Los mensajes navideños del papa Francisco (homilía de Nochebuena, Urbi et Orbi y Angelus) estuvieron todos atravesados por ejes se entrelazan entre sí: la guerra (que es “tercera guerra mundial”), el hambre y la pobreza. Lo que Bergoglio viene subrayando en sus diferentes alocuciones es que no pueden entenderse los conflictos dispersos por el mundo (menciona reiteradamente la “guerra insensata” de Ucrania, pero también la continuidad de la violencia en Tierra Santa, Líbano, Irán, Yemen, Myanmar, Haití, Siria… entre otros) con los problemas de hambre y de pobreza que enfrenta la humanidad.
Es más. Denuncia que “toda guerra provoca hambre y usa la comida misma como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que están sufriendo”. Es una mirada compleja y estratégica que sale al cruce de interpretaciones focalizadas y circunscriptas a situaciones particulares que se suelen hacer tanto desde la política como desde ciertos espacios de la intelectualidad y como manifestación palpable del desconcierto interpretativo de la dirigencia. Desde su lugar Francisco hace también pedagogía política desbordando los límites de lo estrictamente religioso.
Para el Papa hay “carestía de paz” en cuyo marco la “dignidad y la libertad” son pisoteadas y las principales víctimas de la “voracidad humana” son los frágiles, los débiles expresados en la pobreza y el descarte. Para Francisco, en cambio, la riqueza no anida ni en el dinero ni en el poder, sino “en las relaciones y en las personas”.
Se trata de un discurso humanista y religioso que apela al cambio personal y comunitario. Pero que en muchos pasajes hace alusión a cuestiones estructurales también denunciadas por Francisco aunque sin aportar soluciones operativas y prácticas. “No le corresponde a la Iglesia entrar en este terreno”, diría seguramente Bergoglio si se le preguntara por esta cuestión.
El mismo diagnóstico será profundizado en el próximo mensaje de la Jornada Mundial de la Paz que el catolicismo conmemora el 1 de enero de cada año. En esa oportunidad el Papa subrayará que “las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas autónomos son en realidad uno la causa o consecuencias de los otros”. Mirada compleja, estratégica y multicausal.
¿Y qué tiene que hacer, qué debe hacer la Iglesia ante este diagnóstico?
Frente a este interrogante el magisterio de los antecesores a Bergoglio –y parte de las enseñanzas generadas por el propio Francisco- recurren a los documentos eclesiásticos ya consagrados. En este caso, el Papa -que está por cumplir en marzo diez años de pontificado- se apoya en las palabras de un santo obispo mártir latinoamericano asesinado por los militares salvadoreños en 1980: San Oscar Arnulfo Romero. Para decir con él que “la Iglesia (…) apoya y bendice los esfuerzos para transformar estas estructuras de injusticia y solo tiene una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres”.
También en eso Francisco resulta un papa original y fiel a la tradición de la iglesia que vive y transita en América Latina.