Red Rocket
(EE.UU., 2021)
Dirección: Sean Baker.
Guión: Sean Baker, Chris Bergoch.
Intérpretes: Simon Rex, Bree Elrod, Suzanna Son, Brenda Deiss, Sophie, Judy Hill, Brittney Rodríguez.
Fotografía: Drew Daniels.
Montaje: Sean Baker.
Duración: 130 minutos.
Disponible en HBO Max.
8 (ocho) puntos
El cine de Sean Baker es un respiro de aire fresco en la pantalla, aun cuando ésta ya no sea necesariamente “grande” (su estreno es en HBO Max). Es gratificante porque tiene una desenvoltura personal, algo que el director neoyorkino cultiva película tras película, acompañada incluso de un reconocimiento local no menos llamativo. En este sentido, sus películas más célebres –Starlet, Tangerine, The Florida Project– fueron vistas en Rosario, y vale destacar que Tangerine está disponible en la cartelera virtual de El Cairo Cine Público, donde puede verse todavía de manera libre y gratuita.
Las y los personajes del cine de Baker viven al margen, situados por fuera del esplendor que significa, más o menos todavía, Hollywood. Tangerine, para el caso, transcurre en Los Angeles, fue filmada con un Iphone y está protagonizada por trabajadoras sexuales transgénero; Starlet es la historia de amistad entre una adulta mayor y una joven actriz porno; y The Florida Project toma por locación a un motel cercano a Disney World. La contracara social del cine de Baker es acompañada de una elección formal donde la narrativa hace coincidir el retrato real, el del ambiente cierto de sus personajes, con la puesta en escena ficcional.
Éste es también el caso de Red Rocket, en donde Mikey (el estupendo Simon Rex) vuelve a su Texas natal tras años de trabajo en el cine porno. Los Angeles y las películas quedan atrás; ahora, Mikey pide a su (ex)esposa y a su suegra una especie de asilo, de breve estadía. Todo esto de manera abrupta, con diálogos atropellados, que dejan entrever lo que entre ellos sucedió y marcan rápido el territorio donde se localiza la acción: al tratarse de Texas, nada como la defensa de la propiedad. Por eso, dos cuestiones; por un lado, Mikey va a tener que hablar a distancia, sin invadir el territorio de su ex para evitar que llame a la policía; por el otro y de manera consecuente, ofrece a estas mujeres “cuidarlas”. Es la tierra de Trump, algo que los carteles informan entre frases que prometen “hacer grande a América otra vez” y programas televisivos idiotas, que la holgazanería hogareña acompaña de manera ritual.
La Texas de Baker consiste en una serie de postales pobres, chatas, que sus protagonistas caminan a la vera de la ruta. Una de estas paradas es una cafetería donde sirven donuts variadas, de ésas que tienen mucha azúcar y colores de fantasía. Allí atiende Strawberry (Suzanna Son), una adolescente a punto de cumplir sus 18, que encandila al cuarentón de Mikey y le abre la puerta a su añorado regreso a la cima, es decir, al cine (porno). Ella sería la actriz ideal, él su productor. ¿Cómo jugar las cartas para encandilar, a su vez, a Strawberry?
Mientras tanto, Mikey procura infructuosamente encontrar trabajo; a la manera de Henry Fonda en You Only Live Once (dirigida por Fritz Lang en 1937, igual de contundente), no podrá hacer más que reincidir en aquello que quiere evitar. En el caso de Fonda es el delito, un arma lo espera; en el de Mikey, traficar y pagar con los dólares obtenidos su estancia en casa “ajena”. Algo que habrá de complementar con sesiones de sexo con la ex. Un simulacro para el cual hay que estar preparado, con las pastillas azules en la billetera. Y a eso sumarle el romance con Strawberry, con el horizonte del viaje a Hollywood al que convencerla. Una sarta de palabrerías con las que Mikey procura su equilibrio precario, como al simular a la joven amante que su casa es una de las mansiones apabullantes del lugar.
Pero el tiempo corre inclemente para Mikey –por la edad que tiene, por las perspectivas cada vez más cerradas–, y en algún momento hará eclosión. El ritmo narrativo de Red Rocket es brillante, Baker dota a la película de la rapidez de su personaje, resuelto y siempre con una salida verbal que lo saque de un atolladero. A la vez, hace de él alguien no menos siniestro; al fin y al cabo, es hijo de esa misma Texas a la que vuelve, en donde ricos y pobres se contentan con un mismo discurso, portan armas, y votan a un millonario por presidente. Uno de los personajes más tristes del film es el del vecino –tal vez treintañero– que mira a Mikey de manera asombrada, de quien éste se aprovecha con relatos de aventuras sexuales mientras se hace llevar en su auto. Un joven prematuramente viejo, se diría, cuyo padre vive en silencio sus rutinas, sin proyecto personal, sólo con su auto. Su suerte de vida está trazada, y el film la constata de manera terrible, con el propio Mikey como uno de los responsables.
Red Rocket apela a elementos de la comedia de enredos, con diálogos frenéticos al estilo Howard Hawks y situaciones agridulces. La resolución amontona personajes en una misma habitación, como hacían los Hermanos Marx, y es capaz de volverse irónica mientras es atravesada por una sensación de ensueño. Mikey, la estrella del cine porno, el narrador de historias misóginas, el que anhela negocios fértiles, el que no tiene remilgos con nada ni nadie, es un fusible del sistema, alguien utilizado y despreciado, un “cosificador cosificado”. Una paradoja que la película encierra en su desespero. Ladino e imperdonable en muchas cuestiones, al menos puede decirse de él que “se mueve”; otros, en tanto, funcionan como amebas, hundidos en sillones, llenos de donuts y televisión. Así de corrosiva es la mirada de Sean Baker.