Los dedos saltarines de Gustavo Beytelmann aparecen en un primer plano en la larga apertura, casi al estilo Bebop, de “Libertango”, filmado por la televisión francesa en un concierto en vivo del Octeto Electrónico de Astor Piazzolla. La fecha es 19 de mayo de 1977 y el pianista del grupo que para algunos críticos fue la llave del tango electrónico y para otros un proyecto fallido, de pelo largo y barba negra hasta el cuello, se posa sobre las teclas blancas y negras bajo un halo de energía salvaje.
“En aquel momento era un joven que estaba a gusto con el grupo, pero sentía que le faltaba algo, no sonaba a pleno. Hoy escucho aquellas grabaciones de la gira europea, veo los videos online, y me sorprendo gratamente. Realmente el Octeto sonaba muy bien, cualquier desprevenido hoy pensaría que es un grupo que se armó la semana pasada”, dice ahora Beytelmann al repasar aquellas imágenes, con 77 años y una verborragia criolla intacta desde su departamento de París, donde vive desde fines de 1976, cuando se exilió escapando de la dictadura cívico-militar.
Un argentino en París que vio la final del Mundial con amigos franceses, “para romper esa idea nefasta del chovinismo”. Que se indignó ante los destrozos posteriores en el centro parisino por un grupo de ultraderecha, “una plaga que se difumina por todo el mundo”. Y que hoy se muestra contento por la reciente edición de Travesía, de su Beytelmann Trío –que integran Víctor Hugo Villena en bandoneón y Roberto Tormo en contrabajo–, grabación que había permanecido en el olvido desde 2003, cuando tocaron en vivo en el Parque de España en Rosario.
Para el pianista, que se define como un músico más que como un tanguero (“hago música derivada del tango”), la salida del disco significó un hallazgo. Todo comenzó con un llamado de Horacio Vargas, el productor de BlueArt Records que recuperó la grabación. “No tengo tantos discos grabados en vivo. Así que fue un placer: se limpió el sonido y se mezcló con notable pericia”, precisa Beytelmann. Después de producir aquel concierto en Rosario, Vargas lo acompañó a Venado Tuerto, donde le otorgaron el título de Ciudadano Ilustre.
“Nunca olvidaré su emoción ante cada abrazo compartido con vecinos y amigos de la pampa gringa”, resalta Vargas, quien reconoce que encontró la cinta en el cofre de los recuerdos en los tiempos de la pandemia. “Se lo mandé porque su trabajo como arreglador de los temas de Ellington eran valiosos y originales. A las 24 horas vino su respuesta por mail. Estaba sorprendido por la frescura de la grabación”.
Duke Ellington ocupa un centro gravitatorio en Travesía: las versiones de “Satin Doll”, “I Got It Bad (and That Ain't Good)”, “Prelude to a Kiss”, “Solitude”, “In a Sentimental Mood”, “Caravan” y “Take the A Train” podrían significar un disco en sí mismo, pero el trío también interpreta “Contrabajeando”, de Troilo y Piazzolla, “Nocturna”, de Julián Plaza, y temas propios como “Travesía”, “Raíces”, “Preludio Nro. 1” y “L´autre visage”. Todo suena bajo la estela del “tango culto”, como lo había categorizado el crítico Esteban Buch: la música de Beytelmann respira en el cruce de la música académica, popular y contemporánea con una “cierta distancia irónica”, sin imponer una interpretación rígida ni mucho menos una jerarquía.
DE VENADO AL MUNDO
Músico de sesión, compositor para cine –en películas como Quebracho y Los gauchos judíos–, pianista de tango y estudiante aplicado de la música contemporánea, Beytelmann bebió principalmente de la fuente de la Segunda Escuela de Viena. Atento a las melodías de su época, fan de Frank Zappa y Emerson, Lake & Palmer, también tuvo un destacado rol dentro del rock: trabajó con Sui Generis, Pastoral y en una adaptación de La Biblia de Vox Dei. Beytelmann ha sido, además, militante político –defendió los derechos de los músicos en el sindicato– y como tal recaló en 1976 en París. Como exiliado, con el tiempo se convertiría en un referente del llamado nuevo tango –con discos que grabó en Francia principalmente con Juan José Mosalini y Patrice Caratini–, que derivaría tiempo después en el tango electrónico con grupos como Gotan Project, con el que trabajó como arreglador.
