El domingo pasado miré 23 veces seguidas el penal convertido por Gonzalo Montiel para cerciorarme de que lo había convertido de verdad, de que éramos los campeones del mundo y de que ninguna noticia que apareciera en cualquier medio enfermónico me podría convencer de lo contrario. Una vez seguro, me acerqué a la computadora y publiqué el video “La gloriosa Scaloneta campeona” (Rudy-Sanz) que acompañará a esta columna. La habíamos estado componiendo con Ale Sanz desde el partido con Polonia, agregándole estrofas luego de cada triunfo, y la dejamos en pole position el domingo a la mañana, cosa de poder publicarla un segundo después de consagrarnos campeones mundiales.

Luego abracé, brindé, besé (y cualquier otra palabra aguda terminada en “e”, menos “Mbappé”) a quienes estaban a mi lado. Luego vi a Messi alzar la Copa vestido como si fuera a boxear, y previamente aplaudí hasta que se me calentaron las manos al Dibu Martínez, cuando se pasó el trofeo al mejor arquero por el mismo lugar por donde los poderosos se pasan los derechos del resto del mundo.

Me sentí muy acompañado pensando que gran parte de la Argentina y de Bangladesh sentían lo mismo que yo, y puse un aviso en las redes preguntando si alguien me podía prestar un poco de sí mismo/a, porque yo no cabía en mí. Lloré, lloramos, llorasteis con cada lágrima de cada jugador y con la catarata de Lionel Scaloni. ¡Tantas lágrimas en medio del desierto! Paradojas del cambio de clima.

Me dio pena de verdad verlo a Mbappé: solo él y nuestros garcas de siempre querían que ganaran los franceses. El resto quería que ganara Argentina o Messi. Perdón: “y” Messi. Pero me alegré muchísimo de que no prosperase el intento del Maurífice de ser él quien entregara las medallas a nuestros jugadores. Aunque sospecho que, de haberse dado el caso, lo más probable es que ganaran los galos, y tal vez él mencionara, como su vicemauricia de otros tiempos, el “trebón nivel” del equipo.

Pasé por la pizzería de la esquina, abarrotada de gente. El cajero estaba como loco facturando, y me comentó que pensaba ver el partido a la noche. Con mi sonrisa más cínica le dije: “Mirá, no quiero espoilearte, pero…”, y puse el pulgar arriba. A pocos metros, la alegría inundaba las calles, la ciudad, el país, el planeta, la galaxia. Y crecía, crecía. Las oleadas danzantes hundían para siempre el triste diciembre que nos habían deparado los malos, con inflación, condena a CFK, persecución a Milagro Sala, pronósticos espantosos para el 2023 y afiches con la cara de los malos prometiendo cosas horribles como si fueran buenas, que es su nuevo concepto de campaña electoral (y encima, funciona).

Al día siguiente miré las tapas de los dos diarios más enfermónicos del país, donde la noticia del día era... ¡una propaganda de cerveza! Menos mal que yo había visto el penal 23 veces. Me pregunté qué los habría hecho tomar esa decisión editorial. Mala pregunta. No era “qué", sino “cuánto” el pronombre adecuado.

Los malos, en un intento fallido de apropiarse de una Selección a la que habían estado bajándole el precio durante cuatro años, felicitaban al equipo por la decisión (aún no tomada) de no ir a la Casa Rosada. Les soy sincero: me parece bien que un equipo campeón del mundo sea felicitado por las autoridades democráticas del momento (tal como ocurrió con Alfonsín y los campeones de México '86, o con CFK y Las Leonas en su momento), pero no me preocupa que la Selección Nacional de Fútbol, la gloriosa Scaloneta, no vaya a la Casa Rosada si no desea o no puede hacerlo. Lo que sí me preocupa es la remota posibilidad de que en el 2023 vuelva a la Casa Rosada la Selección Nacional de Garcas. Espero que tengamos un buen equipo y les ganemos por goleada.

Como los garcas no se privan de nada, después criticaron el feriado. Sin embargo, tal como planteamos con Daniel Paz en este mismo diario, nadie dijo nada cuando ellos, en noviembre de 2018, decretaron feriado ante la llegada del G-20. Claro, era solo en Capital y se trataba de recibir a “sus” héroes. En cambio, los de la Selección son nuestros. Más allá de por quién vote cada uno, este es un equipo nacional y popular. Que no tuvo "angustia" por enfrentar a Francia. Que bancó los trapos en los malos momentos, que no se fugó ni prometió que todo mejoraría en el segundo semestre. Que no dijo “pasaron cosas” después del empate de los holandeses o los franceses. Que no se sometió. Que no les tuvo miedo. Y que varios años después de haber ganado la segunda Copa, ¡obtuvo la tercera!

Gracias, Scaloneta, por haberles sumado vida a 47 millones de argentinos. Gracias por esta alegría colectiva y singular. Gracias por habernos dado a todos, los pibes y los grandes y les jovats, un regalazo de Navidad anticipado. Gracias por arruinarles los pronósticos a quienes nos habían preparado una pesadilla. Esta vez, ganaron los buenos: Argentina, Vulgaria y Bangladesh.

Sugiero que acompañen esta columna con el video La gloriosa Scaloneta Campeona, de Rudy-Sanz (RS+):

y que lo sigan viendo, escuchando, cantando, bailando y difundiendo.