Del matrimonio entre Telma González y Humberto Gutiérrez nacieron seis hijos. Ambos de humilde extracción social, Telma y Humberto llegaron a tierras tartagalenses por diferentes caminos. Ella, emigrada desde la localidad de Pozo del Tigre, en Formosa, arribó a los 12 años buscando un futuro mejor. Él vino con sus padres bolivianos, llegados al norte argentino escapando de la guerra del Gran Chaco.

La historia cuenta que papá Humberto, al ser empleado por un patrón en Tartagal fue obligado a cambiar su apellido; Gutiérrez será entonces una convención que intente borrar su ancestral Katari, palabra quechua que significa serpiente.

Con esa conjunción de sangre guerrera crecerá Daniel, segundo hijo del matrimonio, quien pasará su niñez jugando cerca del monte junto a sus vecinos de la Misión Guaraní.

Familia futbolera

En ese contexto, Humberto Daniel Gutiérrez comenzará a abrazar el fútbol, primero como juego y diversión, y luego como forma y modo de vida. Su hermano menor, Manuel, cuenta: “somos una familia muy futbolera, nacimos todos con el talento de mi viejo, quien pudo jugar en muchos equipos de Argentina”.

Humberto padre será una especie de llave o amuleto futbolístico para los Gutiérrez, el cual abrirá puertas con el paso del tiempo. En este entorno deportivo Daniel comenzó a escribir su propia historia, “Dani, como le decíamos nosotros, comienza a jugar en Juventud Unida de Tartagal, un club que hoy ya no existe, y también jugando mucho en los campeonatos de los barrios que hasta hoy continúan”.

En San Martín de Tucumán (Gentileza Diario El Tucumano).

Siguiendo el legado paterno, el fútbol llevó a Daniel por diferentes lugares y caminos. Gozando ya de un cierto reconocimiento, un día nació el apodo que lo acompañara por el resto de su vida: “El Coya”. “El apodo surge porque era petisito y chueco”, comenta entre risas su hermano y agrega: “claro que surgió por sus rasgos, pero también porque una vez que volvió al norte y se sacó una foto con un poncho bien de Bolivia, de colores y con chulo, el gorro típico, entonces ahí ya empezaron con el apodo de Coya, Coyita…”.

Los caminos del futbolista

Cuenta la historia que jugando para Atlético Ledesma de Jujuy, el Coya la venía “descosiendo” en cada uno de los partidos, lo que coincidió con que a unos 400 kilómetros hacia el sur, en San Martín de Tucumán, buscaban reforzar su equipo con un 9 aguerrido de cara al Torneo Nacional 83.

El recuerdo del paso futbolístico por Tucumán del padre de Daniel prendió las alarmas. “El hijo de Humberto es un crack”, comentaban en la provincia. Y así fue que los dirigentes del club tucumano comenzaron las tratativas por aquel potente 9.

Sin embargo, un gran escollo se interponía: el equipo de Ledesma era el combinado de una de las empresas más poderosas del país, avizorando una negociación que prometía desarrollarse de manera desigual.

Jugando para un combinado de Tucumán. Primero arriba a la izquierda (Imagen: La Gaceta).

En un relato del periodista tucumano Gabriel Sanzano se citan textuales palabras de Ricardo Seoane, miembro de la comisión directiva de San Martín por aquellos tiempos: “Les pedimos un préstamo por un año y nos lo dieron con una opción carísima, como para que no lo compremos”.

El sueño se estaba concretando, pero las expectativas de tener al goleador tartagalense más de un año parecían imposibles. Es aquí donde comienza a tejerse una estrategia entre los simpatizantes quizás única en la historia del fútbol argentino. Dice Sanzano: “sus buenas actuaciones no tardaron en hacer soñar al pueblo ‘ciruja’ en poder comprar al aguerrido delantero salteño. Así fue que el sueño comenzó a urdirse con las estrategias menos pensadas, apelando a un romanticismo futbolero pocas veces visto.

Un grupo de socios decidió armar una cooperativa y comprar el pase de Gutiérrez en conjunto con el club. San Martín puso una parte, socios particulares el resto que además le cedieron un 20% más al club. Así San Martín y su gente, que son lo mismo, se quedaron con el Coya Gutiérrez para disfrutarlo un par de años más”. El amor por aquel jugador salteño fue capaz de generar en los hinchas una asociación colectiva que, peso a peso, logró comprar el pase del ídolo al fútbol tucumano.

A la gran ciudad

Su carrera comenzaba a escribirse en las grandes páginas del fútbol argentino, las luces comenzaron a enfocarlo cada vez más y los ojos se posaron sobre su juego desde diferentes latitudes. En Buenos Aires comenzaron a enfocar el radar sobre aquel particular delantero del que tanto se hablaba.

