Soy afroargentina en 5° generación. Mis ancestros llegaron esclavizados al Río de la Plata a principios del siglo XIX. El término “negro” fue incluido en mi familia de manera habitual y no lo considero ofensivo en su expresión.
Durante el mundial de Qatar sobresalió una nota del Washington Post sobre por qué no había negros en la selección argentina. Surgieron discusiones sobre el racismo y reflexiones diversas.
Nuestra Patria fue inicialmente forjada por la sangre y por la fuerza de tres ramas: la de los pueblos originarios, la africana esclavizada y la española conquistadora. En la Constitución Nacional de 1853, el Preámbulo menciona “para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, sin embargo, en el artículo 25 hace hincapié en la inmigración europea, quienes comenzaron a llegar en número considerable.
Los africanos fueron traídos como esclavos, durante la época colonial, para sustituir la mano de obra de los pueblos indígenas exterminados. Solís descubrió el Río de la Plata en 1516, Garay realizó la segunda fundación de Buenos Aires en 1580 y los primeros esclavizados comenzaron a llegar por contrabando en 1590. Nos implantaron en América. Durante 300 años nos sojuzgaron, nos quitaron nuestra identidad, naturalizaron la desigualdad. Algunos afroargentinos lucharon y murieron por la Patria, otros hicieron una vida común de acuerdo con lo que se esperaba de ellos, otros aceptaron las nuevas reglas del juego y se incorporaron a la modernidad propuesta por la Generación de 1880. Los genes africanos se fueron blanqueando. Los afrodescendientes pasaron inadvertidos por la vida y por la historia.
Durante cuatro siglos fueron traficados hacia América más de 10 millones de africanos. A la Argentina llegaron menos que a otras zonas de América, por eso se supone que aquí hubo pocos negros. Luego de la Revolución de Mayo, de las guerras de la independencia, las guerras civiles y la guerra contra el Brasil, se sucedieron transformaciones para la población afrodescendiente. La abolición de la esclavitud tuvo marchas y contramarchas. Alcanzar la libertad no fue fácil. Las prácticas de esclavización ilegal se mantuvieron durante muchos años. La precariedad de la libertad, la desigualdad, la pertenencia a clases sociales bajas y el sojuzgamiento sometieron largamente a la población afrodescendiente. Ser de color implicaba desigualdad. Se representaba a la población esclava, liberta o a los negros libres como sujetos peligrosos para el orden social, ligados al delito, la inmoralidad y los vicios, produciendo una estereotipación de esta población que justificaba el refuerzo de las medidas de control sobre ellos.
En 1853, la Constitución Nacional abolió la esclavitud, pero la población afroporteña fue libre legalmente en Buenos Aires desde 1861 al incorporarse a la Confederación. En Buenos Aires no se efectivizó en todos los casos, se fue adaptando a las nuevas normas implícitas y explícitas de convivencia.
Hacia finales del siglo XIX los afroporteños participaron de emprendimientos culturales y sociales. Fueron músicos, escritores y periodistas. El candombe es uno de los orígenes del tango y la milonga. Fueron construyendo un nuevo espacio con los inmigrantes recién llegados que se haría tradicional unos años más tarde: el espacio del mundo urbano popular. La mayoría de los inmigrantes europeos, por lo general pobres y sin instrucción, ocuparon los espacios habitacionales y laborales de los negros y se relacionaron social y afectivamente con ellos. La disminución de los hombres negros por su participación en las guerras y el arribo de inmigrantes llevó al mestizaje a través de las mujeres negras con hombres blancos y al blanqueamiento fenotípico de los porteños. También se ocultó la ascendencia negra en las familias. El color de la piel es visible y puede disimularse su origen, pero la composición genética de la sangre persiste.
Ignorados por la historia oficial, ausentes en la conciencia histórica de los argentinos, se blanqueó a nuestra población nativa. Se negó la realidad de la piel diferente. Para lograr que la Argentina entrara en la modernidad se hizo desaparecer a los negros, se los invisibilizó en los documentos públicos (censos, certificados de nacimiento, casamiento y defunción). No se gestó un proyecto intencional de exterminio de la población negra preexistente, directamente se la borró de la memoria social y paulatinamente se instaló el olvido colectivo. El proceso de invisibilización tuvo éxito. Con el prejuicio racial, adormecido por la integración, el desconocimiento y la negación de la presencia negra en nuestra historia, así como su influencia cultural, se logró que la comunidad negra se blanqueara, se invisibilizara a sí misma, se olvidara de su pasado africano y hasta negara su autopercepción, dejando de reconocerse pertenecientes e históricos. Esto es lo que los argentinos aprendimos de nuestra historia y se sigue reproduciendo en la vida cotidiana y en la identidad nacional.
En Argentina y en Buenos Aires hoy convivimos diversos colectivos afro: afroargentinos del tronco colonial, afrodescendientes de inmigrantes de países latinoamericanos, africanos y afrodescendientes de inmigrantes africanos. Incluso la visibilidad de los negros extranjeros continúa reafirmando que no existen los negros argentinos.
Para la construcción de la identidad personal y nacional es imprescindible el reconocimiento social y el autoreconocimiento desde lo personal-individual. Conocer nuestra propia historia familiar y social es esencial para reconocernos afrodescendientes. Estamos a la espera del resultado del último Censo Nacional de población, sabremos cuántos nos autopercibimos afrodescendientes.Y tal vez, cuántos hay en la selección, aunque pasen desapercibidos. Porque el gen afro persiste más allá del color de la piel.
Virginia Martínez Verdier es autora de “Argentina
en blanco y negro. Afroporteños. 200 años de historia”. Enigma Ed. 2021.