Posiblemente sea cosa de su ADN artístico. Pero Benito Cerati se convirtió en un especialista en patear el tablero. Una vez que establece su orden, y tanto público como la escena musical se acostumbra a este, apela por el desconcierto. Este año lo demostró al menos dos veces. Y casi pegaditas. La primera sucedió a fines de octubre. Cuando los fans de su padre habían perdido toda esperanza de ver al vástago redimiendo su legado, el artista sorprendió a todos con uno de los mejores tributos póstumos que se le hayan hecho al otrora líder de Soda Stereo. Viajando en la luz se llamó el show con el que homenajeó en el CCK a dos de los mejores discos que firmó Gustavo: Dynamo, con el que el trío mostró y demostró su veta vanguardista, y Colores santos, en el que el músico (con la complicidad de Daniel Melero) probó si había vida más allá del grupo. Y sí. Había un universo sonoro esperándolo.
Ambos álbumes cumplieron tres décadas este año. Si bien nació al año siguiente, Benito dejó en evidencia que es un gran conocedor y estudioso de sendos repertorios. “Aunque nunca renegué de nada, ese recital era una manera de decir: ‘Lo puedo hacer. Dejen de hinchar las pelotas’”, dispara el artista de 29 años. “Si no hice nada sobre mi padre antes fue porque sentía que tenía que comunicar otra cosa. Sabía que podía llevar adelante la propuesta de ese show porque conozco la cocina y musicalidad de ambos discos. Luego de la gira que ellos hicieron (se refiere a Gracias totales, en la que Zeta Bosio y Charly Alberti se hicieron acompañar por varios músicos invitados, entre ellos Benito), quedé con ganas de activar el espíritu original de esos discos. Faltaba un show donde ese notara esa esencia. Una cosa celebratoria más distentida. Nada mundial”.
-¿Cuánto tiempo te llevó la preparación?
-Un año. El armando comenzó en octubre de 2001. Al ver que había quedado contento con mi participación en lo que hicieron Zeta y Charly, decidí arrancar con ese cumpleaños que fue lo del otro día.
-¿Los pensaste como una fiesta de cumpleaños?
Y sí. Me gustan los cumpleaños. Los míos, en particular, son a gran escala. Admiro lo que hace gente como Lito Vitale, porque siempre está armando cosas. Hace diferentes tipos de aniversario. Y yo quería ir hacia ahí. Me encanta pensar, crear, desarrollar y organizar.
-¿Tenés fecha de repetición?
-No lo voy a volver a hacer.
-¿Luego de todo ese esfuerzo?
-Salió bien. Creo que la gente que lo vio en YouTube lo escuchó mejor que la que estuvo en la sala (el evento completo está alojado en esa plataforma). Estaba súper bien mezclado, súper bien de cámaras. Era una cosa que tenía que salir solo una vez. Quedé contento. No creo que pueda salir mejor otra vez.
Uno de los principales rasgos de este tributo fue la aplicación del mashup: suerte de collage musical que pone a dialogar en una misma canción dos y hasta tres temas, generando una nueva pieza o track. “Estuve escuchando versiones en vivo de esos temas, que se hicieron en otro momento. Y mezclé un poco todo”, reconoce Benito. “Tenía unos multitracks, y experimenté poniendo un tema sobre otro, a ver cómo encajaba. Así fui armando los esqueletos de lo que tocamos. Algunos de esos mashups están inspirados en versiones que se hicieron alguna. La versión de ‘En remolinos’ es igual a una que se hizo en 2003, y la de ‘Ameba’ es parecida a una más electrónica de 2004. Esa era mucho más acelerada, mientras que la que hicimos era más rockera. Y le metimos un tema de Colores santos en el medio. La de ‘Sweet sahumerio’ fue la de la gira de Bocanada, mezclada con ‘Hoy ya no soy yo’. Y así”.
-De entre el desfile de invitados que hubo, destacó la participación de Charly Alberti. ¿Por qué no estuvo Zeta?
-Zeta fue la primera persona a la que le conté el proyecto. De hecho, saliendo de un ensayo del show que armaron ellos le dije: “Tengo este plan… Nadie lo va a hacer, a nadie se le va a ocurrir”. Como estaba seguro de eso, le pregunté si se copaba en participar. En principio estuvo entusiasmado, y charlamos bastante. Hasta último momento, estaba entre los músicos que iba a tocar. Pero le pasaron cosas con su laburo en Miami, y al final no pudo viajar. La ida es que estuvieran los dos. No pudo estar presente, pero me mandó mensaje el día del show. Me me dejó sus buenos deseos, y me dijo que estaba ahí aunque no pudiera estar.
-Pero estuvieron su hijo Simón, y Benjamín, el hijo de Martín Carrizo.
-Simón es un músico tremendo, y Benja se perfila como un baterista increíble. Cuando pienso en ellos, no lo hago en términos emocionales. Cualquier cosa buena que les pueda pasar en el arte es merecida.