Junto a Cuciuffo, Larraquy y el Turco Garcia, entre otros (Gentileza: Revista El Fortín de Vélez)

El historiador de Vélez Sársfield, Osvaldo Rao, relata así su llegada al fútbol de la capital del país: “La llegada del Coya Gutiérrez a Vélez se dio en el marco del torneo Nacional 85. Vélez juega un partido de local contra San Martín de Tucumán y el Coya tiene una actuación muy buena. En el partido en Tucumán, en el estadio de la Ciudadela, Vélez pierde en la ultima jugada, y Coco Basile, técnico de Vélez en aquel entonces, queda enamorado de él, a tal punto que cuando termina el Nacional de ese año, el club de Liniers lo termina comprando”.

“Era un 9 atípico para la época: bajito, robusto, pero con una potencia inigualable… tal vez fue uno de los primeros 9 que retrocedía para ponerse en contacto con el balón”, subraya el historiador. Y agrega: “estando en Vélez, si bien no tuvo una actuación tan destacada como en San Martín de Tucumán, sí tuvo un partido que lo marcó, un partido que Vélez le gana a Boca por 2 a 0 y donde el Coya le hace un golazo de tiro libre a Gatti. Fue tal su actuación que Gatti habló maravillas de él y finalmente Boca lo termina comprando”.

Una vez en Boca, la popularidad del equipo xeneize, que funciona como una gran vidriera, lo empujará hacia nuevos y grandes desafíos deportivos.

Gutiérrez, abajo en el centro. Gatti, Hrabina, Graciani y Villareal, algunos de sus compañeñros en Boca.

El 10 de la Selección

Corría el año 1986 y los juegos Odesur daban su puntapié inicial, un torneo que serviría para clasificar 5 equipos a los Panamericanos de 1987. El resultado: Argentina será campeón y Humberto Daniel "Coya” Gutierrez, el 10 de aquel combinado nacional.

Su hermano recuerda: “Daniel en la semifinal le hace un gol clave a Chile que nos hace pasar a la final”, y en aquella final, ganada por 2 a 0 sobre Colombia, Gutiérrez sale reemplazado a los 85’ minutos por un tal Claudio Paul Caniggia. “Dani era el titular y Caniggia el suplente... y algo increíble que sucede es que Caniggia le pide la camiseta a mi hermano”, comenta con gran orgullo su hermano Manuel.

Aquella selección será un semillero de lo que después se cosechará en Italia 90, conteniendo figuras históricas como Goycoechea, Troglio, Fabbri y el propio Caniggia, entre otros.

Daniel, habiendo llegado a codearse con los número uno del fútbol de su época, volvía siempre a su tierra y aconsejaba sabiamente a los suyos. Su hermano recuerda aquellas largas charlas cuando el Coya regresaba a Tartagal, “siempre charlaba conmigo, nos hablaba y nos decía que el fútbol te da, pero que era una carrera corta, y que siempre tengamos presente estudiar”.

Con el correr de los años Daniel se alejó de los estadios, siguiendo esa intensa pero corta carrera de la que tanto le hablaba a su hermano. El Coya, poco a poco, comenzó a ser aquejado por algunas dolencias, y así, abrupta y rápida como su vida deportiva, se despidió físicamente de este mundo el 28 de diciembre de 1998.

Todo el norte lloró su muerte”, titulaba el periódico El Tribuno resaltando que fueron miles los tartagalenses que se acercaron a despedirlo. “Se fue un gran amigo”, expresaba Guillén, ex arquero y compañero suyo en San Martín de Tucumán. “Un jugador diferente”, manifestaba José Yudica, quien se declaraba “completamente dolido” por la prematura partida del jugador que el mismo llevó a jugar a Vélez Sársfield.

El norte vibró con cada gol y cada gambeta de el Coya, “a Tartagal le dio mucha importancia que él haya llegado a jugar fútbol profesional. Daniel hizo que la gente conozca Tartagal... pero después llegó el olvido”, comenta su hermano menor.

Manuel, quien hoy trabaja en la Municipalidad de Tartagal vinculado a escuelitas de fútbol, subraya con conocimiento del tema, no solo el olvido para con la figura de su hermano, sino para con el deporte en general. "El deporte acá en el norte está olvidadísimo, la Liga de fútbol del departamento de San Martín está desapareciendo, como también desapareció el dinero que una vez mandaron de AFA para hacerle un monumento a mi hermano”.

Increíble o no, Manuel relata: “habían mandado una plata para que se le haga un monumento a mi hermano, alrededor del año 2000, y de esa plata no se hizo nada, mi mamá murió sin saber donde quedó ese dinero, mi papá falleció y tampoco vio nada, nadie sabe, pero el monumento a mi hermano quedó a medias, porque solo se había hecho de la cintura para abajo”.

Si bien son muchos los que empujan para que el monumento pueda finalizarse, también invade la bronca por la desmemoria, inclusive manifestada por su familia para con la prensa en general, que luego del fallecimiento de Daniel les dio la espalda.

A pesar de todos esos vaivenes, el Coya es recordado por el pueblo y su figura es parte del acervo histórico, social y deportivo del norte argentino. Aquel niño con sangre guerrera que se crió jugando entre guaraníes, quechuas y criollos, hace 24 años solo abandonó el plano físico, porque simplemente con vociferar su nombre, los recuerdos surgen vivos y latentes como si ahora mismo estuviera llegando de visita a su tierra natal.