Escuchamos la campana y corrimos. Dejamos los útiles tirados en el suelo y salimos al patio. Nos escondimos en el lugar de siempre, ahí, en el hueco de atrás del altar de la virgen, al lado de la puerta entre la escuela y la iglesia, acurrucadas como conejos, y en silencio. Belén mira las figuritas. Las pasa de una mano a la otra, las empuja con la punta de los dedos y separa las repetidas. Es que le prometió a Tomas hacer un canje en la hora de la misa. Natalia se sentó en su piedra. No habla. De a ratos saca una galletita del bolsillo del guardapolvo y se la mete rápido en la boca y la mastica despacito. De nuevo le compraron la merienda. Belén y yo nos dimos cuenta. A mí, la maestra remplazante me dio la nota que tengo en la mano. La doy vueltas, la hago un bollito y la vuelvo a estirar y después la hago un bollito de nuevo. En la nota dice que mañana tengo que venir con mi mamá. La firma de mamá la sé copiar, pero ahora se me complica, porque la nota no es un llamado de atención, no es para reclamar los materiales de Tecnología ni tampoco es una nota de la monja volviendo a pedir la Biblia que nunca traje. Es otra cosa esta vez, y mientras el ruido de mi panza se pone de punta con el ruido que hace Natalia cuando mastica pienso si se puede falsificar una madre como se falsifica una firma. Mi mamá no está hace meses. Se ve que la maestra, con el enojo, se olvidó. Un día nos levantamos y me dijeron que mamá se había ido. Eso solo. La tía me abrazó y mi papá me acarició la cabeza, y yo no pude llorar hasta la tarde. El padre Nino me dijo que mi mamá ahora está con Dios, y yo pensé que Dios se tenía que llevar a Rodrigo también, para que siguiera tomando la teta, ahí, donde se había ido mi mamá. Eso pensé, pero como nos dicen las monjas, los designios de Dios son misteriosos. Misteriosos como una confesión, como la primera confesión.
Belén anduvo averiguando, y una vieja que siempre va a misa le dijo que si no llegás limpia a la primera comunión, cuando el cura te da la ostia se te mete un castigo divino. Es como que te tragás una maldición que dura dos años. A Natalia le dijeron otra cosa. Le dijeron que después de la ostia va a ser una niña bendecida y al fin va a poder volar como Superman; es una buena noticia. Natalia está convencida de que va a volar y practica. Todas las tardes se sube a la escalera que hay a un costado del altar, ahí donde antes los curas daban la homilía, abre los brazos y grita antes de saltar desde los cuatro o cinco escalones Dios, voy a volar. Un día, después de aterrizar en el piso, nos dijo que no puede volar porque no toma carrera. Después de la comunión me voy a tirar desde arriba de todo, desde allá, dijo, y nos señaló el final de la escalera.
Las monjas nos hablan bastante de la primera comunión y de la primera confesión. Ya medio pesadas están con el tema. Nos hablan de lo malo y de lo bueno, y empezamos a creer que por culpa de Dios ahora vamos a pasar vergüenza adelante del cura contándole lo que hicimos mal, y que nos va a dar el famoso castigo. El cura es el que habla por Dios.
Por eso estamos hoy acá, en el hueco de atrás del altar de la Virgen. Esta reunión secreta es por eso. El domingo va a ser el día. El domingo vamos a saber si después de tragarnos el cuerpo de Cristo las cosas van a cambiar. Ahí voy a saber si Rodrigo se va a poder ir con mamá, si Belén va a completar el álbum de figuritas y si Natalia, al fin, va a poder volar como Superman. Pero antes de recibir a Cristo, como dice el cura, y de saber lo que se siente tener una ostia en la boca, está la confesión. Tenemos miedo. Ninguna de las tres quiere cargar con un castigo de dos años por llegar mal, sucia. Lo que no sabemos es cuáles son nuestros pecados. Natalia está preocupada . Piensa que se puede olvidar de lo que le tiene que responder al cura en el confesionario. Lo repite a cada rato: Ave María purísima, sin pecado concebida. Hace varias semanas que viene repasando. Tengo miedo de responderle mal al padre, dice a cada rato. Belén trata de encontrar pecados en todo lo que hace. Repasa los mandamientos del uno al diez, y antes de hacer algo, piensa si lo que va a hacer está mal, si es pecado. Nos dice que no le puede decir a Tomás que compró las figuritas que le va a cambiar porque nos las regalaron en la puerta de escuela los que venden figuritas. Decir que las compró es mentir. Es pecado. El nueve, dice. No mentir. No le digo nada y listo. No mentí, ¿no?
