La isla de Bergman

(Bergman Island)

Francia/Bélgica/Suecia/Alemania, 2021

Dirección y guion: Mia Hansen-Løve.

Fotografía: Denis Lenoir.

Montaje: Marion Monnier.

Intérpretes: Vicky Krieps, Tim Roth, Grace Delrue, Mia Wasikowska, Anders Denielsen Lie, Hampus Nordenson, Clara Strauch.

Duración: 112 minutos.

Disponible en MUBI

7 (siete) puntos

Recalar en la isla de Fårö, donde Ingmar Bergman vivió, escribió y filmó algunas de sus películas, seguramente sea una experiencia singular. Su casa y el molino aledaño asoman como templos dedicados a la introspección creativa, donde llegan residentes, estudiantes, creadores, con el fin de dar a luz sus obras, al amparo del fantasma del genio sueco. Un proceso artístico no exento del tamiz turístico que transforma lo que toca en souvenir y paseo temático: entre éstos, un “Safari Bergman” como ejemplo suficiente.

Todo esto porque es allí donde transcurre Bergman Island, el film de la directora francesa Mia Hansen-Løve (Edén, El Porvenir), donde una pareja (Tim Roth y Vicky Krieps) viaja con la motivación puesta en cuestiones más o menos coincidentes: hay algo de turismo, también de descanso, pero con el trabajo a cuestas, ya que cada uno está embarcado en la elaboración del guion de sus próximos films. Pero tales cuestiones serán desbrozadas luego, sin apuro. De hecho, pareciera que el film tiene el acento puesto en él, en Tony, un director de cierto prestigio que es esperado y celebrado en entrevistas, que dialoga sobre su manera de hacer cine y las películas de Bergman. Ella, Chris, pareciera acompañarlo en la faena, hasta que su tarea se revela también notoria.

El film de Hansen-Løve provoca esta inclinación cuando deja que su personaje tome consciencia de sí y se despegue progresivamente de las tareas de su pareja: al buscar una morada propia donde escribir, al no acompañarlo a toda actividad programada, cuando conoce otra persona (en escenas que bien podrían emular a Un verano con Mónica), al descubrir una suerte de vida paralela dentro de esa misma isla circundada de cine y fantasmas.

El término “fantasma” es menester, se lo cita en varias oportunidades y se lo invoca a través de las creencias mismas de Bergman. A la sombra del director sueco –sobre quien se pronuncian verdaderos fanáticos, conocedores de todo detalle de sus películas y episodios de vida; elementos con los que Hansen-Løve pareciera, sutilmente, decir sobre la incongruencia de un “fandom” semejante– se erigen en silencio sus compañeras, entre ellas (fueron muchas) Bibi Anderson (porque Chris utilizará, nada ingenuamente, los mismos lentes oscuros de la actriz) e Ingrid von Rosen, cuyo fallecimiento habría convencido a Bergman de una cercanía fantasmal, algo que el film explicita.

Como sea, la salita privada donde ver copias en 35 mm del director posee una butaca dedicada, justamente, al espíritu de Bergman. A su lado, Tony y Chris miran cine, y como se sabe, nada más solitario que mirar una película. ¿Qué es lo que sucede entre ellos y en cada uno? ¡Más aún cuando comparten el mismo dormitorio donde Bergman rodó Escenas de la vida conyugal!

De manera consecuente con una puesta en escena propia, que remite a Bergman, sus preocupaciones y obsesiones, pero sin la necesidad de los recursos formales del maestro sueco (ya que no se trata de emular ninguna de las piezas maestras de Bergman, la de Hansen-Løve no es una película adoratriz; y no faltará personaje que mande al traste a Bergman y a quien sea), la directora construye un film personal, propio, en donde la premisa del relato se ofrece clara para, sutilmente, dejar entrever otras posibilidades: la pareja no está tan unida; y el viaje no se circunscribe, necesariamente, a Tony y su trabajo. Menos todavía cuando sea otra la película que emerja, a través del guion que ella escribe y narra a su compañero.

Allí, en esa película interna que cobra vuelo, las vicisitudes de sus personajes serán otras, en todo caso metáforas de algo que inevitablemente repercute en Chris, en quien escribe esta historia, donde no faltan los encuentros y desencuentros; como si fuese un dolor imposible de evitar, que no se puede resolver. De esta manera, Bergman Island se quiebra en dos historias; una de ellas, subsidiaria de la otra. Lo que no evita, todo lo contrario, un pretendido efecto rebote.

En este sentido habrá que pensar en el desenlace que se ofrece, en donde todo lo visto podría ser depositado, íntegro, en otra capa narradora, totalizadora, que hasta el momento final supo cómo hacerse invisible. Una especie de trampa válida, que en nada altera lo visto sino que, en todo caso, sabe cómo concluir el relato. Al hacerlo, deja intactas las dudas del personaje, los matices que la hacen sonreír y guardar silencio, el bloqueo creativo y la posibilidad misma de hacer una película. Y todo ello al amparo de esa sombra avasallante, imposible de domesticar, que significa la obra de Ingmar Bergman.

Por último, vale destacar la tarea de la actriz Vicky Krieps, quien ofrece otra caracterización acorde con un film de narrativa quebradiza, que su personaje sostiene de manera encantadora y huidiza; así como en la notable Abrázame fuerte, de Mathieu Amalric, también disponible en MUBI.