Durante el transcurso de la Copa del Mundo en las redes sociales circuló un leitmotiv devenido hashtag, una expresión que sintetizaba una posición frente a la incertidumbre inherente a los resultados futuros. La frase “Elijo creer” se instaló como producción lenguajera evocada para hacer de un significante un signo. Una suerte de juego colectivo basado en encontrar elementos y coincidencias en imágenes que dieran cuenta  de que la incertidumbre podía reducirse. Así surgieron múltiples “pruebas” anticipadas de que la Selección Argentina saldría campeona del mundo. Desde patentes, hasta detalles escritos en carteles, fechas, rostros, combinaciones. El mundo se pobló de señales indicativas de un destino ya escrito, que se iría desarrollando como estaba previsto. “Elijo creer” era la consecuencia de esa especie de constelación que se dibujaba en las cosas para decirnos que lo que anhelábamos tanto irremediablemente iba a suceder porque ya estaba ahí.

Es interesante cómo en la fórmula “elijo creer” quien la enuncia ya se encuentra creyendo, no puede no creer al haber puesto ya en conexión una cosa con otra produciendo un sentido. Y es el yo quien se afirma en esa creencia con la ilusión de elegir. La afirmación de la elección es una consecuencia de que ya se está creyendo y en definitiva es también una aceptación, una asunción. Sea como fuese, advertimos cómo la creencia multiplicada ya estaba ahí puesta en juego desde los primeros partidos del mundial, la fuimos viendo crecer. La expectativa se transformó en canción, en reuniones familiares, en ceremoniales repetidos, fue vistiendo las cosas de celeste y blanco, navegó por las redes de un lado a otro.

La creencia y la ilusión son dos formas de no querer saber de lo real, de lo contingente, de lo incalculable. Lacan afirmó que la victoria de un ejército sobre otro resulta imprevisible porque “no es posible calcular el goce del combatiente”[i]. Esta tesis llevada al campo deportivo nos permite pensar que hay una dimensión del goce que juega su partida en un enfrentamiento. Y de algún modo vimos la participación de esa dimensión al observar la dinámica de esos partidos en los que el nivel deportivo estuvo permanentemente afectado por una “otra cosa”, ya sea para favorecer u obstaculizar el rendimiento del equipo. Frente a esto me pregunto cuál es el lugar de estas creencias puestas en acto en el aliento, en la canción, en la palabra y si no le podemos imputar no sólo una función de velo a lo incalculable, sino también algún tipo de eficacia en lo que aconteció en la cancha.

Más allá del anhelo compartido de que la Selección ganara la final de la copa y de este “elijo creer” que ambicionaba suprimir la incertidumbre, en la base de todo esto parece estar presente una dimensión de la creencia que no tiene que ver con anticipar con certeza un resultado. Se produjo con esta Selección un creer que excedía el resultado deportivo. Un creer allí en un algo, en un “ese qué sé yo” como dice el tango. Tal vez su carácter de equipo, la presencia de lo colectivo por encima de las individualidades, tal vez la ausencia de impostura, la simpleza, la responsabilidad y la humildad con la que vestían la camiseta, tal vez la reivindicación de sus orígenes y podríamos seguir elucubrando motivos aunque seguramente su causa permanecerá como incógnita. Lo que no hay duda es que en ellos se creyó. Y esto se les hizo saber, hubo un ida y vuelta entre los simpatizantes y el equipo, algo que se iba amasando poco a poco, partido a partido. Si como bien dice E. Laurent, el cuerpo político es el cuerpo que es atravesado por pasiones y es el cuerpo susceptible de ser afectado por otros cuerpos, depositario de los efectos de la lengua, es factible que el equipo como cuerpo y los cuerpos de esos jugadores estuviesen animados también por esa creencia, por el resonar de esas canciones donde los fragmentos de la lengua vehiculizan la pasión colectiva. Se entiende porque entonces el director técnico dijo que la hinchada fue el jugador número 12. En esta perspectiva podemos retomar la propuesta de E. Laurent de releer la identificación, como mecanismo político por excelencia, “a partir de la inscripción en el cuerpo, a partir del acontecimiento de cuerpo”[ii]

El final de la historia lo sabemos todos. Millones de personas en las calles festejando y queriendo saludar a los jugadores. Los jugadores queriendo saludar a la gente. Inaudito, inédito, extraño, cristalizando con contundencia un fenómeno colectivo ligado a la creencia y a la acción. Un sinnúmero de gente alegre queriendo festejar en tiempos donde los discursos del odio que alimentan el desengaño proliferan por todas partes. Es por eso que no tardaron en llegar los intentos de resquebrajar esa alegría, poniendo en función el ataque a lo que en ese momento acontecía, anunciando repetidamente que algo malo podría pasar, activando los dispositivos destinados a erosionar cualquier tipo de creencia que aglutine a la gente en las calles. El rechazo decidido de la dimensión política del cuerpo por parte del neoliberalismo que pretende concebir al cuerpo como aislado e individual y no como un cuerpo socializado atravesado por la lengua. Porque las creencias en definitiva no son otra cosa que elementos, ficciones necesarias de las que se sostiene la ligazón entre los miembros de una comunidad, están en la base del poder colectivo y eso a quienes predican todos los días las odas al desengaño no les gusta.

Ramiro Tejo es psicólogo del Hospital Municipal “San Vicente de Paul” de Chascomús.

Notas:

[i] Lacan, J. Seminario 21. Clase del 20/11/73. Inédito.

[ii] E. Laurent. “El reverse de la biopolítica”. Pag. 256. Grama Ediciones. Buenos Aires. 2016