El universo seriófilo tuvo otro año Gremlin. Varios géneros mojaron y alimentaron sus historias después de medianoche. Con mayor y menor suerte, bastante run run en redes, decepciones y crédito a futuro brotaron exponentes de la épica y fantasía (House of The Dragon, El señor de los anillos: Los anillos de poder y Willow); el true crime (Dahmer, Blackbird, Inventing Anna, Candy, Vigilante, The Girl from Plainville); la acción (Reacher, Jack Ryan); los superhéroes (The Boys, Moon Knight¸ She-Hulk) y el espionaje (Slow Horses, Traición). Un molde repetido y llamativo fue el de los dramas focalizados en industrias de tecnología del nuevo milenio (WeCrashed, The Playlist, The Dropout y Super Pumped: The Battle for Uber) que exprimieron la receta de nerds que se vuelven matones junto al evangelio de las startup.
En la comedia se destacó la candidez de Abbot Elementary y el tono irlandés de Bad Sisters, más las nuevas temporadas de Ted Lasso, Only Murders In The Building y Hacks. Propuestas como I Love That For You o Loot no pudieron cruzar el Rubicón de las carcajadas. La sátira tuvo “su” momento con las dos temporadas de The White Lotus. La celebrada antología de Mike White destripó los modismos de los ricachones en resorts VIP rodeados de lujo y muerte.
La poca repercusión de producciones aupadas por estrellas de Hollywood fue un dato tener en cuenta. Pesos pesados como Samuel L. Jackson (The Last Days of Ptolemy Grey), Michelle Pfeiffer (The First Lady), Renée Zellweger (The Thing About Pam), o Sean Penn (Gaslit) pasaron con más pena que gloria por el amplísimo océano del streaming. Sylvester Stallone (Tulsa King) y Kevin Costner (con la quinta temporada de Yellowstone) fueron las excepciones a la regla. La tríada sobre huesos duros de roer se completó con The Old Man. Primer gran protagónico seriado para Jeff Bridges cual Jason Bourne con más de setenta años a cuestas y asuntos pendientes con la siempre ominosa CIA.
Las producciones centennials recurrieron al pulso musical de antaño. La retromanía revivió canciones de vieja data (“Running Up That Hill” de Kate Bush, “Master of Puppets” de Metallica) ubicadas en momentos clave de la cuarta –y gran- temporada de Stranger Things. El nuevo arco de Euphoria conectó los derrapes de la Generación Y con una rockola que fue de INXS a Steely Dan. La última en utilizar este dispositivo fue Merlina que convirtió en un hit el “Goo Goo Muck” de The Cramps. Y de ahí a rankear alto en Spotify y TikTok.
¿Otros listones impensados del 2022? La presencia de los locales Pablo Trapero (Echo 3) y Lucía Puenzo (Señorita 89) en producciones internacionales. El policial de autor tuvo sus notas altísimas con los regresos de George Pelecanos, David Simon y Michael Mann. Los dos primeros (hacedores de The Wire) volvieron a sumergirse en la corruptela policial de Baltimore gracias a We Own This City. El creador de División Miami se metió en el corazón yakuza con Tokyo Vice.
A no olvidar The Rehearsal (HBO Max), mezcla de experimento pavloviano y docureality ¿gracioso? creado por Nathan Fielder. Cada episodio ofreció una variante de lo vivido por Michael Douglas en The Game, pero con conejillos de indias reales entre los que se incluyeron al propio creador de la propuesta y al público llamado a quebrar su credulidad. La prueba y error al servicio de comprender la psicología humana. Con El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro el mexicano tuvo su propia Dimensión Desconocida. Maestro de ceremonias de una antología en la que distintos realizadores, básicamente, presentaban un “cuento asombroso” en las fronteras del horror y lo paranormal.
La sensación de que las producciones se multiplicaron maliciosamente concierne a fórmulas probadas y a las propias plataformas que mandan en el consumo audiovisual. La guerra del streaming está dejando secuelas muy visibles en todos sus contendientes. Ahí está la competencia descarnada por los suscriptores, las idas y vueltas de Netflix con las membresías compartidas, o HBO Max que, tras su fusión con Discovery+, confirmó la cancelación y el levantamiento de varias de sus creaciones.
En medio de eso, aparecieron unos cuantos bichos buenazos y únicos como Gizmo.
Severance (Apple TV+)
(Por F. L.) Inquietante ficción que, en tiempos de home office, indagó sobre el libre albedrío y el método cartesiano a base de un surrealismo tristón. El catalizador es un chip cerebral que divide la existencia en dos entidades autónomas: lo laboral y lo hogareño. Thriller conspiranoico y absurdo que sigue a Mark Scout (Adam Scott), uno de los “innies” que al fichar tarjeta deja su memoria en paréntesis.