“Nunca me gustaron las clasificaciones”, asegura, sin esquivar el debate. “El tango ni tenía nombre cuando surgió a principios del siglo XX, en la mezcla de esos inmigrantes que llegaron a juntarse y salió esa expresión desde las entrañas. Se creó un universo poético que siempre estuvo en movimiento, que se influenció de otros géneros y que más que una música pura hoy sigue siendo un espíritu”.
En su memoria vuelve al Octeto Electrónico, aquella segunda formación de Piazzolla integrada por Tomás Gubitsch –que había tocado en Invisible, el grupo liderado por Luis Alberto Spinetta– en guitarra, Ricardo Sanz al bajo, Gustavo Beytelmann en el piano, Luis Cerávolo –otro ex spinetteano– a la batería, Osvaldo Caló –integrante de Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre– en órgano eléctrico, Daniel Piazzolla al sintetizador y Luis Ferreyra en flauta traversa y saxo alto. Todos músicos que provenían del rock, del jazz y de otros géneros que no eran tango, salvo Beytelmann. Todos vivían en Argentina, salvo Beytelmann, que cuando se sumó a comienzos de 1977 apenas había empezado a vivir en Francia.
En los ensayos, rememora Beytelmann, Astor no estaba en el mejor de los humores. Sentía que no lo seguían en lo que quería componer, un tango moderno y cercano a la llamada música progresiva (“Una nueva expresión del tango tradicional de Buenos Aires”, en palabras de Astor frente al público europeo), pero tango al fin. “Esa tensión se respiraba en el ambiente”, se explaya largamente el pianista. “Siempre tuve la sensación que a Astor le endulzaron la oreja para que probara con músicos no tangueros, que llevara su música a esas mezclas con lo eléctrico y con otros instrumentos, pero a él no se lo veía muy convencido. Y eso que todos nosotros lo dábamos todo, había una entrega absoluta. Astor no dejaba de ser un hombre que nació en los ’20, que se había formado con Troilo. Y nos llevaba casi treinta años de edad, había una diferencia generacional”.
Astor lo había convocado años antes, cuando se cruzaron un par de veces por Buenos Aires. “Pero en ese momento me creía eternamente joven, y decía ‘bueno, ya más adelante estaré más a tono para tocar con él´. Y pasó la oportunidad hasta que, cuando aterricé en París, me llamó de nuevo y ahí no lo dudé”, recuerda el pianista nacido en Venado Tuerto, pueblo santafesino que ha dado músicos de la talla de Walter Ríos, Quintino Cinalli y Leo Genovese. Una verdadera usina cultural, que cuando Beytelmann era joven, brillaba con la visita de orquestas típicas y sinfónicas que solían tocar asiduamente en el cine del pueblo. “Me sigo considerando un argentino, desde Venado para el mundo. Una suerte de porteño por adopción que nunca perdió la identidad de pueblo”, suelta, rechazando su aire cosmopolita.
VIOLENTANGO
El Octeto de Piazzolla iba camino a la consagración en Europa y el disco Olympia 77 fue su único testimonio grabado en vivo, donde aparecen temas como “Adiós Nonino”, “Zita” y “Violentango”. Hace poco, Gustavo Beytelmann se encontró con Pipi Piazzolla y éste le confesó que su abuela tenía dos cassettes en el auto: uno de ellos era el de Teatro Olympia 77. “Astor no era un tipo fácil en su temperamento, pero siempre fue generoso. Muchas de las historias tontas que se cuentan hablan de su ego. Pero nos dejaba espacio para lucirnos, en un tema de cinco minutos era capaz de entrar recién a la mitad. Es una pena que dejamos perder mucha música que hicimos con él, las dejamos escapar de las radios. Las cintas se borraban o se tiraban”.
Para Abel Gilbert, coautor de la biografía El mal entendido, el Octeto Electrónico fue un proyecto fallido que se disolvió prontamente. “La verdadera semilla del Octeto hay que verla en los caminos de Tomás Gubitsch y del mismo Beytelmann”, dice Gilbert. La breve existencia del Octeto, en rigor, no puede desentenderse de la trama cultural e ideológica de entonces. De acuerdo a lo que se cuenta en dicha biografía, Daniel, el hijo de Astor, fue el encargado de realizar la convocatoria de los músicos para una serie de actuaciones en Europa a comienzos de 1977. En palabras de Gubitsch, Piazzolla casi no hablaba con ellos: esperaba simplemente que supieran tocar su música.
