Desde Río de Janeiro
Luis Inacio Lula da Silva inauguró este domingo su nuevo gobierno con dos puntos inéditos: nunca antes un candidato salió vencedor de tres elecciones presidenciales, y nunca antes un presidente sucedió a un gobierno tan terriblemente destrozador.
La herencia que él recibe de Jair Bolsonaro, el peor y más abyecto presidente de la historia, es el resultado del peor y más abyecto gobierno que Brasil padeció desde que se tornó República, el 15 de noviembre de 1889. Peor, en todos los sentidos, que las dictaduras militares que asolaron el país, principalmente la que Bolsonaro más idolatra, la que se extendió por largos y tenebrosos 21 años, de 1964 a 1985.
Amparado por una coalición que va de la derecha a la izquierda, Lula obtuvo una victoria estrecha, una diferencia de poco más de dos millones de votos en un universo de unos 156 millones de electores.
El resultado – 50,9% de votos para Lula, 49,1% para Bolsonaro – resaltó hasta qué punto la campaña mediática y jurídica que desde 2013 trató de demonizar la política brasileña surtió efecto.
En las elecciones de 2018, con Lula detenido por un juez inmoral y manipulador y gracias a la omisión cómplice de la Corte Suprema, Brasil eligió Bolsonaro.
¿Quién era él? Un diputado mediocre, que en 28 años de mandato no logró aprobar uno solo de sus propuestas de ley, que se hizo conocido por su desequilibrio primario, un ex teniente que se hizo capitán al ser catapultado del Ejército, un misógino, racista, corrupto, desviador de fondos públicos.
Pues como muestra de hasta qué punto llegó la ignorancia política – y social – de los brasileños medios, esa figura logró alcanzar la presidencia.
Lula montó un amplio equipo de transición entre el actual gobierno y el que estrena este domingo. Ya Bolsonaro, que siquiera reconoció públicamente la victoria de su adversario en las urnas, dejó a cargo de su compinche principal, un veterano político de derecha, Ciro Nogueira, especie de jefe de Gabinete, la decisión de colaborar o no con la transición.
Bueno: algunos colaboraron más, otros menos. Y sin excepción alguna, tanto unos como otros dejaron bien claro el tamaño de la devastación que Brasil padeció en los últimos cuatro años.
Lo que no se sabe exactamente, y nadie en el nuevo gobierno se anima siquiera a suponer, son los detalles de esa devastación. No se sabe, por ejemplo, el destino de vacunas de todos tipos, el total de medicamentos que están a punto de caducar. Eso, en Salud. En Educación, faltan detalles que van del número de alumnos que efectivamente frecuentas cursos al total de material y equipos funcionando. El sector eléctrico – la estatal Eletrobrás fue privatizada – se sabe que hay varia bombas, pero nadie logró saber su potencia ni dónde están.
Por donde quiere que se mire, la devastación oculta sus entrañas. O sea, puede que a corto plazo se tenga una dimensión aún más asustadora de la herencia de Bolsonaro que la que se conoció en ese periodo de transición.
Lula tiene experiencia suficiente para saber perfectamente otra dimensión, la de las esperanzas que su llegada ha despertado en más de la mitad de los brasileños. Y también el tamaño del tsunami que lo espera.
Muchos de sus electores se sorprendieron de manera negativa frente a algunos de los ministros nombrados por él. No me refiero a los de izquierda: hasta los de centro y centroderecha reaccionaron mal a ciertos nombres.
¿Hay una explicación para nombramientos tan polémicos? Sí, hay.
El Congreso que estrena el dos de febrero es mayoritariamente de derechas, con focos de extrema derecha.
Brasil tiene un número absurdo de partidos: 32. De ellos, 22 tienen representantes en el Congreso. ¿Cómo gobernar con semejante ensalada de siglas e intereses?
El llamado “Centrão”, o sea, gran centro, es formado por partidos que, al contrario de lo que dicen las malas lenguas, no se venden: se alquilan. Estuvieron con todos –sin excepción – los gobiernos desde la retomada de la democracia, en 1985. El mismo Ciro Nogueira que es uno de los hombres fuertes del gobierno de Bolsonaro estuvo en el pasado con Lula.
A partir de hoy Brasil tiene un presidente con vasta y sólida experiencia de negociador. Lula puso bajo su control directo los ministerios esenciales para los cambios que se propuso a realizar en un país dilacerado.
Sabe el tamaño y el peso de los problemas que enfrentará. Sabe que podrá haber frustraciones, que ni todos quedarán satisfechos con los resultados.
Pero principalmente sabe el peso y el tamaño de las esperanzas depositadas en sus manos.
Sabe que su misión está en la expectativa de más de la mitad de los brasileños. Y que no le queda otra que esforzarse hasta el último hilo de su alma para hacer lo mejor posible y, en algunos casos, hasta lo imposible.