Hay consenso entre los distintos estudiosos de la sociedad en que se está frente a un cambio de época, no sólo en lo cultural y civilizatorio sino también en la configuración del poder mundial. Estas transformaciones han sido aceleradas por la crisis económica global, producto del modelo de acumulación por desposesión impulsado por el neoliberalismo tardío. La pandemia primero y la guerra en Europa después han profundizado este proceso de autonomización del capital del resto de la sociedad.
Como ya intuyera Polanyi en la Gran Transformación, cuanto más se desarraigan los mercados de la sociedad, más inestable se vuelve el régimen político, lo cual deriva en grandes conflictos sociales. Esto es exactamente lo que está sucediendo con el neoliberalismo tardío en todo el mundo. Se hunde el Estado de Bienestar en Europa y, con él, el discurso que tutelaba los derechos sociales, construido en la segunda postguerra, y las ideas universalistas legadas por la Revolución Francesa.
Estas transformaciones no son solo un tema de sociólogos y politólogos, sino que tienen implicaciones importantes en la política cotidiana. La extrema polarización y la emergencia de fuerzas antisistema no es sólo un fenómeno de Argentina o América Latina y también golpea fuertemente a las sociedades europeas.
El fracaso de la socialdemocracia europea y sus émulos latinoamericanos --el “extremo centro” según Tareq Ali-– puso en jaque las concepciones tradicionales de la política que parecen seducir al gobierno de Alberto Fernández. Fundamentalmente se trata de replantear esa idea, propuesta por la Ciencia Política de raigambre anglosajona, de que el camino para ganar elecciones es adaptar el discurso a un supuesto votante medio enemigo de las posiciones confrontativas y agonistas.
Estabilización y redistribución
En este contexto, el ministro de Economía, Sergio Massa, ensaya su plan de estabilización, para algunos inevitable, tras los descalabros que dejó su antecesor. Massa se propone recomponer reservas sin pelearse con los exportadores, cumplir los compromisos con el FMI sobre el déficit fiscal, frenar la inflación e incrementar el salario real.
El ajuste estabilizador que impulsa el ministro de Economía se da en medio de un boom del consumo privado. Pero lo que puede parecer contradictorio en una primera vista es el resultado de una polarización de la economía argentina donde se da, según el economista Guido Lapa, “una concentración creciente de la riqueza y una pérdida de la participación de los trabajadores en el producto nacional".
De la marcada caída del poder de compra del salario de los trabajadores surge la necesidad de replantear la política de ingresos, ya que la extrema focalización en la población más vulnerada o los bonos de suma fija por única vez para los trabajadores formales, aunque necesarios como medida de emergencia, no logran romper esta polarización estructural.
De ahí que, independientemente de si “Massa hizo lo que hay que hacer”, como dijo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, la discusión que en este momento enfrenta el Frente de Todos (FdT) es si se volcará hacia el inexistente "extremo centro" o pasará de manera urgente a una etapa de redistribución que le permitiría ser competitivo en las elecciones generales de 2023.
Proyecto nacional
No es una novedad el hecho de que el Presidente continúe apostando a una difícil conciliación entre intereses contradictorios. Sin embargo, más allá de la decisión de Alberto Fernández de romper la comunicación con el sector mayoritario de la coalición que lo llevó al poder, lo más inquietante de la propuesta de los sectores anti-kirchneristas que se fortalecen en el Gobierno es la carencia de un proyecto de desarrollo que vaya más allá de la gestión de la crisis.
Esto contrasta con el documento elaborado por los sectores más afines al kirchnerismo, llamado “Unidad nacional por la soberanía con justicia social”. El texto apunta a retomar los temas tradicionales de los gobiernos nacional-populares: regulación del Estado de la economía en pos de la redistribución y la equidad tributaria, desmercantilización de los bienes básicos, reforma tributaria, ley de medios y, entre otros temas clásicos de la afirmación nacional, “establecer un estricto control estatal del comercio exterior lo que supone la necesidad de reorganizar el sector, la propiedad y administración de los puertos fluviales y marítimos y la desarticulación del oligopolio exportador de productos agroindustriales, compuesto por las grandes exportadoras extranjeras de esos bienes”.
En definitiva, un programa que, acorde al espíritu de los tiempos, plantea una estrategia de desarrollo ante los grandes cambios mundiales, donde el tema de los commodities es central en una Argentina que se proyecta como un gran exportador no sólo de alimentos, sino también de energía y litio.
Tensiones
Dicho programa propone retomar la movilización popular articulando la justicia social con las mejores tradiciones de soberanía estatal e interés nacional. Se trata de recuperar una tendencia que se expresa en distintas partes del mundo contra la acción socialmente disolvente del neoliberalismo.