En 2022, mientras promocionaba Cheat Codes, disco que publicó este año junto a Black Thought (integrante del grupo The Roots), Danger Mouse, uno de los mejores músicos urbanos de la actualidad, afirmó que Gustavo Cerati era uno de los artistas más impresionantes que había escuchado. El reconocimiento del universo musical anglosajón alcanzó matices épicos, después de que Coldplay decidiera incluir “De música ligera” en la lista de temas de sus shows en Buenos Aires. Gesto que coronó al versionar “Persiana americana” en la última de sus fechas en cancha de River. “Aunque no fui a esos shows, me dijeron que estuvieron increíbles. Vi lo que pasó, y estuvo hermoso. Aún lo estoy procesando”, revela Benito Cerati sobre el reconocimiento internacional a su padre. “Es una cosa que me parece muy loca. Pero me parece buenísimo. Es un reconocimiento súper grosso”.
-¿Llegaste a conocer a Chris Martin?
-Con mi viejo, lo conocimos en 2010. Recuerdo que se quedaron charlando un montón de tiempo, y ya mostraban su admiración mutua.
A manera de autobombo cumpleañero (su aniversario es el 26 de noviembre), el 11 de noviembre el artista puso a circular en las plataformas musicales digitales su nuevo álbum, Shasei. A diferencia de sus otros trabajos discográficos, este es el primero que firma con su nombre. Por lo que, una vez más, pegaba el volantazo. “Creo que el último disco de Zero Kill comunicó todo lo que quería decir con ese proyecto”, justifica. “Me parecía que lo siguiente tenía que ser otra cosa. Además, sentía que necesitaba un nuevo debut. Después de la cuarentena y de toda la reflexión que uno hace al estar encerrado en la casa, te hace replantearte ciertas cosas. A veces, hay cosas que uno arma que lo acompañan toda la vida. Pero en un momento uno tiene que cortar con eso para poder avanzar hacia otro lugar. Y Zero Kill era una de ellas. Eran varios conceptos que me estaban anclando a una época”.
-¿Y en qué diferencia este disco-?
-Líricamente, está inspirado en algo personal. Es diferente a lo otro, que era más genérico. Lo otro era más poético, mientras que esto es más sólido. Es la primera vez que hablo de algo en concreto. Por eso me pareció que estaba bueno que fuese mío, que apareciera mi nombre. No es más mío que las otras cosas que hice, pero en cierto punto no es lo que hacía en Zero Kill. Ahí ofrecía una idea de canción, y la llevaba para otro lugar. Acá no me desvío de lo obvio.
-Shasei es un libro de introducción al haiku. ¿Cómo te atravesó eso, al punto de titular a tu disco así?
-Por primera vez en mi vida, el título no vino primero. De hecho, tardó en llegar. Bastante. Lo que me pareció algo loco porque siempre pienso el título, y luego viene el concepto. Se me dio viendo un concierto de Goldfrapp, de 2002, donde tocaron su disco Felt Mountain e hicieron un cover de “Physical”, de Olivia-Newton John. Pero con otra estrofa que dice algo así como “Dame un shasei”. Busqué qué significaba, porque no entendí, y encontré que era una palabra japonesa que quería decir “eyaculación”. Como el tema es meramente sexual, comprendí lo que representaba. Al principio me divirtió la idea de decir algo en otro idioma. Y también encontré que la palabra hacía alusión a la naturaleza, lo que me gustó aún más porque el disco es muy natural. Me inspiró muchas cosas norteñas: flautas, bombo legüero. Y creía que tenía algo natural el disco, en ese sentido. Además de que hay canciones que están inspiradas en lo sexual. Me gustaba que una palabra significara varias cosas, y justamente todas esas cosas tenían que ver con el disco. Por eso lo llamé así.
-“Agujero negro”, uno de los singles del disco, ¿es un tema directo o más bien sugerente?
-Era un poco las dos cosas. Me parece que era algo de la reacción sexual inevitable. El disco trata mucho sobre las primeras veces que me pasaron cosas. Especialmente en la adolescencia. Ese tema, en particular, está inspirado en la primera vez que tuve un encuentro sexual. Juega con esas ambivalencias, porque también puede referirse a los agujeros negros en el espacio. Quería jugar con esa terminología astronómica del arrastre, de no pder parar el ir hacia ese lugar. No saber que hay del otro lado.
-Hablaste del norte argentino hace un rato, pero este tema tiene más que ver con el norte de Africa.
-Exactamente. Hay unas líneas, unas cadencias que tiene que ver con eso. También tiene que ver con soundtracks como Goldfinger. Estuve indagando en un montón de cosas, y las metí. Hay mucho árabe en el disco. Ese disco se recorre el mundo.
-Tu cabeza está muy metida en el mashup…
-Bowie dijo alguna vez que no era músico sino coleccionista. Y yo también me siento así. Hago como collages. Sin embargo, siento que es un disco muy específico, por más que tome de un montón de cosas. Siento que logré una sensación que en otros discos tuve mayor o menos éxito. Acá hay un mundo bastante claro.