El gran atractivo de la serie, con continuación asegurada, es seguir a esas líneas paralelas destinadas a colisionar. Un oxímoron con fórceps encarnado en ese trabajador ejemplar de Lumon y las horas por fuera de esa empresa orwelliana. Propuesta “trastornada y graciosa”, al decir de Ben Stiller, aquí en rol de director y productor.
La puesta en escena simétrica, inexpresiva y glacial sumó sus porotos, lo mismo para su elenco macizo (John Turturro, Patricia Arquette y Christopher Walken) y los guiones de Dan Erickson, quien escribió este relato como revancha personal a su paso en el mundo corporativo. El premio de “empleado del mes” es para Scott. Trabajo frankensteiniano que mezcla a Buster Keaton con The Office, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y El vengador del futuro. “Cada vez que te encontrás acá es porque elegiste volver”, repite como un mantra el sujeto que anda por la –mitad- de su vida sin saber qué es lo que hace dentro de esa oficina que es el sueño húmedo de un programador de IBM.
The Bear (Star+)
(Por F. L.) Carmen “Carmy” Berzatto es el hombre del título. Un chef de alta cocina que dejó la pompa de Nueva York para salvar un local de sánguches tras el suicidio de su hermano en Chicago. Los ocho capítulos transcurren dentro de ese sucucho que se viene a pique por deudas y un “sistema” que no funca. Algo tiene que cambiar, pero la intensidad de la comanda, las adicciones y la tozudez mandan.
Se ha dicho -y escrito- muchísimo sobre este producto de Christopher Storer. Que expone el lado B de la cultura foodie, que su trasfondo sobre el duelo familiar, que la electricidad de su montaje, que su pintorequismo ítaloamericano, que las postales de “Windy City” sonorizadas por un melómano, que la presencia de Jeremy Allen White con sus tatuajes, masculinidad herida y obsesión por el denim. ¿Y qué hay de su olor? En cada capítulo se percibe el aroma de la carne cruda, pan recién horneado y cebolla caramelizada, se siente la transpiración de todos los que trabajan en la cantina, la grasa metalizada de un videojuego como estandarte de The Beef, se huele el excremento y pis cuando explota el inodoro, en el peor de los casos, y el amoníaco cuando toca limpiar. Y obviamente cuando Carmy se pone a hacer magia entre ollas y sartenes. Un perfume caótico y pregnante: eso es The Bear.
Better Call Saul y Ozark (Netflix)
(Por Eduardo Fabregat) Lo sabe todo aquel que se enfrenta a la abigarradísima oferta de la era del streaming: si es difícil darle forma a una serie distintiva, bien narrada y actuada, bien dirigida y vestida, es aún más complejo encontrarle un final. Abundan los ejemplos de catástrofe -quizá Lost sea el top one, The Walking Dead sumó este año otra decepción-, los grandes epílogos se cuentan con dos manos. O quizá solo una.
Por eso es que en el panorama 2022 hay que colgarle medallas a Better Call Saul y a Ozark. Como The Wire, como The Sopranos y la misma Breaking Bad, las series de Netflix (justo Netflix, muchas veces cuestionada por la calidad de algunos títulos) encontraron la combinación perfecta, el moño ideal, el The End definitivo. Con personajes de dimensión real. Con pérdidas dolorosas y pequeños triunfos, que eso es la vida. La familia Byrde, y los bogas Jimmy McGill y Kim Wexler, tuvieron una despedida a la altura de la narrativa pacientemente construida a través de años y episodios. Nada de trucos berretas en la galera, ni Deus ex machina ni caprichos de guionista para conformar a las masas. No se trató solo de una cinematografía muy superior a la media televisiva, actuaciones y diálogos de alta gama, desafíos al espectador tironeado por mil otros estímulos: en el lago y en el desierto se construyeron desenlaces perfectos. De esos que desatan la paradoja de querer seguir y seguir viendo esa serie, y al mismo tiempo saber que ya no es necesario, que ese punto es efectivamente final. Y está bien.
