El viejo Enrico salió de su casa y del orden confortable de los libros que decoraban las paredes de su escritorio y se dio a caminar al azar, sabiendo de antemano que esperar lo inesperado no quiere decir que se produzca. Además, decidiese lo que decidiese, estaba convencido de que iría buscando su río, digamos el río que íntimamente le pertenecía. El río mágico que alguna vez, debe haber visto por primera vez, sin palabras, pero cuyo recuerdo imposible se atiborraba de sucesivas y diferentes imágenes derivadas de ciertas circunstancias, sin duda particulares que la memoria se encargaba de generalizar. 

Mientras desarrollaba esos pensamientos, como era su costumbre, se encontró de pronto en Pellegrini y Necochea, que había sido una suerte de meollo en su vida, pues era el barrio en el que había transcurrido su adolescencia, incluso una parte de su niñez. Tantas veces había recorrido esos lugares que titubeo si seguir o remontar Necochea hacia el norte, pero en ese momento comprendió que siguiese hacia donde siguiese, encontraría lo ya repetido innumerables veces. Sólo que en esta misma esquina, comprobó que había desaparecido el surtidor del que guardaba muchas imágenes y que esa modificación alteraba lo que estaba determinado a implicar. Es esta manía de anexar el espacio al interior de nosotros, pensó, para restablecer la imagen que reproducimos del pasado. El espacio del río era la mejor imagen interior del tiempo… sólo que ahora, ese espacio ausente, lo derivaba al concepto de sí mismo que debemos a la finitud…

En verdad, no le costó digerir el entramado de lo real que lo bordeaba porque lo que falta promovía el orden de la nostalgia, que era para él, el corazón de la emoción poética. Salvo que ahora, esa nostalgia multiplicaba el rostro amado de su pequeña hija, de frente, de perfil, cabizbaja cuando le dijo, que no deseaba vivir… ¿Había heredado de él cierta expulsión o apartamiento, cierto temblor secreto ante las hojas efímeras? Recordó cuando compuso “Pequeña dama” y sintió una leve opresión en el pecho.

Enrico jamás había sido de acallar las palabras, pero esa vez fue más elocuente el silencio… No servían los enunciados en una respuesta que depararían la calma o el enviscamiento en una suerte de inmanencia. Tampoco los elogios que fagocitan la fútil brevedad de los éxitos; la vida casi siempre se halla en el lugar donde no se encuentra. Por consiguiente, le costaba mucho tomar las cosas demasiado en serio, sobre todo al creer firmemente que rellenamos con la ficción, las incesantes contradicciones que acechan a todo lo que profesamos.

Pensar y repensar en todo eso, lo hizo cambiar el rumbo, decidió retroceder como si volviera sobre sus pasos y decidió remontar Necochea hacia el sur, hacia la sexta, el barrio donde había nacido. En la esquina de Cerrito o un poco más allá, donde había muerto arrollado por el tranvía cuando escapaba de la furia de su padre, apareció el fantasma de su amigo de la infancia. Enrico no se extrañó del hecho, sino de que su amigo aparecía sin laceraciones y dijo para él: sin duda es raro el caso, pero el ojo experto del fantasma observa y algo de nuevo se prepara al paso… Inmediatamente recordó que le había contado únicamente a él, que todas las noches soñaba que era un alfiler perseguido por un colchón enorme y que rogaba ser alcanzado para que culminase de una vez ese suplicio incesante.