-Otro rasgo que lo atraviesa es que suena más orgánico que tus trabajos anteriores, en los que se percibía el peso del condimento electrónico. ¿Estás de acuerdo?
-Mi idea era hacer lo opuesto a lo que decís. De hecho, el trabajo de guitarras que hubo es bastante mínimo en comparación con discos como Unisex, donde había guitarras por todos lados. Lo que tiene este material es que lo que hay se percibe, suena. Está por un motivo. No hay cosas colgadas en el aire o arreglos de más. Hay una síntesis en la que los instrumentos tienen un sentido en específcio. Aparecen, y hacen el quilombo que tiene que hacer. Fue un trabajo de producción que fui aprendiendo con el tiempo.
-¿Cuál fue el punto de inflexión en el que decidiste desvestirte de Zero Kill para ataviarte con tu nombre?
-No sé. Sentí que lo que estaba haciendo había cumplido su ciclo. Sentía que tenía que cambiar. Había un montón de cosas que estaba dejando. Hábitos que estaba dejando. Hábitos que me hacían mal, de boicot. Y vínculos que dejé. En un momento le dije a la banda: “No quiero estar más acá, disolvamos esto”. Me pasó todo de golpe. Durante la cuarentena, un día no aguanté más, toqué una especie de fondo emocional. Y quise comenzar de vuelta. Me deshice de todo lo que me estaba acompañando en ese momento, y arranqué de vuelta. Creo que el hartazgo fue el punto de inflexión.
-Lo contás muy fácil. ¿Te fue tan fácil cortar con todo eso?
-No fue fácil, pero una vez que solté las cosas empezaron a florecer naturalmente. Hoy estoy parado en un lugar donde no me es difícil para nada. Por suerte. Me siento yo otra vez, y además de manera consistente. Creo que este disco es el resultado.
-¿Por eso llamaste a uno de los temas “La tercera es la vencida”?
-Sí, y también por algo irónico. Si bien el disco habla de primeras veces, este tema dice que la tercera vez es la primera en la que ocurre algo. Entonces termina siendo una primera vez. Y que cerrara el disco me parecía divertido. Es casi como un chiste. Pero la canción va bastante en serio.
-¿La canción “Futuro incógnito” también alude a esta etapa?
-Tiene que ver con mirar mucho al Benito más niño. Temas como este o “El atardecer” son el resultado de inspirarme en cuando era más joven, y ver lo que pasó luego. Incluso en el medio. Es también hacer las paces con mi yo más grande, con mi yo más adolescente, con mirar las cosas de otra manera. Al mirar al pasado, mirás para adelante. No sabés lo que viene, pero va a estar bueno seguro. El disco es un viaje de confianza, y termina en el último tema con la energía necesaria para seguir. Va en ese trayecto.
-Mientras muchos artistas de tu generación conviven con los prejuicios de la vieja normalidad, vos parecieras inmune a eso. Y para muestra estuvo tu colaboración con Virus en su show en el pasado Quilmes Rock.
-Si yo pensara en eso, no haría música. Si te importa demasiado eso, ¿para qué te exponés? Yo hago lo que me gusta, me divierto en escena, me divierto abajo, me divierto creando. A mí no me gustan muchas cosas, pero no por eso voy a frenar. Y menos por el preconcepto de otras personas. Es problema de los demás.
-El año próximo se cumple una década de Trip Tour, tu primer disco. ¿No sentís que te pasaron muchas cosas, y muy rápido?
-Yo lo viví muy lento. Siento que fue hace ocho vidas. Soy totalmente otra persona. Vos me decís que pasaron 10 años, y yo te digo que para mí fueron 20. A la vez, hay otra línea de tiempo que pasa mucho más rápida. Yo vivo dos líneas temporales. Este nuevo disco me parece algo similar a ese debut. Es como revisitar esa época, pero con otros ojos. Me da esa misma vibra. Hay drum and bass y otros estilos más.
-En eso fuiste pionero, en el revival de drum and bass.
-Siempre fui fiel a ese tipo de cosas. Por disco siempre metía algo así. Es loco que revivió, y también es bueno. Había durado muy poco. Está bueno que vuelva al mainstream.
-¿Sentís que te conseguiste tu espacio en la escena, encontraste tu música?
-Siento que siempre estuve unido a la música. Quizá más de chico no tenía tanta confianza, por lo que mi trabajo era insular. Padecía el síndrome del impostor, los primneros años. Sentía que era mío, pero me costaba creérmela. Ahora siento que estoy metido en la escena, y sobre todo en escenas que me gustan. Me empezaron a pasar muchas cosas grossas este año. Si fuese por mi apellido, podría haberme pasado hace 10 años. Sin embargo, me pasa ahora. Eso habla de que está gustando lo que estoy haciendo. Y eso me pone súper contento.