Fue el año de los regresos. O más bien, de “el” regreso. Posiblemente este 2022 será recordado como el año en que la música clásica –o cómo se quiera llamarla– volvió a su ritual primordial: el concierto en vivo. Efectivamente, en los últimos meses muchos volvieron a esa insustituible ceremonia de silencios y carraspeos;, a respirar el aire de la faena del artista ansioso de aplausos y sensible a las críticas, a coronar noches con comentarios más o menos destemplados en la cena del después. La temporada, que en marzo prudentemente prescribía el tapaboca, aunque sin limitaciones en los aforos, terminó en diciembre con los multitudinarios festejos del Mundial de fútbol en las calles y los músicos del Colón tocando en las escalinatas del Teatro. En el medio: ópera, conciertos sinfónicos y recitales. Músicas nuevas y las de siempre.

Hablando de rituales, seguramente el Festival Argerich, en agosto en el Teatro Colón, quedará entre lo más recordado y más aplaudido de la temporada. Con su presencia carismática, la gran pianista traspasa el hecho del concierto, provocando lo que sólo los elegidos pueden provocar en un público que además de fiel es cada vez más amplio y no necesariamente “erudito” en “música clásica”. Si sus actuaciones con orquesta fueron extraordinarias, su recital a dos pianos junto a Sergei Babayan, con música transcripta para piano de Prokoviev, fue sencillamente co-lo-sal.

El Colón y el Centro Cultural Kirchner, con espíritus distintos, fueron epicentro de mucho de lo que sucedió en materia de “música clásica” en Buenos Aires. En el CCK, dentro de una programación musical que entre cierto extravío conceptual exageró con el homenaje como recurso -¿forma de conservadurismo?-, la música “académica” –así la llaman, todavía– tuvo muy buenos momentos. La política de “sustitución de importaciones”, obligada por presupuestos escasos en relación a los precios internacionales, impulsó propuestas muy interesantes. La Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto abordaron repertorios poco frecuentes y estrenos, en gran parte obra de compositores argentinos, con solistas, directores y directoras nacionales. Incluso algunas notables, como Natalia Salinas, que al frente de la Sinfónica Nacional, con el Coro Polifónico Nacional y el Coro Nacional de Niños, en noviembre recuperó el oratorio Turbae ad Passionem Gregorianam Op.43, de Alberto Ginastera, una obra que no se escuchaba en Buenos Aires desde hacía cuarenta años.

Anna Netrebko en Tosca.

En la misma sintonía, Luis Gorelik dirigió la Sinfonía Bíblica de Juan José Castro (septiembre), otro aporte que ayuda a dilucidar la ilusión de “lo argentino” en la “música clásica”. De Ginastera, la Sinfónica había hecho Glosas sobre temas de Pau Casals en octubre, en un programa dirigido por Santiago Santero, donde se escucharon además los estrenos de Ímpetu para piano y orquesta –del mismo Santero–, y Dimmi chi fosti, de Juan Carlos Tolosa. Del compositor cordobés, la Filiberto –orquesta cuya versatilidad estilística bien representa las necesidades de este tiempo–, estrenó en diciembre Un hilo sonoro, bajo la batuta de la misma Natalia Salinas, junto a obras de Alex Nante y Nicolás Enrich.

Otros estrenos de la Sinfónica Nacional fueron el Concierto para trompeta, saxo, órgano y orquesta, de Valentín Garvie (marzo), bajo la dirección de Gustavo Fontana; el Concierto nº1 para violín, bandoneón y orquesta, de Juan Pablo Jofré (julio), con Christina Baldini, y Un ángel de hielo y fuego, de Juan María Solare (octubre), bajo la dirección de Mariano Chiacchiarini.

La gran noticia del año para los organismos estables de la Nación no vino de lo artístico, sino de lo político. La entrada en vigor del nuevo “Convenio colectivo de trabajo sectorial del personal de orquestas, coros y ballets nacionales”, creado a partir de la voluntad del ministro de Cultura Tristán Bauer y puesto a punto entre representantes gremiales y el Estado, hizo frente con equidad a los viejos problemas del sector, desde lo salarial hasta la figura profesional del artista.

