La historieta argentina de 2022 no parece una continuación de la de 2021, sino de la de 2019. A falta de cifras avanzadas sobre la cantidad de publicaciones del año, lo que se constata es una recuperación del sector especialmente en términos del circuito. 2022 fue el año en que volvieron los grandes festivales y convenciones del rubro. Crack Bang Boom, en Rosario, tuvo su postergadísima fiesta, el ultraindependiente Dibujadxs finalmente cerró su ciclo, los Premios Banda Dibujada subieron a escena para premiar apretadamente toda la producción de los últimos años y, de paso, volvieron las grandes muestras: Maitena tuvo su merecida retrospectiva en el Centro Cultural Kirchner, el Centro Cultural Borges –recuperado ahora por el Ministerio de Cultura de la Nación- expuso originales del Viejo Breccia y hasta espacios afines al medio, como la Alianza Francesa, volvieron a ofrecer sus paredes al trazo de los artistas nacionales.

En términos editoriales, hay algunas señales de recuperación. Más allá de la consolidación de algunos sellos como los más productivos (LocoRabia y Hotel de las Ideas siguen ahí firmes al tope de quienes más publican), varias otras editoriales están ganando impulso y lentamente aumentan su cantidad de títulos anuales. Otras, que la pandemia había paralizado, volvieron tímidamente a las bateas con al menos un título y anticipando otros en redes (caso La Pinta o Szama Ediciones, por ejemplo). La percepción común a los editores del rubro es que la inflación sigue complicando el proceso de recuperar el volumen de publicaciones que supo alcanzarse años atrás. Pese a que los mecanismos de preventa están muy activos y garantizan a veces cientos de ejemplares colocados en el mercado que ayudan a cubrir los costos de imprenta, cada pedido de presupuesto se percibe en el sector como un salto al vacío.

En estas páginas ya se señaló en otras oportunidades que la historieta es comparativamente cara de imprimir (por el tipo de papel que exige y sus condiciones de color), pero los precios de venta muchas veces se ubican por debajo de libros de otros rubros. Reconstruir esa rueda virtuosa de ventas / nuevas publicaciones / nuevas ventas es el desafío (uno de ellos, al menos) que se planteó en el Festival Galera, también organizado en Rosario, y que buscó aunar a los editores en discusiones (y soluciones) comunes. Mariano Abrach, su organizador, señaló entonces respecto a su experiencia y la de sus colegas que ante la inflación y los presupuestos abultados de las imprentas casi todos encontraron alguna solución para llegar con la mayoría de los libros proyectados a los eventos importantes. A veces fue la preventa, otras imprimir menos ejemplares, a veces aumentar los precios, en unos pocos casos postergar algún lanzamiento de menor impacto. En el considerando general se impone la idea de que, salvo circunstancias realmente extremas, la historieta ya tiene un saber hacer y una cintura para sobrellevar estas peripecias. 25 años publicando entre una crisis y otra dan gimnasia.

Lo que se aplacó respecto de años anteriores fueron las colecciones en kioskos. Si algunos años atrás llegaron a coexistir cuatro o más colecciones extensas y regulares de distinta índole (aunque con predominio de superhéroes), este año estuvieron lejos de marcar el ritmo de las billeteras lectoras. La explicación más plausible es que se trata de la clase de productos (o de proyectos empresariables sensibles a) que sufren los cimbronazos económicos. Ese público puede haberse repartido entre las firmas más metidas con la publicación de material licenciado (OvniPress, Ivrea). Los lectores ocasionales quedaron de lado, pero los fans más rigurosos volcaron esos recursos a la otra producción local. Finalmente, los grandes grupos editoriales experimentaron dos caminos diametralmente opuestos. Penguin House Mondadori disminuyó al mínimo la publicación de historietas. No importó casi títulos del rubro y sólo lanzó novedades y recopilatorios de historieta infantil. Grupo Planeta, en tanto, trajo cantidad de novedades de afuera, incluyendo Paper girls (que tuvo una adaptación televisiva tan promisoria como fallida).

Aunque en este balance no suelen mencionarse esas adaptaciones a la pantalla, es imposible soslayar el fenómeno que generó la llegada de The Sandman a Netflix, que impulsó las ventas del clásico de Neil Gaiman y conquistó los corazones de su vieja guardia de lectores.

Finalmente, cabe destacar algunos títulos de lo muy bueno publicado en el año. De la producción nacional, Estrella Roja (de Manuel Loza, por LocoRabia), El Nuevo Milenio (Rocío Espina, por La Pinta), Valizas (Rodolfo Santullo y Marcos Vergara, por Historieteca), La cárcel del fin del mundo (Santiago Sánchez Kutika y Kundo Krunch, por Hotel de las Ideas), y Turba (Lauri Fernández, Hotel de las Ideas) saltan a la memoria casi inmediatamente. Y entre los extranjeros, el flamante Matadero 5 (Hotel de las Ideas), El gato del rabino (ídem) y Astérix y el grifo (Libros del zorzal), y excepcional El azul es un color cálido (Merci Editorial). Páginas para descubrir, por suerte, nunca faltan.