La palabra del año no es una sino dos: inteligencia artificial. Y le ganó a inflación, una de las candidatas mejor posicionadas por el impacto que ha tenido la guerra entre Rusia y Ucrania en los precios. La Fundación del Español Urgente, FundéuRAE, informó que la palabra elegida es una “expresión compleja”, definida en el diccionario de la lengua como “la disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”. La FundéuRAE, que promueve el buen uso del español en los medios de comunicación, la seleccionó por “su importante presencia en los medios de comunicación durante estos últimos 12 meses, así como en el debate social, debido a los diversos avances desarrollados en este ámbito y las consecuencias éticas derivadas”.
“El análisis de datos, la ciberseguridad, las finanzas o la lingüística son algunas de las áreas que se benefician de la inteligencia artificial", enumera el comunicado de la FundéuRAE. "Este concepto ha pasado de ser una tecnología reservada a los especialistas a acompañar a la ciudadanía en su vida cotidiana: en forma de asistente virtual (como los que incorporan los teléfonos inteligentes), de aplicaciones que pueden crear ilustraciones a partir de otras previas o de chats que son capaces de mantener una conversación casi al mismo nivel que una persona”. Los académicos agregan que la inteligencia artificial también ha estado muy presente por las implicaciones éticas que supone el desarrollo de la inteligencia de las máquinas. “Las dudas sobre hasta qué punto el trabajo que es capaz de realizar esta tecnología supondrá la sustitución de ciertos profesionales ha sido uno de los grandes debates de este 2022”, plantean.
La FundéuRAE, patrocinada por la agencia EFE y la Real Academia Española (RAE), reconoce que inteligencia artificial no es un concepto nuevo, pero “ha sonado con especial fuerza en 2022 debido a la multitud de aplicaciones de esta tecnología: desde mantener conversaciones a escribir novelas”. La decisión la tomó el patronato de la fundación, integrado por el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado; la presidenta de la agencia EFE, Gabriela Cañas; el director del Instituto Cervantes, el poeta Luis García Montero; el escritor y periodista Álex Grijelmo y los escritores y miembros de la RAE José María Merino, Soledad Puértolas y Carme Riera. Como inteligencia artificial es una denominación común, lo adecuado es escribirla enteramente con minúsculas. En cambio cuando se usa la sigla IA se escribe con mayúscula, y es preferible a la inglesa AI (artificial intelligence).
Uno de los proyectos en los que está trabajando la Academia para los próximos años se llama LEIA (Lengua Española e Inteligencia Artificial), que consiste en enseñar a las máquinas a hablar y entender un buen español, con sus variantes dialectales, a los diferentes dispositivos tecnológicos que tenemos en casa: tabletas, móviles, computadoras y todo lo que pueda estar conectado a internet.
Inteligencia artificial fue elegida entre 12 candidatas, que se dieron a conocer por la FundéuRAE el 16 de diciembre: apocalipsis, criptomoneda, diversidad, ecocidio, gasoducto, gigafactoría, gripalizar, inflación, sexdopaje, topar y ucraniano. La guerra de Ucrania, la tecnología y el medio ambiente son algunos de los temas más destacados del año. Esta es la décima ocasión en la que la Fundación escoge su palabra del año. Las palabras elegidas en 2021 y 2020, vacuna y confinamiento, estuvieron marcadas por la pandemia de coronavirus. Las anteriores ganadoras fueron emojis (2019), microplástico (2018), aporofobia (2017), populismo (2016), refugiado (2015), selfi (2014) y escrache (2013).
La primera "palabra del año", escrache, es “un término que alude a las manifestaciones convocadas frente a los domicilios de políticos y otros personajes públicos” y que se popularizó en España durante las protestas organizadas por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Escrache llegó al español a través de Argentina y Uruguay. “Si no hay Justicia, hay escrache”, era la advertencia de H.I.J.O.S (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio) cuando irrumpió en la escena política, en 1995. Una sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), durante una consulta médica en el sanatorio Mitre, descubrió que entre los trabajadores figuraba el obstetra Jorge Magnacco, encargado de los partos en la ESMA. Nadie en el sanatorio –ni en el café que frecuentaba ni en los comercios del barrio donde compraba– sabía quién era y lo que había hecho ese hombre maduro, calvo y de barba blanca recortada.
Durante cuatro viernes seguidos, los militantes de H.I.J.O.S. marcharon desde el sanatorio hasta la casa de Magnacco. Pegaron carteles con su cara donde se informaba de los crímenes que había cometido. Repartieron volantes a los vecinos, casa por casa. Nacía el escrache como modalidad de lucha –ante la falta de una condena judicial se apostaba al menos por la condena social–, que luego se extendería contra todos los represores que conseguían localizar y confirmar su identidad. La palabra escrache traspasó el ámbito de los derechos humanos y se generalizó como una forma de expresar descontento y reprobación hacia la clase política.