La cartelera del cine Plaza, de los años 70 en San Martín, me viene a la memoria de forma inexplicable. Se trata de la película argentina “La carpa del amor”.
Tal vez el título es un disparador, no porque haya sido durante los años nefastos de la dictadura, sino por una reflexión que me deja un paseo callado por la peatonal Belgrano, en este fin de año.
Como una epifanía del recorrido, en el partido del conurbano llueven imágenes. Traen señales claras que indican que el rey Osiris se enamoró en las orillas del Nilo que recorre el límite de Buenos Aires urbano y suburbano.
Una de las pistas más evidentes es que hay palmeras en cercanías de la fábrica Siam.
Esa vegetación exótica proviene de su resurrección en la Argentina, luego de haber sido traicionado por su hermano menor. Se dice, que Seth lo ahogó en el río que deslumbra a la mitología.
Las pirámides son testigos visibles de que hay vida en el más allá. Situación que el rey supo comunicar mejor que cualquier estrategia contemporánea.
En las vísperas del Año Nuevo, se escuchó a un tallerista de Adrogué que repara scooters de los ´90: “Bajate de la moto Osiris, no es para tanto”. Aunque el Riachuelo es el mejor del mundo, como la faina y el Fernandito de Córdoba capital.
En cambio, esto que viene a continuación me hizo pensar en el dios de Egipto y la posverdad de la realidad ampliada.
Mientras martillaba el guardabarros, el dueño del taller de chapa y pintura en Villa Pineral gritó: “No me hables, estoy más caliente que un soplete”.
Nada lo saca más que tratar de entender la forma de obtener una entrada desde un portal de internet. La dicotomía entre lo virtual y el golpe de la masa en la chapa, me develó el secreto de esos chispazos sobre el celular de Lito, el chapista más conocido de zona oeste.
Imaginé una relación positiva en la marea que nos deja fuera de tiempo, cuando ya todo dura nada. La velocidad y el golpe van de la mano cuando uno se desespera. En una estrofa del bolero, Armando Manzanero, tira más data de la que creemos. En esas poéticas frases, el gran maestro de la música, emula la culpabilidad a quien lo desespera. Berthold Brecht decía que es el espectador quien finaliza la obra con su interpretación de la misma.
Por ello, voy a tomar ese pasaje de la canción del gran compositor mexicano, para conjugar la relación entre una persona y la virtualidad. Le podríamos cantar en estos días, a la luz de la luna, a una pantalla: “Usted es la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos”.
En la actualidad, la relación de la ansiedad con la tecnología superó ampliamente la posibilidad de conquista de los guiones románticos cinematográficos del siglo pasado: “Contigo aprendí que la semana tiene más de siete días”.
Si se trata de ansiedad por el concepto de vanidad, hay una especie de calmante moderno. Las redes autobiográficas pueden contener, en el encierro, ese afán de notable. Entonces, una buena foto autosacada, puede evacuar el deseo egocéntrico de un monumento en vida.
Esta idea me despierta una imagen. El Riachuelo es callado, no habla, pero siempre está en boca de todos. Se comenta en Lanús, que el río que supo tener un color cristalino, quedó negro, como si la superficie fuera una pantalla oscura. Lo que sucedió es que tuvo un amor no correspondido con la laguna de Chascomús.
De pronto, en las orillas del hermano latinoamericano del Nilo, solo se escuchaba la melodía de “Desencuentro”, tango de Troilo y Castillo: “En este desencuentro con la fe, querés cruzar el mar y no podés”.
Suspirando por los terraplenes, en su caudal de agua deja entrar a los peces para sumergirlos en la clandestinidad de los secretos que lo conectan con el antiguo Egipto.
Misteriosamente, como la mitad de una botella vacía de plástico, flota la corona del que supo ser el mítico rey Osiris.
Habitualmente, tenemos una tendencia a magnificar aquello que recordamos. En ese sentido, la pantalla del amor es como un aluvión que agranda todo, para invisibilizarlo en la estructura del sentir que teníamos en el siglo XX. Eso anticipa la señal para encontrar el salvavidas y no quedar ahogado en el río que se resiste a la imagen espesa como un bolero de pantalla.
Pensando en esto, me surge una reflexión: El general que sabe combatir por un objetivo, dice que una pequeña batalla se toma con audacia. En cambio, las grandes guerras se ganan con paciencia y antes de haberlas empezado.
En consonancia con ese espíritu de combate, la pantalla del amor es una lucha cuerpo a cuerpo con un mundo que aún no deja de mostrarnos el destino virtual. Es un desafío que pone en evidencia como el romanticismo puede entrar por la ventana.