El comedor Niño Jesús de Praga abre sus puertas desde temprano. El primer turno de cocineras voluntarias se alista a preparar el menú desde las 8 de la mañana. Unos mates, charlas sobre la vida y ponerse al día sobre la realidad vecinal, es la manera de romper el ayuno. El barrio 2 de Abril, en el sudeste de la ciudad de Salta, amanece pronto.

El comedor se encuentra sobre la calle Francisco Ramírez en la intersección con Chacho Peñaloza, dos caudillos federales que pelearon contra el centralismo de las políticas que invisibilizaban a los más humildes de estas tierras. Casualidad o causalidad, hoy, sin proponérselo, el comedor se levanta abrazado por aquellos legados de justicia social.

El espacio comunitario

“Un comedor comunitario es un lugar donde asisten niños desde los dos años, y es comunitario porque no es solo infantil, ya que contenemos abuelos, mamás embarazadas y lactantes, chicos con discapacidad y personas de la comunidad LGBT ”, resalta Fabiana Martínez, coordinadora del espacio nacido hace 25 años, por iniciativa de un grupo de madres que vieron la imperiosa necesidad de organizarse para darle de comer a los pibes y pibas del barrio.

Una de las fundadoras es Antonia Guaymás, quien recuerda claramente aquellos tiempos. “Era mediados de los años 90, y la falta de trabajo hizo que se fueran creando por necesidad más y más comedores”. A su relato se agrega el de Sandra, una de las voluntarias que hace 20 años acompaña el espacio: “Cuando llegué al barrio había muchos chicos desnutridos, era muy doloroso ver la situación”.

El empuje de la injusticia en la propia cara las organizó para poder llevar un plato de comida a las familias que no llegaban con sus ingresos, tranformándose el comedor no solo en un espacio de alimentación, sino de contención y afianzamiento de lazos sociales. “Es muy importante la asistencia alimentaria, hay muchas familias que no tienen para dar la cena, más hoy en día que nada alcanza, pero hace 25 años lamentablemente tampoco alcanzaba. También es importante saber que mas allá de lo alimentario, siempre estuvimos conteniendo a los niños y a las familias con otras actividades, organizando clases de apoyo, propuestas recreativas, día del niño, de la madre, Navidad, todos eso con los voluntarios del comedor”.

Recién desde hace dos años comenzaron a recibir un apoyo del programa PNUD, el que les permitió formar una red que alimenta diariamente a más de 1.200 personas. “A partir de esto pudimos incorporar seis comedores más en otros barrios que solo funcionaban cuando recibían alguna donación. Están en los barrios Santa Clara de Asís, 26 de Marzo, Siglo XXI, San Benito, Floresta y Los Paraísos. Aparte de lo alimentario comenzaron a llevar adelante distintas iniciativas, inclusive hay un comedor que funciona especialmente con mujeres en situación de violencia”, enfatiza Fabi, como la conocen todos en el barrio a la coordinadora.

Voluntarias

La organización de los comedores tiene un aceitado engranaje en el que la ayuda mutua es el factor común. Todas las personas que retiran el plato de comida para su familia cumplen una tarea. Así lo subraya Fabiana: “Todas ellas son voluntarias, ninguna cobra un sueldo en ninguno de los comedores. Nosotros tenemos un reglamento interno donde cada uno que asiste tiene que cumplir una tarea colaborando en el comedor. La organización está dividida en diferentes partes: tareas de cocina, tareas de limpieza, mantenimiento, lavado de ollas, picar verdura, hacer la merienda, y absolutamente vienen todas, sea media hora a pelar una bolsa de papa o hasta 4 horas que es el área de cocina, que entran a las 8 de la mañana y salen al mediodía”.

Macarena es una de las voluntarias más jóvenes. Si bien hace un tiempo concurría al comedor, ahora se incorporó al grupo de cocina: “Yo antes me quejaba cuando estaba del otro lado, recién ahora me doy cuenta lo que es estar en la cocina”, resalta en su relato el valor del trabajo cotidiano de las voluntarias.

“Todas nosotras somos responsables. Para el barrio, el comedor es muy importante porque las familias lo necesitan, y hay muchos chicos alrededor. Es una gran ayuda”, agrega Noelia, otra de la voluntarias, al tiempo que destaca historias como la de María, quien luego de cumplir su rol de voluntaria, sale a trabajar como empleada doméstica buscando los pesos necesarios para pagar alquiler y las necesidades de su familia.