A mí me cuesta bastante amar a Dios. No puedo. A veces lo odio. Creo que lo tengo cruzado desde que se fue mi mamá y el padre Nino me dijo que eso eran cosas de él, de Dios.
Hace dos semanas que las monjas se pusieron pesadas con la primera confesión. Nos preocupa bastante eso de no llegar bien y ligarnos los dos años de maldición, y de tanto andar preguntando por acá y por allá apareció Leticia y nos dijo que habláramos con el padre Nino. Nos dijo que ella va a la siesta, cuando la iglesia está cerrada. No nos quiso contar de qué hablan. Lo único que se le escapó una vez fue que el padre Nino es el enviado de Dios en la tierra y que ella es una niña santa. Le preguntamos por qué y nos dijo que es un secreto.
Ayer estuvimos con el padre. Nos juntamos a las tres en la plaza y vi nuestras sombras enanas cruzando la calle. Mi abuela decía que cuando las sombras son chichones en el suelo el sol hace mal y que a esa hora los niños duermen la siesta. Pero ya estábamos ahí. Ese calor… Las puertas de madera estaban cerradas; nunca las había visto así de grandes. Natalia vio un timbre y lo apretó. Nadie venía y me empecé a poner nerviosa, a caminar de un lado para el otro. Belen espió por la cerradura. Nada. Ya nos íbamos cuando escuchamos los pasos. La puerta se abrió. El padre Nino estaba ahí, sin sotana, con una camisa floreada, y nosotras nos quedamos en silencio, como paralizadas. El padre nos saludó con una voz suave. Tenía mirada de amigo. Nos hizo pasar. Cruzamos el umbral y sentí el fresco de ahí adentro, y el olor a humedad. Caminamos por el pasillo sin ventanas hasta la luz que salía de abajo de la puerta de la pieza de Nino. Las imágenes de las vírgenes y los santos y las cruces y los rosarios se asomaban de las sombras, como en las películas de terror. Caminamos atrás del padre. De golpe se me pasó el miedo. Estaba emocionada. Por fin iba a saber cuáles eran mis pecados y si era verdad que después de confesarlos y hacer la penitencia, rezar uno o dos padrenuestros, como nos contó Leticia, iba a quedar sin culpas.
Nino se paró delante de su puerta, nos miró, abrió y nos hizo pasar. Siéntense donde quieran, dijo, mientras la miraba a Natalia y le señalaba la cama. Me acomodé en una silla al lado del escritorio. Había una lámpara y la ventana que daba al patio estaba cerrada. Natalia tanteó el colchón y se sentó, y Belén se sentó en la otra punta. El padre Nino, después de trabar la puerta, se quedó parado unos minutos en silencio, con las manos entrelazadas, mirando una imagen que colgaba en la pared. Parecía que estaba en otro lado. Movía los labios y decía algo despacito. Cuando volvió, nos preguntó si teníamos sed y agarró la jarra con agua que había arriba del escritorio. Estaba perfumado. Agarró su vaso y se sentó al lado de Natalia y le apoyó la mano en la pierna y dijo ¿qué les está pasando a mis palomitas? Me dio miedo esa ternura, me asustó la voz que tenía el padre. Nos quedamos mudas. Al ratito nomás vi el pelo de Natalia que se movía cerca de la boca de Nino cuando él le dijo algo en secreto. Me levanté de golpe de la silla y dije que me tenía que ir. El padre le acarició la pierna a Natalia y se levantó. Se acercó a Belén, le tocó la cabeza y nos dijo que podíamos volver cuando quisiéramos. Dios siempre va a estar para ustedes, dijo, y destrabó la puerta. No supimos qué decir, le agradecimos y nos fuimos. Volvimos a la plaza sin nada. Nos sentamos en las hamacas, y ahí, a Belén se le ocurrió la idea. Tenemos que inventar los pecados, dijo. Lean los mandamientos y mañana hablamos en el agujero de la Virgen.