El Colón en su salsa

Nueve funciones de La boheme, y diez de Tosca, esta última con la actuación sobresaliente de la soprano Anna Netrebko, marcaron el inicio y el final de una temporada lírica que por sobre cierto perfume de tuco recocido, tuvo algunos momentos destacables. Por ejemplo, la dirección de escena de Rubén Szuchmacher en El cónsul de Menotti (mayo); el tenor Javier Camarena y la soprano Nadine Sierra en El elixir de amor de Donizetti (agosto); el barítono Károly Szemerédy y la mezzo Rinat Shaham en El castillo de Barbazul de Bartok, con la sugestiva escena de Sophie Hunter (setiembre).

El contratenor Jakub Józef Orlinsky y la mezzosoprano Magdalena Kozená se destacaron en el ciclo “Artistas Internacionales”, donde actuó Plácido Domingo, que regresó al Colón después de 24 años (y varias acusaciones por acoso sexual y abuso de poder). El Mozarteum, por su parte, celebró sus 70 años con una temporada que destacó al siempre apreciable pianista Nelson Goerner (setiembre) y el violonchelista Pieter Wispelwey, con la integral de las suites de Bach (noviembre).

Si con su clásica indiferencia a la producción contemporánea el ciclo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires prácticamente sólo pudo ofrecer como novedad el estreno del Concierto para orquesta de Esteban Benzecry, el ciclo Colón Contemporáneo cumplió con eficacia su misión de museo de las vanguardias. Sequenza VIII de Luciano Berio y Concierto para violín de Gyorgy Ligeti por el italiano Francesco D’Orazio (mayo); la Sonata Concord de Charles Ives por el pianista Joonas Ahonen (julio), y el Ballet Mécanique de George Antheil con la dirección de Rut Schereiner (octubre), quedarán entre lo más logrado de la temporada. Otra criatura de Martín Bauer, el Festival No Convencional, se afirmó con propuestas atractivas, como Experimentum Mundi de Giorgio Battistelli en el Teatro San Martín (octubre), y la ópera para coro Welt-Parlament de Karlheinz Stockhausen, en el recinto de la Legislatura porteña (noviembre).

Nuevas músicas

La música de este tiempo tuvo más espacios. El Centro Cultural Borges propuso “Industria Nacional”, un ciclo de música contemporánea con cadencia mensual, que tuvo la curaduría del compositor Marcelo Delgado y la participación entre otros La Compañía Oblicua (junio), las cantantes Graciela Oddone y Virginia Correa Dupuy junto a la pianista Silvia Dabul (julio); Haydée Schvartz y Elías Gurevich (Noviembre). También en el Borges, con la válida excusa de presentar los seis discos publicados este año, el siempre verde compositor y pianista Oscar Edelstein ofreció una performance junto a la cantante Deborah Claire Procter.

Por su parte, en la despareja variedad del Festival Ruido, en el CCK Fréderic Blondy presentó el estreno americano de Occam XXV, para órgano solista, de la mítica compositora francesa Éliane Radigue. La cuarta edición del Festival Nueva Ópera Buenos Aires, impulsado por la Fundación Williams (octubre), articuló en distintos espacios de Buenos Aires una idea de la ópera y sus posibilidades. Más tradicional, el Festival Konex de Música Clásica estuvo dedicado a “Wagner, Verdi y la lírica”, en ese orden. Por otro lado, la ópera Patagonia, de Sebastián Errázuriz , producida en Chile, con puesta en escena de Marcelo Lombardero –que este año no trabajó en Buenos Aires, pero sí en Estados Unidos, Estonia y Uruguay– recibió un Premio Ópera XXI, en España y será puesta en el Cervantes en 2023.

 

Dejando en claro que bajo la siempre generosa ala de “lo clásico” sucedieron más cosas que las que podría digerir este balance, es oportuno señalar, para terminar, que este fue también un año del cambio de guardia en el Teatro Colón. Jorge Telerman, que en marzo ocupó el lugar de María Victoria Alcaraz, renovó algunas piezas de la conducción, manejó la programación heredada y planteó una más ambiciosa para el próximo año. Pero deberá hacer las cuentas con el malestar de los cuerpos estables artísticos, que esta semana se manifestaron en las escalinatas de calle Libertad para advertir sobre “la crisis institucional que pone en riego la histórica excelencia del teatro”, producto de “la mala administración de los recursos, la falta de atención y el destrato por parte de las autoridades”, como expresaron en un comunicado conjunto. El final queda abierto.