Usted sabrá que las casualidades amables son veraniegas y de días sábados o domingos. Sus colores son de arcoiris y a veces pueden ser de viernes también. Las horrorosas son de frío, irremediablemente grises y nos acechan cualquier día de la semana.

Así fue que F. cruzaba una casi noche de miércoles la calle Oroño con su portafolios de cuero y marca, hablando por celular, cuando un sedán negro lo embistió sin aspavientos ni cámaras de televisión. Sedán: palabra sin personalidad, típica de Formulario 08. O de policiales, como de cúbito dorsal, occiso, femenino-masculino, secreto de sumario. Quedó tendido en el piso con los ojos endemoniadamente abiertos y los exámenes de Penal Parte General de sus alumnos desparramándose en el viento, ya sin suerte y sinsentido.

También fue un miércoles el ridículo e inesperado fin de la Hermana Superiora, directora de un recoleto colegio de señoritas. Personaje abrumador, por cierto, alejado de toda calidez y empatía que supondría ser monja. Monjita de la caridad entregada al señor. Fíjese usted que la Hermana terminó sus días después de rezar cuatro rosarios en su habitación de planta alta de calle Ovidio Lagos, cuando el ulular de una sirena hizo que se asomara a la ventana y, válgame Dios, la cansada cuerda de la persiana se suicidó dándole de lleno en la nuca el peso muerto de la madera. Forma teatral de morir, ¿verdad?

Se fue de este mundo sin jamás saber que ese sonido de trampa mortal había sido el de la ambulancia que iba a buscar el cuerpo inerte de F. Resultaba raro el apuro de la ambulancia ante los irrevocables ojos del Profesor, pero así son las casualidades.

Fue velada con pompa y circunstancia en la pequeña capilla del colegio que destilaba vahos asfixiantes por tanta flor. La demostración hipócrita de afecto, cuando es póstuma, huele a suntuosas coronas.

Marisa leía aburrida los policiales y los muertos del diario local todos los días de su vida, de mañana y con una prolijidad ascética. Costumbre heredada de su padre tal vez, o de su morbo, o de su vida sin matices. Muy de vez en cuando algo llamaba su atención y una imperceptible sonrisa se interponía al ritual del desayuno.

Pero vaya que aquel jueves posterior a los hechos la sorprendió. ¡Qué casualidad, qué muertes absurdas! Y había conocido en alguna vida anterior a los finados. Se persignó, y recortó las noticias. Por respeto.

Claro que sí, Marisa recordaba a la superiora de su escuela. Esa mujer de rictus amargo, desconocedora del amor, el buen vino y otros placeres innombrables. La misma que blandió durante años su dedo flaco muy cerquita de sus ojos, aventurando con rigor de verdad: “Usted no va a llegar a nada en la vida, a nada”. Y recogía su hábito, no el de denostar sin piedad sino el otro, buscando alguna otra pobre condenada al infierno.

Y también había conocido al pobre F. Cuando en el penúltimo año de su carrera invicta, se dispuso a dar su examen y F. largó sin anestesia y sin buenas tardes el inciso 24 del artículo tanto del Código. Relámpago irremontable. No podemos seguir si no sabe este inciso, fundamental -alargando la ele final para remarcar la importancia del mismo-, dijo sin inmutarse. Otra oportunidad por favor profesor. Lo siento, nos veremos en la próxima mesa, dijo y llamó al siguiente.

Marisa estrenó ese día su hoja limpia de aplazos con una tristeza de atardecer de domingo. Pobre F. Más adelante la aplazó nuevamente con renovada antipatía por culpa del homicidio agravado por odio.

Las casualidades de la vida son excelsas pensó, mientras se persignaba nuevamente. Por respeto. Y porque su libreta universitaria ya había quedado manchada dos veces y ya no había vuelta atrás para limpiarla.

Distinto fue lo de B., coincidentemente profesor de la misma Universidad de F., al que lo sorprendió un lunes de mañana una bala perdida calibre 357, que lo estampó en la nuca atravesando impiadosamente su grueso sobretodo.

El martes Marisa se atragantó con su tostada, corrió la mermelada y leyó atentamente el artículo. No había sospechosos, nadie sabía nada. Al principio se deslizó la posibilidad de una amante despechada, pero los días pasaron sin pena ni gloria. Claro que, en una ciudad tan tomada por los narcos, tan insegura y tan ajuste de cuentas, el pobre de B. quedó sin prensa.

Ella recordó, persignándose, su tercer y último aplazo. Primera pregunta “Análisis histórico del divorcio en el mundo y en nuestro pais. Sus consecuencias”. Lo único que alcanzó a musitar es que no estaba en el programa, pero claro, lo entiendo profesor, un tema candente y tan desquiciado ese proyecto que acabará con las familias bienpensantes y bienunidas en segundos. Una bomba atómica, el fin del mundo.

Pobre B. Y se había hablado de una amante despechada, imposible de creer en la moralina del profesor, tan Dios y Familia. Los diarios mienten.

Esa misma semana, para ser exactos el jueves, Marisa estacionaba en la cuadra de la oficina, a las corridas, insultando al tránsito y a sí misma por demorarse buscando noticias negras como su auto.

Al bajar, una conocida la encaró sin saludar y le preguntó si se había enterado lo de E., su ex. La pudo más la curiosidad que el marcar tarde la tarjeta de ingreso. Que su vida era un infierno, que lo habían visto mendigar sin rumbo, cabeza blanca y encorvado, por las calles desiertas de invierno.

¡Qué horrible, pobre E.!, pensó Marisa, haciendo la señal de la cruz con una mano y marcando su ingreso con la otra. Está bien que era un malnacido, que sembró odios y campos minados que explotaron a sus allegados más débiles, carente de escrúpulos y soberbio. Pero terminar así…

Ya era viernes y no correspondía por esos azares de las casualidades. Marisa debió esperar al lunes a la noche. Subió a su sedán negro, recorrió calles y homeless con una paciencia volcánica y piadosa. Tarde ya, casi al amanecer encontró a E. dormido entre frazadas mugrientas al resguardo de un edificio.

Sacó la Magnun 357 del bolsillo y le tatuó un tercer ojo. Impecable, prolijo y liberador. Haciendo la señal de la cruz se subió al auto. Hacía demasiado frío para un último homenaje. Pobre E., no era vida.

 

Ni siquiera buscó la noticia en el desayuno del día siguiente. Los sin hogar ni rumbo no salen en los diarios. 

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