En una serie, la season finale es el último capítulo de una temporada, el punto donde confluyen, con la promesa de un estallido, los conflictos amasados en los capítulos previos. También es el momento de la especulación: ¿qué nos depara la temporada que viene? A lo largo del año, se habló mucho sobre “el nivel de season finale” que manejó el 2022. La serie que nos tuvo como protagonistas y espectadorxs entró en ese clima explosivo hace ya demasiados meses. Tengo grabado lo que me dijo un amigo horas después del intento de asesinato a CFK: “los años malos empiezan a terminar más temprano”. Recién arrancaba septiembre y la atmósfera ya era un polvorín.

Desde entonces, los estallidos fueron varios, también los plot twists. Finalmente, vino el mundial y la alegría popular trajo un cambio de tono para una temporada sobrepasada de desastres: incendios arrasadores, temperaturas aplastantes, amenazas de una guerra nuclear de proporciones globales, la circulación de una nueva ITS, procesos judiciales estilo House of Cards, extensos monólogos de villanos liberales, despedidas amargas y duelos aún peores. Si tuviéramos una bola de cristal, y más de una bruja entre nosotres debe tenerla, probablemente veríamos lo mismo, repetido y ampliado hasta el fin de los tiempos, porque los acontecimientos de 2022, la serie, además de ser oscuros, tuvieron el tinte de una premonición.

Pero no sería lo único. En medio del desastre, las disidencias sexuales volvimos a preguntarnos por nuestras implicancias y posibilidades de acción. Seguimos presas del vicio de ser activistas de Twitter, capturadas por el ombliguismo triste que nos impuso la pandemia y, sin embargo, este año logramos una convocatoria sin precedentes en la historia de la Marcha del Orgullo de Buenos Aires: casi 1.300.000 personas LGBT+ nos movilizamos para hacer memoria y mirar al futuro. Imposible ahogarse en la imaginación del desastre cuando la realidad todavía se tuerce a nuestro favor y se embellece. Cualquier hipótesis sobre el fin del mundo puede caerse si se le encuentra la venita queer.

Destino: utopía

En 2020, Caja negra lanzó su edición de Utopía queer, el libro de José Esteban Muñoz que nos estimula, a partir de una mirada crítica sobre nuestro pasado, a imaginar diferentes alternativas para nuestro futuro. Al mirar atrás, Muñoz relee No al futuro, trabajo esencial de Lee Edelman en el que encuentra la recomendación de que las personas queer renuncien a la esperanza y se aferren a la negación. Podemos leer que “la esperanza política no funciona para las personas queer porque, al igual que la significación, no fue hecha para ellas”. En la actitud de renunciar a esa esperanza encontraríamos “un cierto goce que al mismo tiempo nos afirma y nos niega”.

Aunque admira la propuesta de Edelman, el autor de Utopía queer no está plenamente de acuerdo con ella. Entre el camino de la negación y el de la homonormatividad complaciente (transitado, sobre todo, por lesbianas y gays conformes con el cis-tema), Muñoz observa un espectro de caminos posibles, queer en sus propios términos, cuyo destino es la utopía. “Utopía” no refiere acá a la tierra fabulosa que imaginó Tomás Moro, sino a nuestra capacidad para volver fabuloso, a través de esfuerzos creativos y colectivos, el mundo que habitamos. Es decir, no cancela el significado hegemónico de “utopía” sino que se lo apropia y lo resignifica.

En efecto, la significación no fue hecha para nosotres pero es nuestro el poder de detonarla y hacerla estallar en nuevos sentidos. Utopía queer nos convoca a realizar esta operación superadora; a través de ella podemos tejer una esperanza política que nos corresponda. La utopía es queer porque está fuera de la imaginación heterosexista, fuera de la repetición y del mandato, en ese relieve extraordinario donde la identidad sexodisidente se encuentra con el sueño y la potencia.

Las personas lgbt+ desafiaron la histórica significación futbolera y festejaron igual, aún en territorios hostiles. 


Un ejemplo cercano

En el podio de las manifestaciones más convocantes de 2022, la Marcha del Orgullo le cedió el primer puesto al festejo popular por la victoria de Argentina en el mundial. Entre el domingo 18 y el martes 20 de diciembre, más del 10 por ciento de la población del país se reunió en la avenida 9 de julio y en los pueblos y ciudades de provincias de todo el país para celebrar el triunfo de la Scaloneta. Fue una gran fiesta del régimen heterosexista, plagada de signos cuyos sentidos nos esquivaron históricamente, y desde luego recibió una adhesión sorda por parte de los agentes de la homonormatividad.

La chatura del relato que instaló la idea de que “los putos también estamos contentos” sin torcer las modalidades festivas del régimen heterosexista fue compensada, no obstante, con verdaderas exhibiciones de alegría queer: cantitos maricas en Tik Tok, locas abrillantadas en medio del lomaje chongueril, picaditos lésbicos improvisados en las inmediaciones del Obelisco y hasta un cartel viral que se animó a expresar el deseo que muchos hétero callaron: “Dibu, te chupo toda la verga”.

La utopía queer se reveló, entonces, cuando la significación futbolera, que es heterosexista y homofóbica por default, fue públicamente pervertida por las personas LGBT+. Una osadía semejante cobra especial vigor ahora que los discursos de odio repican de nuevo como campanas de guerra. De golpe, cualquier gesto subversivo puede tener una resonancia emancipadora. Tal vez sea un efecto del embate hostil, un tiro que les sale por la culata a los pakis: cuanto más callades nos quieren, más sonoro es nuestro escándalo.

Después de la fiesta

Ahora bien, la Marcha del Orgullo y los festejos mundialeros tienen en común un denominador festivo que nos sienta estupendamente. La preocupación no es ya cómo atraer a la fiesta a quienes reniegan de ella (junto a 1.300.000 personas que marchan por Avenida de Mayo bajo la bandera arcoíris, cualquier detractor se hace chiquito como el payaso de It ante el empoderamiento de les niñes). Ahora la cuestión es cómo trasladar el éxito político de la fiesta a otras órbitas de la acción colectiva.

La aleta negra del 2023 se acerca hacia nosotres; de fondo suena el tema principal de Tiburón. Para colmo de males, va a ser un año electoral y todes sabemos lo que eso significa: puro agobio opresivo. En este clima, no da lo mismo qué hacemos, ni cómo, ni con quién. Tampoco da lo mismo no hacer nada. Nuestro tránsito hasta el próximo diciembre va a estar jodido, sí, pero todo indica que el 2023 va a ser también un buen año para el cuidado y la construcción de redes afectivas que nos sostengan y nos movilicen. Por lo pronto, el verano es propicio para imaginarle formas posibles a nuestra utopía. No la perdamos de vista. ¡Feliz año!