Nunca somos vistas, como mucho desde la política nos nombran como las mujeres que sostenemos la olla, la que nos bancamos el covid, porque es verdad, los comedores estuvimos abiertos en tiempos de pandemia, pero aún así seguimos sin ser vistas. Por eso es que muchas de nosotras empezamos a buscar la manera para que nuestro trabajo sea reconocido, porque hasta el día de hoy, no hemos podido ingresar a ningún beneficio siendo vistas como voluntarias de comedores o merenderos”, comenta Fabiana ante la mirada atenta de sus compañeras.

“Si vos le preguntás a cualquiera de las chicas por qué hacemos esto, es porque nos llena el alma... porque ver a un niño recibir un regalo, o una mamá hablar de que está mejor y que en vez de gastar la poca plata que tiene en comida, puede comprarle un par de zapatillas o algo a su nene, no tiene precio. Por eso seguimos adelante”, explica emocionada la coordinadora del espacio.

Siempre remando

La constante y la metáfora es el remo, ya que si hay un elemento característico en la olla popular de todos los barrios, es el gran cucharón que revuelve. A este elemento fundamental e icónico de los comedores se lo llama remo, y quizás, sea la forma más simple de ejemplificar lo que sucede a diario en cada uno de estos espacios comunitarios.

Nosotros la remamos todos los días: cuando hacemos el pedido y por la inflación te sale mucho más de lo que venías gastando, cuando tenemos que ver donde recortar, cuando el azúcar en vez de venir de un kilo viene de 900 gramos, cuando el cajón de tomate o banana cada vez viene más chico y no alcanza… el remo es una constante”, afirma Fabi y agrega: “y también la remamos todas nosotras con nuestra vida, con el voluntariado que nadie nos reconoce, con lo que significa venir a cocinar y recién después salir a trabajar para ganar el sueldo”.

Por un momento las voluntarias detienen su tarea y se acercan a relatar lo que piensan, lo hacen mirando a los ojos. “Algunos dicen que el comedor no debería existir, y nosotras pensamos lo mismo, pero no debería existir si la mamá y el papá tuvieran un trabajo digno, un trabajo donde puedan darle una buena comida a sus hijos todos los días, no una comida para engañar la panza como lamentablemente vemos que pasa. Los chicos vienen sin cenar, o se acercan muchos vecinos que quedaron en situación de calle porque ya no les alcanza para pagar el alquiler”.

“Nosotras en la cocina hablamos mucho de nuestros problemas, de los que nos pasa, todo eso mientras cocinamos. En la cocina se ríe y se llora”, describe con gran simpleza y profundidad una de las voluntarias.

Si bien esta Navidad será una fecha de gran recordación y en muchos casos de dolor por la cantidad de vecinos que ya no están físicamente a causa de la covid, las voluntarias creen que la mejor manera de recordarlos, es apostando hacia adelante, superando una vez más los escollos que la realidad les interpone, mirando el horizonte y permitiéndose soñar.

Sueño que cada comedor tenga su lugar propio”, comenta Fabiana, “porque todos los espacios que tenemos en nuestra organización están en una casa de familia. Hemos pedido terrenos y nos fue rechazado porque dicen que no hay. El terreno propio es fundamental en la idea de seguir proyectando para el barrio… y claro, que también sueño con que el voluntariado sea reconocido”.

“Mi sueño es que un día los gobiernos se fijen en los chicos más grandes que tenemos acá, que se les pueda dar un trabajo, porque no es verdad que no quieren trabajar, los chicos buscan trabajo y no hay, y si alguno consigue, le pagan muy poco. Para los chicos del barrio hay muy pocas oportunidades”, confía Antonia desde la propia experiencia de transitar el barrio desde hace largos años.

Ellas, sosteniendo la olla. Ellas, remando a cada paso. Ellas, haciéndolo posible en tiempos imposibles. Ellas, su palabra, su voz y sus ojos, sus sonrisas, y el deseo ferviente que de una buena vez, no las encuentren en el mapa solo a la hora de poner el sobre en la urna.