta al público. Las dos muestras temporarias que ofrece en su edificio (Av. del Libertador 1473) son un buen ejemplo de ello. Por un lado están las “obras espaciales”, del último período artístico de la argentina Raquel Forner –con curaduría de Marcelo Pacheco-, que miran hacia el futuro de la humanidad. Por el otro, Tesoros del Museo Arqueológico Nacional de Taranto mira hacia el pasado de la península itálica, y su rico cruce de culturas y civilizaciones antiguas. Las 65 obras de Forner se encuentran en el Pabellón de exposiciones temporarias de la planta baja, mientras que lo de Taranto ocupa la sala 33 del primer piso, un espacio frecuentemente destinado a albergar obras invitadas, especialmente de otros países.
Las obras espaciales de Forner (1902-1988) corresponden al último período de su trabajo, que va de 1957 a 1987. Antes, la artista argentina se ocupó de los horrores de la guerra, pero como a tantos otros artistas de su generación, la carrera espacial encendió sus fantasías e ilusiones. Así, construyó una iconografía propia de astronautas perdidos en laberintos, de mutantes, de animales de compañía y de granja criados en el cosmos, y la idea de un futuro posible (y venturoso) en las estrellas para los sufridos seres humanos. Las 65 obras van desde bocetos a impresionantes trabajos en gran formato, de hasta dos por cinco metros-, pasando por dibujos y litografías. Y resultan una oportunidad para que los admiradores de la artista se sumerjan en su obra y la estudien a fondo.
Aunque mucha de la obra de Forner puede leerse como abstracta (sobre todo en los primeros años del ciclo espacial, pues luego vira hacia una figuración más fantástica, pero figuración al fin), la exposición se disfruta más si el asistente varía de la distancia a la que aprecia las obra. Con la distancia emergen figuras, astronautas de cascos cuadrados, alienígenas de cabezas de can y muchísimo más, que ora Forner sugiere o propone a la imaginación del espectador, ora despliega como juego.
Como “prólogo”, la curaduría de la muestra propone también tres obras del “ciclo terrestre” de Forner, que sirven de contraste para advertir, por ejemplo, el progresivo entusiasmo de Forner en el uso de los colores, que da cuenta del optimismo con el que veía la exploración espacial, que en esa época se daba sobre todo por los esfuerzos de los Estados Unidos y la Unión Soviética para alcanzar la Luna.
Pero Forner veía más allá del logro lunar y soñaba en sus lienzos con una humanidad que pudiera habitar el espacio, e incluso se perdiera en sus “laberintos” (hay en esos cuadros desde referencias borgianas hasta el mito del Minotauro, desde luego). Además, con el manejo de los colores, muchas veces ofreciendo marcados contrastes dentro de los mismos cuadros, la artista también construye una secuencia temporal que enlaza el futuro que imagina con el pasado que retrató en su período artístico previo.
El pasado, en tanto, reaparece en la forma de estos restos de Taranto, que fue la única colonia griega en la región de Apulia (el “talón” de la “bota” que conforma el mapa de Italia), que se fundó en el 701 antes de Cristo y que cambió de manos en distintas ocasiones. Las sucesivas influencias comenzaron con Esparta y se extendieron luego hasta el Imperio Romano, que la absorbió como una provincia más de su territorio. También aquí se trata de 60 piezas que pertenecen al Museo Arqueológico Nacional de Taranto, cuya drectora, Eva Degl'Innocenti, ofició de curadora aquí junto al investigador Lorenzo Mancini. La muestra reune vasijas de cerámica, estatuillas, yelmos, monedas, joyas de oro, piezas de orfebrería y objetos vinculados con el culto a los muertos, la guerra y el ritual del teatro.
Más allá de ejemplificar aquello que cuentan los libros de historia, la muestra tiene un valor enorme al acercar material de primera línea a espectadores que no siempre tienen la posibilidad de viajar a los museos de los países centrales que concentran la mayoría de estas colecciones. Entre las piezas, por ejemplo, hay un yelmo que llama la atención por su tamaño (no es tan grande como cualquiera imaginaría) y que conserva unos sencillos trabajos de ornamentación. El grueso de la muestra lo componen vasijas de distintos tipos (aunque hay otros elementos) de una belleza inusual, de varios tamaños (algunas muy grandes) y además muy bien conservadas. Cualquier manual escolar tiene una foto algo oscura de una vasija de algún período griego. Ver el recipiente en persona, cotejarlo con otros períodos de la misma ciudad, poder apreciar de cerca sus pinturas, ver cambios en los patrones y según sus usos, y hacerlo además con el destaque que se merece, redimensiona el relato histórico y lo vuelve tangible, incluso a través de los cristales que protegen las piezas. Tesoros del Museo Arqueológico Nacional de Taranto podrá visitarse hasta el 5 de marzo de 2023.