Boberías

Parece ser que la impactante frase dirigida por el Gran Capitán al delantero de la naranja exprimida es de larga data. Estaría inscripta en el techo de un monasterio benedictino español desde el siglo XVI. Un psicoanalista utilizó este dato para decir que el mismo desmentía la versión acerca de la maradonización del Gran Lionel. Sostener dicha argumentación llevaría a creer que la lengua y sus significaciones no sufren alteración alguna en su pasaje por los cuerpos hablantes, no diferenciar entre enunciado y enunciación y desmentir la presencia del sujeto. Mas bien se podría conjeturar lo contrario. Si verificamos que una frase se ha transmitido sorteando la barrera temporal de cinco siglos y la barrera espacial del océano atlántico, ya que fue dicha en rosarino, cómo no creer que algo no ha podido pasar de un Gran Capitán a otro. No diferenciar el enunciado de la enunciación no nos permitiría advertir que aquel monje benedictino que distraído osara interrumpir su cabizbaja y sumisa meditación se encontraría con la voz de Dios llamándolo inmediatamente al orden. Y que se encontró en una posición muy distinta Messi cuando, luego de haber ido a enfrentar cara a cara al estratega del juego sucio, el exprimido Van Gaal, le espetara un “¿Qué mirá bobo? Andá payá” a uno de sus delanteros. La posición del sujeto se advierte muy diferente pese a que el contenido de la frase sea la misma. Una es la voz del superyó, la otra la del que no se deja amedrentar.

En “Tótem y tabú” Freud inventa un mito para explicar el pasaje de la naturaleza a la cultura. Los orangutanes vivían en hordas sometidos a un jefe tiránico. Un día se rebelan, lo matan y se lo comen. A partir de allí los hermanos convierten al tirano incorporado en Ley y organizan la convivencia civilizada. Como lo lee Carlos Quiroga, allí se diferencia canibalismo de incorporación. Para incorporar el símbolo hay que abstenerse del sadismo canibalístico. Somos muchos los que hemos leído en los gestos del capitán argentino la incoporación de algunos rasgos de Maradona. No ha pasado desapercibido el hecho de que en el momento en que Montiel va a realizar el penal que nos declarará campeones, Messi, mirando al cielo, le habla a Diego.

Alegría popular

Se suele citar la frase de Deleuze, parafraseando a Spinoza, acerca de que el poder prefiere cuerpos tristes porque a los alegres no se los puede someter. Pero como lo demostró el mundial de fútbol, la alegría es producto de la violencia del acto, es decir, de un cuerpo que ha decidido no someterse. Primero está la violencia del acto, luego la alegría, como ya lo planteó Freud. Esto es difícil de entender porque vivimos en la cultura de la derrota y el sometimiento. Por eso uno de los momentos del mundial que me pareció más bello fue el del enfrentamiento entre Lautaro Martínez y el arquero holandés cuando el partido se definía por penales. Lautaro usa la fuerza física para empujar al prepotente arquero y luego se vale del semblante con un leve amague de golpe para hacerlo retroceder. Así establece las condiciones de un acto que va a ser ejecutado con máxima eficacia. Que los derrotados se quejen es esperable. Que los pseudo-periodistas cipayos lo hagan es imperdonable.


Al palo

Si Clausewitz decía que la guerra era la continuación de la política por otros medios podemos decir que la pulsión (su núcleo sádico y masoquista) es la continuación del significante por otros medios. Su carozo no es simbolizable. El falo es el símbolo que, entre otras cosas, localiza el goce, no todo el goce obviamente. No es el pene pero guarda relación con él porque el pene erecto es la parte del cuerpo dónde se puede advertir más claramente la presencia de un goce. Poder localizar el goce es importante para no volverse loco. Por eso el inconsciente se sirve de dicho símbolo cuando la cosa se pone peliaguda, cosa que puede suceder cuando a alguien le va muy mal o muy bien. Por eso existen los que fracasan al triunfar. Esa primacía del símbolo fálico no le da ninguna superioridad a los portadores de pene, que la mayor parte del tiempo lo llevan bobo, colgando sin ninguna gracia, y para erectarlo necesitan una presencia ajena, aunque sea fantaseada. Incluso cuando eso sucede resulta un despropósito considerarlo una propiedad, como lo demuestran esos casos de impotencia en que el hombre intenta manejar su miembro como si fuera un auto, llegando incluso hasta confundir a uno con el otro. Tampoco califica al psicoanálisis de falocéntrico. Sabemos que el centro está vacío y ante el vértigo que eso despierta el sujeto se aferra a los símbolos más primitivos. Por eso Freud sostenía la teoría de la bisexualidad del ello que no está regida por la lógica significante del inconsciente.

Esto hace que cuando los argentinos se excitan sincronizadamente no salgan corriendo como locos para cualquier lado sino que vayan al obelisco. Que el falo fracasa en su intento de simbolización absoluta lo muestran claramente quienes se trepan a semáforos, faroles, estatuas o saltan de puentes, dañándose a sí mismos hasta, en algunos casos, sacrificar su vida.

Alejandro del Carril es psicoanalista. Su último libro es “Psicoanálisis en la locura de la razón capitalista. Ed. Planeta.