La gloria máxima se alcanzó en Qatar. Pero el título mundial que tanto nos enorgullece a los argentinos se empezó a construir desde mucho antes. Desde el primer día en el que chicos que se llamaban Lionel Messi, Angel Di María, Dibu Martínez, Julián Alvarez o Enzo Fernandez ingresaron a un club de barrio para patear un pelota y hacer los palotes futboleros que años más tarde los llevaron a levantar la Copa del Mundo. En esas pistas de baldosas y cemento gastado donde se raspan las rodillas, en esas canchas peladas en las que una mata de pasto es un lujo, empezó a cobrar forma la Selección de Lionel Scaloni. Allí se forjó el estilo y el carácter que ha vuelto a asombrar al planeta fútbol. Allí se lo sigue forjando de cara al futuro.
Semilleros como los clubes General Urquiza de Mar del Plata (Dibu Martínez), El Tala de González Catán (Gonzalo Montiel), Barrio Nuevo de Villa Devoto (Nicolás Otamendi), La Recova de Villa Lynch (Enzo Fernández), Grandoli (Messi) y El Torito de Rosario (Di María), Don Bosco de Zapala (Marcos Acuña) y Atlético Calchín (Julian Alvarez) entre tantos otros, deberían recibir bastante más que un reconocimiento honorífico. Cumplen una visible función social. Y forman parte de un sistema de detección y desarrollo de jugadores infantiles y juveniles que debería tener algún tipo de respaldo económico de parte del Estado Nacional, las provincias o los municipios. Y hasta de la misma AFA que cobró 52 millones de dólares por haber salido campeón en Qatar. Al menos para que esos chicos que mañana pueden ser cracks practiquen en canchas dignas con indumentaria digna, se bañen con agua caliente y puedan comer algo más nutritivo que el pebete de jamón y queso, el alfajor y la gaseosa. Y para que esos clubes no queden librados a la mano invisible del mercado y no tengan que hacer malabares a la hora de pagar la luz, el gas, los impuestos o el sueldo de los entrenadores.
Debe quedar muy en claro que lo que aquí se propone no es que el Estado se haga cargo de la formación de los futuros jugadores. Ni siquiera de financiar escuelas privadas en algunos casos relacionadas con el negocio del fútbol. La idea es no dejar a la intemperie a asociaciones civiles sin fines de lucro (de eso se habla cuando se habla de los clubes de barrio) que modesta y silenciosamente hace años que vienen dándole sosten y cobertura a milllones de familias con hijos que quieren divertirse "jugando a la pelota" pero que también (y acaso desde hace una semana más que nunca) sueñan con levantar algún día la próxima Copa del Mundo de la Argentina.
En esas entidades tan ligadas al patrimonio cultural y emocional de los pueblos y las pequeñas ciudades está la base de la inmensa grandeza del fútbol de nuestro país, el principio de la gloria. Esos clubes también alzaron la Copa junto a Messi en Qatar. Sin ellos, nada de todo lo vivido hubiera sido posible. Los jugadores nacen allí. Y eso debe ser reconocido y apoyado ahora que se celebra el mayor de los triunfos.