Pese al éxito de la gira, Piazzolla consideró al grupo “un paso en falso” y dejó de lado la fusión jazz rock. No fueron las únicas causas. En el relato de Gubitsch, la posición de Piazzolla para con la dictadura resultó uno de los puntos de roce más álgidos de ese período. Durante el concierto en el Olympia el guitarrista llegó a meter de contrabando, en la introducción de “Adiós Nonino”, la melodía de “Hasta siempre comandante”, la canción en homenaje a Ernesto Guevara. Su cita en la guitarra luego fue borrada de la grabación.
Hoy Beytelmann repasa aquellos episodios con una cuota de cautela. “Primero, hay que pensar el contexto: Piazzolla no era el único músico de gira en Europa financiado por la embajada argentina sino que había muchísimos”, dice, con cierta justeza en su tono. Y luego: “Conozco quienes apoyaron el Mundial ´78, artistas que después se hicieron los desentendidos. En mi caso, que era un exiliado político, conocía sus posturas pero eso no pesó a la hora de tocar juntos. Mi respeto como músico y la oportunidad de integrar un grupo suyo fue algo extraordinario. Nunca se habló del tema político, nunca sentí que estaba tocando con el enemigo. Fui descubriendo en el camino algunas cosas que no me gustaron, pero a posteriori, cuando ya dejamos el grupo y armé mi propio camino en el que participaron también Gubitsch y Caló, que se quedaron viviendo en Francia”.
PROLÍFICO Y ACTIVO
Hijo de padre amante de la música, en su casa se escuchaba Piazzolla y un día fueron a verlo cuando tocó en Venado Tuerto. Con su padre, que era violinista amateur, se subió por primera vez a un escenario. Luego vinieron los estudios de piano clásico en Rosario y las lecciones de composición de Francisco Kröpfl. “Cuando mi viejo se enteró que toqué con Astor, me respetó un poco más”, cuenta, soltando una risa. “Fue como una conquista, de joven no me quería apoyar porque suponía que me iba a cagar de hambre. En esa etapa lo quería matar, pero de grande lo entendí porque era la mentalidad de pueblo, el miedo de no seguir el mandato”.
En esa casa también sonaban Beethoven, Stravinsky y Ellington, cuyos discos sintió familiares. “Desde siempre escuché ´Caravan´ como una especie de milonga-candombe”, dice, sintetizando la versión tanguera de sus standards que elaboró ya en Francia. Nombra a músicos como Horacio Malvicino, Antonio Agri o Kicho Díaz, a quienes admiraba de joven y después se convirtieron en colegas y amigos. Y destaca especialmente a Juan José Mosalini. “Fue muy importante, tocó con Leopoldo Federico, Salgán, Piazzolla, Pugliese. Y como músico reflexionó sobre su instrumento y le gustó transmitirlo. En Francia tuvo generaciones de alumnos, hoy uno de ellos está tocando conmigo”.
Junto a otros de su generación como Carlos García, Osvaldo Berlingieri, Osvaldo Tarantino y Osvaldo Manzi, el “ruso”, como lo llaman cariñosamente, sigue siendo uno de los exponentes más originales al piano en el género tanguístico, legado que hoy continúan Pablo Estigarribia y Diego Schissi, un tango orillado con otros géneros como el jazz, la música clásica y contemporánea, más para ser escuchado que para el baile.
Tan prolífico y activo que hoy toca regularmente en Europa su música y la de Piazzolla con grupos formados por él. “Me gusta descubrir nuevos territorios de exploración y encontrar una voz propia. Arriesgar como cuando me junté recientemente con el productor de DJ Philippe Cohen Solal y mezclamos lo acústico con lo electrónico”, dice quien fuera director del departamento de Tango en la Universidad de Rotterdam y que en el presente está trabajando en la creación de una ópera.
Antes de cortar por teléfono, se permite una última reflexión sobre Astor Piazzolla. Una clásica obsesión suya. “En Travesía incluí una versión de ‘Contrabajeando’ porque es el Astor que más me gustaba, el tango que aprendió de Troilo. Tuve una buena relación con Piazzolla, pero nunca se me pasó preguntarle nada. Astor no era avaro, él podía contar cosas con facilidad. El idiota fui yo que lo tuve ahí y no lo aproveché, quizás porque lo creía eterno”.