Andor (Disney+)
(Por Andrés Valenzuela) ¿Se puede hacer una serie “de Star Wars” sin jedis, sables luz ni otros elementos de esa iconografía? Andor es la respuesta de que sí. Y que, además, se puede convertir en uno de los puntos más altos del universo expandido de la galaxia muy, muy lejana. Sus ocho capítulos retoman el camino de Cassian Andor –a quien se vio en Rogue One- y cuentan cómo llegó a involucrarse con la Alianza Rebelde. Además de abrevar en el espíritu de “roto y sucio” que tenía la saga original, esta tiene la virtud de expandir y marcar esos contrastes con otros espacios de la galaxia, como el planeta-capital imperial Coruscant. Una de las grandes virtudes de Andor radica en alejarse del idealismo vacío en pos de los matices, con rebeldes en ciernes dispuestos a hacer sacrificios por la causa, y un Imperio que no es sólo un Darth Vader ominoso, sino una maquinaria burocrática deshumanizante, en lo que se convierte en una de las mejores representaciones de un estado totalitario en la pantalla.
The Sandman (Netflix)
(Por A. V.) Era la historieta imposible de adaptar. La que tanto su creador Neil Gaiman como sus fans temían verla arruinada en pantalla. Pero Netflix (y una carretada de dinero) consiguieron el milagro. Los once capítulos de Sueño, de los Eternos, y su variopinto universo de fantasías se convirtieron en una serie excepcional, alabada por la crítica de todo el mundo y acompañada por los espectadores. Esta temporada inaugural acompañó al protagonista –la entidad rectora de los sueños y las pesadillas de todo el universo- en la recuperación y puesta en orden de su reino, con una adaptación impecable de los dos primeros arcos argumentales del cómic.
Tuvo puntos narrativos altísimos, como los capítulos “Una esperanza en el Infierno” y “El sonido de sus alas”, gozó de actuaciones enormes con un Tom Sturridge excepcional (y una Gwendoline Christie que no deja de maravillar) y una puesta estética bellísima. Lo único que sorprende es cuánto demoró Netflix en confirmar su segunda temporada. Según explicó el propio Gaiman en Twitter, se debió a los siderales costos de producción que implicó hacerla. Por ahora, sin embargo, se puede seguir soñando.
Barry (HBO)
(Por Roque Casciero) Las mentes de Bill Hader y Alex Berg funcionan de modos muy extraños. Y eso ya se sabía desde que, en 2018, plantearon la historia de un exmilitar devenido en asesino a sueldo que encuentra el propósito de su vida en las clases de actuación de un profesor bastante chantún. ¿A quién se le podía ocurrir semejante despropósito? Pero eso, sazonado con el humor más negro que se pueda pedir en estos tiempos, dio buenos resultados y Barry tuvo dos temporadas muy exitosas.
Y entonces, otra vez: después del hiato de la pandemia, Hader (que encarna al atribulado Barry), Henry "The Fonz" Winkler (que interpreta al profe Gene Cousineau) y Sarah Roberts (Sally, también aspirante a actriz y novia del killer) volvieron más cáusticos que nunca. La tercera temporada tiene episodios en los que la incomodidad es demasiado abrumadora como para que fluya la empatía con sus personajes, pero aún así hay momentos en los que uno quisiera abrazarlos y decirles "es por acá" (y tal vez señalarles la cárcel o algo por el estilo). Hay matanzas, actuaciones brillantes encarnando a actores patéticos, amores inesperados y, como siempre, una vuelta de rosca final que desconcierta. Dale, HBO, largá la cuarta...
Iosi, el espía arrepentido (Prime Video)
(Por Emanuel Respighi) El inhabitual cóctel de una trama inquietante, una producción impecable y actuaciones que no desentonan solo puede dar como resultado una gran serie. Ese lugar se ganó Iosi, el espía arrepentido, la serie de Prime Video que se convirtió en una de las gratas sorpresas de la temporada. A lo largo de sus ocho episodios, con una historia que no subraya por demás y mantiene la intriga hasta el final, la producción de Oficina Burman se constituyó en la mejor serie de espías que haya dado la industria audiovisual argentina.
Basada en hechos reales relatados en el libro escrito por Miriam Lewin y Horacio Lutzky, Iosi cuenta con dosis propias del mejor suspense la historia real de un agente de inteligencia de la Policía Federal al que le dan la misión de infiltrarse en la comunidad judía para monitorear la supuesta amenaza contra la soberanía argentina del Plan Andinia, aquella descabellada teoría que decía que el sionismo buscaba apropiarse de la Patagonia. Los indicios señalan que los resultados de ese encargo, años más tarde, terminaron utilizándose para perpetrar los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel. Una ficción que echa luz tangencialmente sobre una de las mayores injusticias argentinas, dándose la libertad narrativa suficiente para no caer en un relato aleccionador o documental. Imperdible e imprescindible la sobria interpretación de Gustavo Bassani en el rol protagónico de la serie dirigida a cuatro manos por Daniel Burman y Sebastián Borensztein, que tendrá una merecida segunda temporada.