La Argentina tiene, otra vez, un gran amigo aquí al lado. Caso notable el de Lula. Es el único dirigente de masas en el mundo que fue líder popular en el siglo XX y sigue siéndolo en el siglo XXI. Lo graficó él mismo cuando, durante su asunción en el Congreso, contó por qué usaba esa lapicera blanca que tenía en la mano. “Me la regaló un votante en 1989, cuando fui candidato por primera vez. Perdí. Volví a perder en 1994 y 1998. Después, en 2002, gané. Ahora recuperé la lapicera y la voy a usar hoy”.
En 1989 Lula llevaba ya nueve años como presidente del Partido de los Trabajadores, fundado en 1980, y aún más tiempo como presidente del Sindicato de los Metalúrgicos, desde donde despertó un nivel de atención universal. Incluso se fijó en él ese curioso profesional que fue el historiador Eric Hobsbawm, siempre presto a registrar la más mínima novedad en el movimiento obrero de donde fuere. Y después, a partir del 1 de enero de 2003, Lula fue dos veces presidente y máxima referencia del PT.
En ese trayecto de Lula presidente (y en parte con Dilma Rousseff hasta que, en su segundo mandato, truncado por el golpe de 2016, eligió el camino de la ortodoxia) más de 30 millones de brasileñas y brasileños se hicieron ciudadanos con derechos sociales plenos. Como el ciclo lulista no pudo completarse, diría su ex vocero el politólogo André Singer, Lula repitió su consigna de hace 20 años: peleará otra vez para que los brasileños coman tres veces por día. Lo hará en un país desigual donde, como les dijo a las 300 mil personas que se concentraron en Brasilia, el 5 por ciento detenta el mismo ingreso del 95 por ciento restante y 6 multimillonarios tienen el mismo patrimonio que 100 millones de brasileños juntos.
Al amigo de al lado le bastó una breve mención para definir su política exterior. “Vamos a recuperar la integración sudamericana a partir de fortalecer el Mercosur y reconstruir Unasur”, dijo. “Vamos a desplegar una política activa y altiva con todos los países”, agregó, y nombró entre otros a los Estados Unidos y China. “Activa y altiva” son los dos adjetivos que acuñó su primer canciller, Celso Amorim, en 2003. Lula también se comprometió a luchar por la paz, en sintonía con uno de sus últimos tuits, donde reveló que habló de la necesidad de terminar con la guerra con la representante rusa que asistió a la asunción. Dijo que “terminar con las guerras, con la desigualdad en el mundo y con el extremismo autoritario es un desafío civilizatorio”. Y antes de asumir ya había anunciado la normalización con la Venezuela de Nicolás Maduro. Sin sanciones ni bloqueos.
En clave de política argentina, está claro que Lula no provoca fisuras en el agrietado Frente de Todos. Más bien al contrario. Son fluidas sus relaciones con Cristina Fernández de Kirchner. CFK no solo lo quiere sino que lo respeta. Son cariñosos sus vínculos con el Presidente Alberto Fernández, quien jugó fuerte por él desde que fue a visitarlo cuando aún estaba preso, una iniciativa de política exterior tan taxativa como el respaldo y el cobijo a Evo Morales. Hasta Sergio Massa se integró al romance con Lula cuando hace unos días viajó junto con su asesor diplomático Gustavo Martínez Pandiani a reunirse con el ya designado ministro de Hacienda Fernando Haddad.
La palabra “Argentina” no apareció en el discurso, pero un signo a tener en cuenta es la designación como canciller de Mauro Vieira, un diplomático de carrera que entre 2004 y 2010 fue embajador en Buenos Aires. Movedizo, Vieira conoce al detalle la política argentina. En esos seis años, que son una duración infrecuente, frecuentó a cuanto dirigente y cuanto funcionario estuviera a mano. Saber de mañas ya es útil. Saber de mañosos, un plus.
Hombre de confianza de Amorim, el nuevo canciller siguió al pie de la letra la estrategia del entonces ministro de Relaciones Exteriores, del propio Lula y del consejero de asuntos internacionales, Marco Aurélio García. El criterio era que el primer anillo de alianzas de Brasil empieza por la Argentina y por el Mercosur.
Los desafíos externos son diferentes que los de hace 20 años. En ese momento Brasil y la Argentina peleaban un lugar en la diversificación comercial creciente dada por una China emergente como jugador planetario de primer orden. Por eso Lula y Néstor Kirchner coincidieron en maniatar primero la negociación con Washington para formar un Área de Libre Comercio de las Américas y ponerle bolilla negra en la cumbre de Mar del Plata de 2005. Hoy la Argentina tiene balanza deficitaria con Brasil pero a la vez Brasil es el principal destino de las exportaciones industriales argentinas. Y los dos países, cada cual con su grado de importancia mundial, que dista de ser parecida, se enfrentan a desafíos que para ambos son simultáneos:
*Cómo mantener las nuevas relaciones con China y evitar tanto el déficit comercial como el estímulo a la primarización de las exportaciones.
*Cómo consolidar relaciones con los Estados Unidos sin caer en el alineamiento automático. Relaciones que la Argentina ha buscado aceitar como sustento para la negociación con el FMI y que el Brasil de Lula buscará mejorar porque no tiene una buena experiencia: poco antes del golpe, Dilma Rousseff suspendió una visita de Estado tras descubrir el espionaje externo sobre ella, sobre su asesor Marco Aurélio y sobre Petrobrás.
*Cómo avanzar en un Mercosur que el esfuerzo argentino, y luego una conducción profesional en Itamaraty después del desplazamiento de un canciller fascista como Ernesto Araújo, lograron preservar en estos años pese a la presión librecambista de rentistas brasileños y macristas argentinos.
Quien haya escuchado entero el discurso de Lula (si no, hacer click acá) habrá percibido las líneas maestras del plan: justicia social, crecimiento sin falsas contradicciones entre mayor consumo interno y más exportaciones, unión contra la desigualdad extrema, desarrollo industrial y desmonte de las estructuras fascistas en el Estado y en las conciencias.
Hubo diagnóstico, táctica, amplitud de alianzas, estrategia y candidato. Y una definición de fondo: “No sería justo ni correcto pedirle paciencia al que tiene hambre”.
Parece ingenuo pensar en un efecto dominó automático por el que, si Lula ganó y pudo asumir, ocurrirá inevitablemente lo mismo con el Frente de Todos en octubre y diciembre. Pero, al menos entre peronistas, kirchneristas y aliados no peronistas del FdT, claramente el 2023 arrancó con un sentimiento compartido: la alegría no es solo brasileña.