Su amigo dijo con voz muy tenue: Dejaste de soñar ese sueño… y sin embargo…? Sí, respondió Enrico, la vida me ha deparado circunstancias mucho más graves. La noche de tu accidente, agregó, mi padre lloró, pero en ese momento no comprendí que nunca abandonamos el niño que fuimos… yo sólo creí que lloraba porque recuperaba la certeza de que yo también moriría algún día… es falible la cautela que penetrar pretende lo imprevisto, cuando otra mente su pensar devela que…

Entonces tuve suerte, interrumpió el otro… soy un chico y la manera de evitar los riesgos, las absurdidades de un mundo tan absurdamente despiadado, autodestructivo, es seguir siéndolo eternamente…por lo demás, veo en tu aspecto que no te va muy bien que digamos…

Eres muy listo, dijo Enrico, pues ya no sé si eres tú el que me sueña, para que yo comprenda lo que he visto… Además, tal vez apareces aquí para que yo pueda escribir una hoja que sostenga mi efímera verdad en este mundo…

Sabemos que la verdad suele mentir, recriminó el otro, y entonces es menester callar cuando se puede…

Más la verdad, replicó Enrico, no promueve esta tímida hoja, sólo un delirio en mi expresión que su sintaxis ordena, ¡Oh lector! sabiendo que su lectura es breve…

En ese momento. El otro se desvaneció…casi como en un sueño y Enrico decidió volver…

En los días sucesivos, se debatió si contaba su experiencia a sus amigos Roberto o Mauro, que lo leía con resignada indulgencia y con la pertinencia de ciertas referencias en común, por de pronto, con la complacencia de una amistad confirmada a lo largo de los años. Después de algunas vacilaciones, decidió que no valía la pena, pero la publicó en Facebook, para sus amigos que se encuentran en el exterior. Por supuesto tuvo una o dos devoluciones y una recriminación de que no respondía a esas devoluciones. 

A decir verdad, no tomó la cosa demasiado en cuenta pero escribió, frente a una recriminación que juzgaba injustificada, lo siguiente: Ocurre… que la vida me despierta en el río subterráneo de mi noche y escribo lo que siento para sostenerme y volver a dormir… No se trata de algo más, yo no soy un escritor, al menos en el sentido que se le suele dar a esa palabra y mucho menos un poeta, ya que no creo en la identidad individual de una sustancia tan pasajera...fugitiva. Además, sigo siendo anarquista, que para mí comporta mi modo de vida y cierta mirada distante de los habituales valores humanos, el éxito, el dinero, la posesión, el individualismo, la propiedad privada… Esto indica cierta necedad de mi parte, ya que casi nunca he salido ileso… pero lo cierto es que lo que he conseguido se debe a mucha gente que goza de mi estima y afecto… Las circunstancias hacen de cada uno, quien es en su presente, ya que es obvio que no somos el mismo que fuimos aunque algo inteligible persista… Por eso repito, que fui profesor y ahora un jubilado… en el ocaso de su vida. Por lo demás, el tema de la escritura es complejo, ya que hay escritores y escribientes. No me fue dado ni lo uno ni lo otro… quizá, en el mejor de los casos, un escribiente al modo de un escribano que registra lo que es de los otros…Sólo escribo tratando de expresarme, sabiendo que lo que se siente, está más allá las palabras, tal vez bordeando el borde de una herida en el costado que siempre yace abierta, ahora más que nunca... Lo que publico, más allá de la generosidad de quienes me lo conceden, es una extensión de algo infantil, ya que no recuerdo haberme dormido alguna vez sin repetirme o recuperar lo que he leído durante el día que, para colmo, tiene siempre el mismo lineamiento al que trato de ser fiel porque al serlo, lo soy conmigo. Siempre que leo algo que me interesa, me remite a los antiguos, a las tragedias o la filosofía. Tal vez debo a esa precariedad de mi parte, la idea de que tantas teorías filosóficas a lo largo de la historia, desaprueban la idea de una pretensión única, verdadera…Pero…quién sabe, cada vez que enunciamos algo el enunciado acarrea en sí mismo una afirmación, sólo la negación o la interrogación abomina de la certeza. A veces, en un instante de convincente abducción, asomo al vértigo de la torre de Babel, al haber multiplicado la realidad porque tal vez la realidad no es suficiente. Nada en sí mismo es suficiente, mucho menos lo que escribo, que…demás está decir… es un pasatiempo, un soporte fantasmático... quizá, librarme de la extrañeza de despertar cada mañana siendo el mismo...inevitablemente. Eso es todo.