Pasaron casi tres años del asesinato a Fernando Báez Sosa y Villa Gesell no luce muy distinta de aquel entonces. Enero siempre es el mes más fuerte para todo el corredor atlántico y la localidad bonaerense ahora está repleta de visitantes, tal como aquella madrugada del 18 de enero de 2020. Muchos de ellos, además, son jóvenes, característica que históricamente definió el perfil turístico de la Villa.
Las reservas y compras de alojamiento y pasajes presagian para el verano 2023 otra temporada al alza en la era postcuarentena. Un escenario impensado en enero del 2020, sobre todo después de un crimen que conmocionó al país entero y amenazó con romper la reputación de una ciudad que siempre pareció llevar al límite la convivencia del turismo juvenil con operativos de seguridad no siempre bien direccionados y una conducción municipal que nunca se involucró demasiado en estas disonancias.
Durante aquel 2020, incluso, se llegó a discutir en la política doméstica la oportunidad de inhabilitar por siempre los locales bailables. El tema circuló en agenda mientras aún perduraba el caso Báez Sosa en la opinión pública, aunque luego continuó también durante la pandemia. La propuesta llegó incluso al extremo de analizar la posibilidad de cambiar el perfil joven que la Villa detentaba desde mediados de la década del 60’, cuando la película Los Inconstantes hizo descubrir esa playa hasta ese entonces desconocido primero a la posteridad y luego al resto del país.
Finalmente, otras prioridades corrieron el eje y a la salida de las restricciones sociales volvieron a abrir salas características de la noche geselina como Dixit y Pueblo Límite. Las últimas noticias de ambas son denuncias de violaciones que jóvenes hicieron el verano pasado. En efecto, nada había cambiado demasiado nunca, por lo visto.
Aunque la Villa se sacudió con el crimen de Fernando Báez Sosa, tardó un tantito más que el resto en entender la magnitud de lo que había pasado. La primera reacción fue, probablemente, la misma que la de cualquier destino turístico: temer por la demonización del lugar en el momento más productivo del año. No fue en Gesell, sino en Buenos Aires donde sucedieron las primeras grandes manifestaciones públicas: el departamento de la familia Báez Sosa, en la portería de un edificio de Recoleta, comenzó a nuclear distintas acciones. Que iban desde encuentros sobre la vereda de la avenida en la que estaba la vivienda, hasta carteles en blanco y negro tamaño oficio con la cara del joven de 18 años y la leyenda: “Justicia por Fernando, asesinado en Villa Gesell”.
La pregunta se hubiese impuesto en cualquier lugar ante un hecho similar, aunque no en Gesell: “¿Qué estabas haciendo cuando pasó lo de Fernando?”. Inicialmente, la noticia discurrió por el pueblo de manera imprecisa en aquella madrugada del 18 de enero del 2020: se hablaba confusamente de una pelea de pibes en situación de boliche, una ambulancia, policía. Bardo. Nada distinto a cualquier otra historia en la memoria.
Hasta que apareció un dato escalofriante: “Uno murió”. Y ahí comenzó a cambiar todo: a medida que avanzaba la madrugada, Villa Gesell se volvía tendencia principal de Twitter Argentina y los medios nacionales ponían placa de “Urgente” al violento episodio frente al boliche Le Brique. Para la tarde, el pueblo estaba lleno de móviles periodísticos de todo el país.
Las voces oficiales fueron farragosas: las autoridades locales primero se inclinaron por la teoría de una pelea entre dos bandos de jóvenes con excesos de consumo de alcohol, poniendo en igualdad de culpabilidad a víctima y victimarios. Y si bien algunos testimonios daban cuenta de otra versión, no fue hasta la circulación de videos grabados con teléfonos celulares que entonces se hizo incontrastable el horror de una patota ultimando a patadas a un pibe en la vereda. La novedad, además, era que la policía jamás llegó a intervenir en la gresca, a pesar de que esta se prolongó por varios minutos sobre la avenida 3, arteria principal del centro geselino.
Le Brique no volvió a abrir desde aquella madrugada trágica del 2020. En su fachada conviven el nombre del boliche con una pintada que pide justicia. Enfrente, un cantero contiene el árbol que fue mudo testigo de la paliza mortal y luego se fue convirtiendo en una especie de monolito que tuvo distintas intervenciones hasta que, finalmente, fue colocado un cartel de madera. El mismo dice el nombre del joven de 18 años, sin más detalles. El lacónico letrero no expresa ningún verbo ni referencia de lo sucedido, a excepción de cartulinas que se pegan por obra de algún anónimo y luego se despegan vaya a saber uno por qué. El juicio que comienza mañana en Dolores con ocho imputados intentará reponer algo de justicia. Y, en otra medida, algo de memoria en una ciudad que se fue meciendo entre cierta indiferencia y un olvido doloroso.