Y por eso estamos ahora acá. ¿Será que mañana nos va a tocar confesarnos con Nino?, pregunta Natalia sentada en su piedra. No creo, dice Belén, con las figuritas planchadas en la palma de la mano. ¿Ustedes qué piensan del padre Nino?, pregunta Natalia. Nos miramos y levantamos juntas los hombros y juntas le respondemos que no sabemos. Fue raro, digo. Tengo miedo de que por haber desconfiado del cura Dios se crea que también desconfiamos de él. Natalia pregunta si desconfiar es pecado. No sé, dice Belén, pero puede entrar en el mandamiento número uno, porque el cura es como si fuera Dios, y no se puede negar a Dios. Eso dice Nino. Ahí está. Ese es un pecado. Podemos decir que negamos a Dios y a la mierda, y… vos, Naty, tendrías que decirle al cura que sos egoísta. ¿Eso entra?, pregunta Natalia. Belén se mete las figuritas en un bolsillo y del otro saca una lista. Lee en voz alta y apunta con el dedo. Acá está, dice. Puede ser éste, el diez. Natalia acaricia las galletitas que le quedan. Pero si las que codician lo ajeno son ustedes. Nunca traen nada y me comen lo mío, dice. Pero sos egoísta, le digo. Pero ustedes nunca traen nada… Ese pecado no entra, dice Belén, y sigue con la lista. ¿Inventar pecados es un pecado?, pregunto, y Belén, de nuevo mirando la lista y apuntando con el dedo, repasa. Se muerde los labios. Ahí está; puede ser el ocho, dice. Pero inventar no es mentir; si no, todos los que cuentan y escriben historias serían pecadores, digo. ¿Un pecado inventado es un pecado?, pregunta Naty. Yo le voy a decir al cura que mentí, y que el otro día dije malas palabras. Está bien, dice Belén, yo voy a decir que le robé un paquete de figuritas a mi hermano; el siete. Ése es fácil y es verdad. ¿Será muy grande el castigo por robar? ¿Cuáles serán los peores pecados? No sé, digo, a lo mejor el orden de importancia es como están escritos, de mayor a menor. Aunque… si fuese así, matar sería menos pecado que desconocer a Dios. Sí, dice Natalia, y los animales que matan a otros son unos pecadores. Belén da un salto y sacude los brazos para ayudar a que salga lo que quiere decir; tartamudea: Matar es menos pecado que no celebrar navidad; el tres. Y también es menos que deshonrar a los padres, dice Natalia.
Pienso que algo está mal y me acuerdo de Oscar, mi vecino, que se la pasa escuchando esa música que mi abuela decía que escuchan los que adoran a Satanás, tocando la guitarra a la hora de la siesta, y que a veces se emborracha. Oscar me dijo una vez: Nena, Dios existe solo en la cabeza del hombre. Si existiera de verdad, solamente sería un espectador de la vida humana. Nada más. Siempre me acuerdo de eso que me dijo Oscar, que muy bien no lo entendí, y a lo mejor por eso no lo puedo encajar en mi vida, en Rodrigo y en la falta que me hace mamá. ¿Mamá se fue porque quiso?, pienso, y el dolor de panza se me hace más fuerte, y otra vez me agarran las ganas de llorar.
Belén le tira en la cara a Natalia la culpa de haberle hecho una notita de amor a Martín. Le dice que ella ya junta dos pecados: Sos egoísta y cometés actos impuros. A lo mejor te tenías que haber quedado sola con Nino, hablando, como Leticia.
A mí se me fueron las ganas de hablar, porque pienso que si trato de hablar voy a llorar. Soy tonta, pienso. Somos unas tontas. Me vuelvo a acordar de Nino y de su boca pegada al pelo de Natalia.
¿Qué te dijo el padre Nino en secreto?, le pregunto justo cuando suena la campana. Te salvó el timbre, dice Belén, y corremos al salón.