A esa tendencia “soberanista” se opone otra, sobre la cual se construye el discurso neoliberal. Ella articula corrupción con Estado, clase política, derechos sociales, gasto público y populismo, contraponiendo estos significantes a una supuesta meritocracia y cultura del esfuerzo. En última instancia, se trata de oponer el individuo a los logros colectivos retomando el principio que ya hace años esbozara Margaret Thatcher: “No existe la sociedad, solo los individuos”.
Este lenguaje antipolítico y antiestatal de innegable alcance epocal tras años de hegemonía neoliberal ha arraigado con fuerza en la región, especialmente entre los más jóvenes que no han conocido tiempos mejores, dado el poco éxito del Estado a la hora de garantizar la universalización de los bienes sociales, los malos salarios y el marcado dualismo que se ha instalado en la estructura social. Cuando la reducción de la incertidumbre que produce la crisis no se da por un Estado redistributivo, emerge la opción de un Estado autoritario.
Esto lo tiene claro JxC y los “libertarios”, que se mueven cómodos en la polarización. La oposición promete una refundación basada en las privatizaciones, el achicamiento del Estado y la reducción de derechos y el control autoritario de las calles, tal lo expone Macri en su reciente libro. Recetas viejas y poco exitosas, pero electoralmente viables ante un Gobierno que no parece encontrar su discurso político.
Es cierto que tampoco la oposición está presentando un frente monolítico. Las candidaturas proliferan y no aparece aún un líder que agrupe a toda la derecha tras una figura. Sin embargo, la gran diferencia con el FdT es que el proyecto de los distintos precandidatos es similar, más allá de que algunos se vistan de halcones o palomas según las recomendaciones de los consultores políticos. El objetivo compartido --con alguna contada excepción-- es erradicar el movimiento nacional y construir un modelo de país basado en el capital financiero y la exportación de materias primas.
Escenarios
No hay duda de que los escenarios económicos que enfrentará el país en los próximos años son bastante desalentadores. Cómo señala la Cepal para América Latina, y peor para el caso argentino con la terrible herencia recibida del gobierno de Macri y el FMI, la región oscilará entre la recesión y la inflación.
Es cierto también que, ante crisis económicas de alcance global, suele darse un cambio del signo político de los partidos en el poder. Así ocurrió en la crisis de 1929 y en la catástrofe neoliberal en América Latina a finales del siglo pasado. Pero esto no es una ley sociológica inevitable. Ese fenómeno no se generalizó durante la crisis de las hipotecas subprime en 2008, tampoco durante la pandemia, donde varios gobiernos de la región, como el de México, mantuvieron la popularidad a pesar de haber tenido que enfrentar la crisis sanitaria y sus implicaciones económicas. Por otra parte, la administración de Alberto Fernández no es totalmente asimilable a un régimen nacional popular y, en sí mismo, se define como un gobierno de transición.
Dada esta situación, el FdT debería retomar una agenda distributiva y nacionalista junto con su discurso plebeyo y no continuar apostando a un neoliberalismo con rostro humano. Si el proyecto nacional quiere mantener su vitalidad, en lugar de resguardarse en el territorio, como está sucediendo con algunos dirigentes que en la práctica están aceptando de antemano una derrota electoral en el 2023, la mejor alternativa es recuperar los postulados sobre los que se fundó. Caso contrario, se arriesgaría a que el peronismo se vuelva un partido provincial, como ya le pasó a la UCR.
En cambio, la opción de apostar al extremo centro no parece viable electoralmente, a menos que un improbable descenso radical de la inflación tornara al ministro de Economía un candidato competitivo emulando, en cierto sentido, el recorrido de Fernando H. Cardoso en Brasil. Se frenaría así a las expresiones más radicales del neoliberalismo, pero posiblemente se enterraría al peronismo, volviendo la Argentina a ser un “país normal” en América Latina. Es decir, desigual y dependiente.
Una victoria de los sectores más radicalmente liberales de la oposición --particularmente de Mauricio Macri o Patricia Bullrich, ya que Milei no parece un personaje con vuelo político suficiente-- implicaría un inmenso desbarajuste social.
En una Argentina de tiempos cortos, mil cosas pueden pasar hasta las elecciones de 2023. Pero lo que no debe suceder, si el proyecto nacional quiere mantenerse en el tiempo, es ignorar las urgentes definiciones sobre su perfil. En tiempo de inestabilidad, el sueño de Saint-Simon de remplazar la política por la administración no es viable.
*Investigador y docente del Área Estado y Políticas Públicas de la Flacso Argentina