A poco de cumplir cuatro décadas, lo que aún llamamos democracia implicó desde un principio algunos acuerdos básicos de los que nadie podía retirarse. Quizás el sometimiento a la voluntad electoral, pero sobre todo en el mismo movimiento la exclusión de la violencia política entendida como acción directa sobre las personas, fueron los puntos más notables de ese acuerdo básico. ¿Qué es la representatividad política? ¿Cuál sería la relación en ese nuevo sistema integrado entre partidos políticos, movimientos sociales, sindicatos, empresarios, iglesias?

El punto es que solo cierta ingenuidad, acaso necesaria al principio, podía suponer que la sola existencia y validación de un régimen electoral podía garantizar el pleno ejercicio del gobierno del pueblo o, lo que es más complejo aún, el ejercicio pleno de los derechos sociales y políticos, la subsistencia. Tempranamente, el primer alfonsinismo acuñó conceptos como transición a la democracia y, lo que empezaba a ser una manera de nombrar diferentes tipos de conflictividades, también surgieron conceptos como corporaciones y poderes fácticos. Si el hombre va hacia el agua, una compilación de artículos de Eduardo Rinesi, recientemente publicada por Ubu ediciones, nos permite adentrarnos en los casi cuarenta años de democracia desde una perspectiva crítica que no se aparta de la teoría democrática, quizás de la propiamente llamada Ciencia Política, sino que la revisa y observa desde sus propios límites. En verdad, hace tiempo que Rinesi construyó su propia perspectiva, su campo de trabajo, desde esta mirada crítica de la política, estableciendo una serie de aperturas y despliegues, produciendo rupturas e iluminaciones claves e interesantes. De manera temprana, Rinesi abrió el pensamiento político a algunos de sus maestros e interlocutores: Oscar Landi y Horacio González. Con Landi, a la política le incorpora el teatro, la performance, una discursividad ampliada. Con González, las reverberaciones son múltiples. En ambos casos, la política deja de ser una materia de cientistas del protocolo constitucional, encuestólogos por sí o por no, y se busca entender una porción indeterminada de las tradiciones y los movimientos, en suma, de las pasiones políticas. Esa forma de teorizar la política, pero también la praxis y la acción, según le quepa a cada tradición sugiere todo el tiempo relecturas entre cultura y política.

Pensar la política que no se juega únicamente en el Palacio sino también en la Calle. Y donde la palabra del líder puede anudar a la multitud en la plaza con la autoridad institucional, al legislador con el representante. De ese modo, Rinesi aporta hipótesis luminosas que van de Alfonsín a Cristina a través de sus actos, de sus intervenciones, de sus recortes de sentido. El conjunto de artículos que aquí se publica tiene el doble interés de abarcar los veinte años posteriores a la crisis de 2001, con todo un despliegue de información y detalles sobresaliente, pero además permite establecer comparaciones entre este segundo momento democrático con el anterior, que Rinesi podría segmentar entre 1983 y 2001. Hay un hilo conductor ético político, pero también teórico y práctico, del modo en que la política argentina se propone a sí misma un modelo de gobernanza y sus propios límites. Ese corte de 2001 (que en este libro se expande hasta 2021) clausura la agonía de la promesa democrática inicial, como primer bloque, y preanuncia una disputa intempestiva tan luego. Son veinte años que trabajan sobre los casi veinte años previos. Si la primera parte democrática estará protagonizada por Alfonsín y Menem, los protagonistas de este segundo bloque, de este libro, serán Néstor y Cristina, y como contracara Macri. Hay algo en el estilo rinesiano que construye una máquina narrativa atractiva y de impaciente lectura. Como señala Emiliano Galende en el prólogo: "El estilo de Rinesi, particular por donde se lo mire, se asienta en el trabajo paciente del artesano que supo crear para su análisis una lengua a medida. Por eso sus notas, sus artículos y sus libros, no pertenecen a un género específico, no están escritos en la jerga de la politología académica ni en la de la filosofía política ni en el del análisis de los medios. Todas esas disciplinas están contenidas en su modo de exponer, así como lo está también -y creo que en primer orden- un uso sutil y libertario de la semiología, pero lo que él hace es otra cosa, una especie de género aparte".

En los textos de Rinesi está la ciudad política, la que duerme teatralmente el sueño de un afuera sin realización pero que busca un sueño. Por eso el púlpito, la plaza, el campo, el atril, el set televisivo, más acá en el tiempo podríamos decir también las redes, van configurando escenas y bastidores en los cuales se desenvuelve y se despliega la política. Esos lugares, esas escenas, son la arena política. Y en el camino aparecen referencias que, como incrustaciones, aluden al pasado, a las promesas originarias. Hay artículos dedicados a su hija Malena, a Nicolás Casullo, a Lucas Rozenmacher, a la Toti, y por supuesto a Horacio González.

Lo que preocupa a Rinesi es la representación política como apuesta y como acto de libertad, como irrupción y como deseo colectivo, el modo quizás extraordinario en que la humanidad puede aún decir una palabra de sí misma. En este sentido, estos artículos podrían leerse en línea con los últimos ensayos de González sobre humanismo, sobre la cautiva en la cultura argentina, no tanto por las coincidencias sino porque son complementarios. Porque ambos construyen un pensamiento en mosaico, es decir, lo que no está o falta acá, está allá, y viceversa. Es como si Rinesi y González se hubiesen puesto de acuerdo en el arreglo musical, y a uno le tocara la sección de la percusión y a otro la sección de las melodías. Donde las instituciones y la política se secan, donde el parlamento empatado y los poderes estériles se paralizan, allí aparece el canto anterior, las aguas profundas, lo que queda por encontrar y decir en otros baúles y arcanos.

Es en suma el hallazgo de la política cuando reabre el curso del acontecimiento. Lo que Benjamin y Brecht discutían en la Berlín de los años 20, lo que acaso el Frente Cultural del PC discutía en los 60 con el Manifiesto de la Nueva Canción, lo que también sabían los hombres y las mujeres de Teatro Abierto o los Artistas del Borda. La pregunta vuelve a ser cómo los dispositivos culturales reinician el camino de la política y la emancipación.