La patrulla de la policía municipal de Mar del Plata volvió a estacionarse a unos metros de donde estaba Juana González. Y ya, a esta altura de la noche del 8 de diciembre, Juana está podrida: no les aguanta una más. Comienza a caminar directamente hacia ellos, explotando de furia en cada taconeo. Primero larga al piso su cartera negra, luego se arranca la campera y de un jalón se saca el vestido naranja. En culo, da los últimos cuatro pasos y se lanza sobre el capó del vehículo.

- ¿Qué pasa? ¿Eh? ¿Qué pasa? ¿No se van a ir?

Juana les planta las tetas frente al vidrio. Los dos policías varones, atónitos, no se atreven a decir nada, ni siquiera a mover la patrulla, que mantiene las intimidantes luces azules encendidas.

- ¿Qué pasa? ¿Eh? ¿Tenés problemas con las putas?

Otras compañeras, mientras tanto, graban lo que ocurre. Por seguridad, claro. ¿Cómo no? Tan solo unos días antes, el 27 de noviembre, otros funcionarios de la policía federal detuvieron violentamente a Juana, trabajadora sexual y activista trans de la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual (RRTS). La corretearon unos 100 metros, la lanzaron contra la patrulla y, en el forcejeo, hasta llegaron a asfixiarla. Juana se defendió a los gritos y grabó parte del ataque, pero los funcionarios se aseguraron de borrar todo de su celular. Esposada la llevaron hasta la Comisaría 2° de Mar de Plata, acusada de ocasionar disturbios en la vía pública y por tener un porro. Las marcas en el cuello y un derrame en su ojo izquierdo quedaron como prueba del ataque.

- ¡Nosotras queremos comer, mano!

Otra compañera grita a pasos de donde está Juana. Temprano habían convocado una protesta por lo ocurrido. Eran muchas, porque a la manifestación se sumaron otras compañeras que llegaron a Mar del Plata para asistir al Tercer Encuentro Nacional de Trabajadorxs Sexuales, pautado para celebrarse entre el 7 y 11 de diciembre.

- ¿Cómo duermen ustedes en la noche?

El copiloto enciende un cigarrillo para aparentar serenidad y desinterés. El piloto, disimuladamente, intenta cubrirse parte de la cara. Las chicas siguen grabando.

- ¿Qué hacen? ¿Llegan a casa y le dicen a su mujer: “Uy, no saben todo lo que hice hoy, no dejé que las putas trabajen”?

El ataque a Juana ocurre en medio de la persecución que comenzó luego de que entrara en vigor en septiembre pasado la ordenanza municipal 25.590, que el Concejo Deliberante del partido General Pueyrredón sancionó para regular la oferta y demanda de servicios sexuales en la vía pública. En la práctica, establece una “zona roja” a la que llamaron “zonas seguras de protección integral”. Se trata de un tramo de 400 metros sobre la avenida 10 de febrero, ubicada al sudoeste de Mar del Plata, cerca del Cementerio Parque y la Escuela de Policía. También limita el horario: solo podrá ejercerse el trabajo sexual entre las 22:00 y las 6:00.

- ¡Mirame a los ojos! ¿Tu trabajo es dejarnos sin trabajo a nosotras? ¡Mirame!

Juana sigue increpando a los funcionarios. Mientras ocurría el grueso de la manifestación, ni una patrulla apareció. Pero cuando comenzaron a desconcentrarse, pasó lo que pasa todas las noches. Otra compañera trans estaba hablando con un cliente, cuando llegaron dos patrullas. Todas accionaron la alarma y encendieron las cámaras de sus celulares. Juntas evitaron que se la llevaran y lograron que los policías se fueran. Pero fue solo por un momento. En lo que va de noche, al menos cuatro patrullas merodean a Juana y al resto.

La zona delimitada por la ordenanza queda a más de 10 kilómetros del centro. El transporte público es escaso, lo que dificulta el acceso al lugar a les trabajadores sexuales y clientes. Quienes se salgan de los 400 metros establecidos pueden enfrentar multas que van desde $181.000 a $900.000. También pueden ser privadas de libertad entre cinco y 30 días. La Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual insiste en denunciar que la disposición vino a reforzar la criminalización que sufren y habilita más conductas abusivas y discriminatorias por parte de las fuerzas de seguridad.

El ataque de Juana lo prueba. Pero es solo un caso de muchos. “¡Son un asco!... Llamá al Inadi si querés”, le gritó un funcionario de la Policía de Buenos Aires a otro grupo de trabajadoras trans y travestis, en un operativo cerca de Avenida Champagnat y Libertad el 3 de diciembre pasado. Ellas, una vez más, lo grabaron todo y divulgaron en sus redes. Es la estrategia que vienen usando para hacer frente al acoso.

Es “una verdadera caza de brujas del siglo XV", dijo Cintia Mónaco, delegada regional del Inadi, luego de que denunciaran este último altercado. Mónaco declaró a medios locales que la ordenanza facilita “la arbitrariedad policial y la violencia institucional”, en especial hacia trabajadoras sexuales trans, travestis y migrantes. Mientras tanto, el gobierno municipal informaba con orgullo que habían registrado al menos 172 infracciones en los primeros dos meses de vigencia de la ordenanza.

Por eso hay una mujer semidesnuda, enfurecida, subida sobre una patrulla policial. Y, a diferencia de aquella noche en la que la asfixiaron, esta vez es Juana quien intimida a los uniformados.

- ¡Somos personas, carajo! ¡Somos personas!

La policía ahora las detiene con cualquier excusa. “Ya solo si te ven caminando por la calle, te paran. A una compañera la detuvieron solo porque le encontraron condones en la cartera”, cuenta Juana. “El mensaje que nos quieren dar es claro: ‘Quédense en sus casas, la noche no es para ustedes, la noche no es para las trans. La persecución es constante, muy grave. Algunas le hacemos frente a la policía, pero otras compañeras están en una situación más difícil y no pueden hacer nada”.

El trabajo sexual no es un delito en Argentina, pero la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Amma) denuncia que los Códigos Contravencionales y/o de Faltas criminalizan la oferta de servicios sexuales en la calle en 16 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Estos ponen a los efectivos policiales en el lugar de juez y su punto de vista es suficiente para considerar que alguien cometió una falta contra “la moral y las buenas costumbres”. De esta forma, quedan habilitados para vulnerar los derechos de les trabajadores sexuales.

Al final de la noche, Juana decidió tomar un taxi con un par de compañeras e irse a casa. Ya no estaban en la calle, ya no estaban trabajando. Sin embargo, al poco rato, vieron las mismas intimidantes luces azules: una patrulla las estaba siguiendo. Así de grave es la persecución que viven. “A todas mis compañeras, les recomiendo que armen grupo”, dice Juana. “Que charlen entre ustedes. Y si van a reclamar, que sea juntas. Les pido que no estén solas”.