Lo que pasó con la Selección desde que asumió Lionel Scaloni como técnico derribó todas las teorías alrededor del fútbol. Aquellos que supuestamente saben quedaron expuestos en cuanto a que los partidos se juegan en la cancha y no en las palabras. Teorizar sólo sirve para pasar el rato o ganar minutos en los medios de comunicación.

Pocos daban dos pesos por Scaloni. Quienes lo criticaban se amparaban en que no tenía experiencia para agarrar un seleccionado que venía de capa caída. El ciclo de Sampaoli había terminado demasiado mal, Messi estaba más cerca de irse que de quedarse y las figuras ya no se identificaban con la mayoría de la gente. ¿Qué podía entonces hacer alguien joven, que ni siquiera había dirigido en un club? La lógica indicaba que el seleccionado no era para él sino para un Gallardo, un Gareca o hasta un Heinze, entre tantos otros nombres. Alguien con experiencia, se decía, se pedía.

Pero Scaloni agarró el fierro caliente y en silencio le dio para adelante. Incluso se llegó a señalarle que no se haya ido con Sampaoli, de quien fue integrante en su equipo de trabajo. Pero lo primero que hizo Scaloni fue juntarse con Messi. Ahí se empezó a gestar esta Selección que hoy es campeona del mundo.

Había que hacer renacer un equipo. Se fueron varios jugadores de primer nivel que no eran del todo aceptados. Se quedaron unos pocos. Y se convocó a jóvenes ya consolidados y a otros que iban por ese camino. Esta metodología la siguió incluso hasta Qatar. Se decía que futbolistas sin experiencia no podían jugar un Mundial. Pero el técnico apostó por los jóvenes; vale como símbolo el caso de Julián Álvarez.

Lo que se armó fue un equipo. Eso se nota y los mismos jugadores lo afirman. Hasta Messi habló de “equipo” y no de liderazgos. “Ayudo a mis compañeros”, dijo el capitán cuando se eliminó a Croacia. Sacando a Messi –que es, lejos, el mejor del mundo– no hay en este plantel futbolistas más destacados que otros, salvo para Panini. Sale Di María y alguien puede ocupar su lugar. Sale el arquero, y hay otro que también puede dar seguridad. Así, con todos los puestos. Eso es mérito del entrenador.

El tercer lugar en la Copa América 2019 no consolidaba nada a Scaloni. Se seguía hablando de supuestos nuevos técnicos. Discutido por muchísimas cosas, en este caso hay que darle la derecha al presidente de la AFA, Claudio Tapia, que bancó el proceso. Como en 1986 otro discutido, Julio Grondona, bancó a Carlos Bilardo.

En el caso de Scaloni, es imposible no pensar en cómo pudo aguantar los ataques impiadosos que partieron desde los medios de comunicación. La práctica se hace todos los domingos y la Selección no es la excepción. Están los casos de ciertos operadores-periodistas que bajaban línea desde el violento: “A usted le hablo (Jugador XXX). Renuncie. No juegue más”, y cosas así.

Cuando el Seleccionado ganó la Copa América en el Maracaná, muchas cosas cambiaron. Una de ellas, la confianza. La noche de la final fue excelente. Di María –tan expuesto a los ataques como el mismo Messi o, antes, Agüero o Higuain– la rompió. Se convirtió en símbolo del plantel en esos 90 minutos inolvidables.

Aquella noche ante Brasil sólo es comparable con lo que jugó ante Francia en la final de Qatar. Dejó claro que las teorías de otros no tienen asidero cuando hay confianza en uno mismo. No cualquiera hace los lujos necesarios en el momento justo, como el Fideo de la final.

Ni hablar de Messi, que sigue rompiendo récords y se afianzó en el amor de todas y todos. Porque tal vez él sí necesitaba que le ratifiquen aquello que algunos querían negarle: el afecto de la gente, el papel de ídolo, el rol de crack.

Pero hablemos de Scaloni, que ya se ganó el cielo. Incluso hasta selló con su nombre al seleccionado: la Scaloneta. ¿Alguien recuerda que haya existido un bilardoneta, una menoteta o algo así? A lo sumo un “el equipo del narigón”, pero nada expresa tanto cariño como un apodo. En este caso, Scaloneta.

Argentina jugó a un nivel increíble. Fue de menor a mayor y ganó la final con justicia. En el balance de juego, fue muy muy muy superior al Francia que asomaba como fantasma. En el primer tiempo lo bailó y en el segundo se equipararon. No se puede restar méritos a los franceses, que acertaron con los cambios y que tienen a Mbappé. De todos modos hubiese sido injusto que Argentina no fuese el campeón.

Scaloni, el técnico sin experiencia, el que no tenía chapa para dirigir a la Selección, y menos en un Mundial, ganó tres títulos (a la Copa América y a Qatar se le suma la Finalíssima, contra Italia). Además, de 56 partidos que dirigió ganó 37, empató 14 y perdió 5. Logró el 75 por ciento de los puntos en juego. Cuántos técnicos con experiencia no llegan a esos números. Scaloni demostró que las teorías no sirven para nada. Que las cosas se ven en la cancha.