La escritura de Juan Carlos Dávalos (Salta, 1887 - Salta, 1959), cercana al concepto de la “Argentina invisible” de Eduardo Mallea, entronca con las coordenadas culturales sudamericanas, de esa América olvidada e invisibilizada por los intereses económicos y políticos de la Argentina “aluvional”, conformada por la gran inmigración de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y claramente determinada por la preponderancia centralista del puerto de Buenos Aires.
Juan Carlos Dávalos muestra la vida de los habitantes de la Puna y de los Andes, de los valles, de los montes y selvas chaqueñas y un modo de vivir provinciano, remansado. Y a pesar de la no identificación con las culturas originarias ya que Dávalos deslinda en su narrativa, en su poesía y en sus obras teatrales, lo hispánico de lo estrictamente americano en el uso de la lengua, a través del uso de comillas en los giros y palabras en lengua indígena, especialmente quechua (acullico, apacheta, bumbuna, pasacana, puiscana, tacuil, charqui, chilcán, caschi), puede leerse en toda su obra la admiración y el elogio de los pueblos andinos pre-hispánicos. El léxico precolombino se mixtura con el vocabulario y la sintaxis castellana de los siglos XVI y XVII, o sea arcaísmos de la época de la conquista que entroncan por cierto con la lengua española del Siglo de Oro. Los hablantes indígenas de los cuentos o poemas de Dávalos abundan en expresiones como: “Yo nunca lo vide…”, “una vez oíle”…”Y diz que es de cholo la cara del dios”. El registro lingüístico mestizo inserta la producción de Dávalos en el sistema literario latinoamericano de la época, marcado por el llamado “criollismo” (Jorge Icaza, Rómulo Gallegos, Mariano Azuela, José Eustasio Rivera y otros).
Esta lectura dialéctica clausura en gran medida el simplismo de las dicotomías y las superficialidades. Durante mucho tiempo se consideró a Dávalos como el escritor representante de una clase social acomodada y conservadora que describía a los habitantes del noroeste argentino desde una mirada pastoril estereotipada; pero si observamos más detenidamente los textos podemos señalar que lo pastoril y autóctono devienen en una gran valoración de lo precolombino. Recordemos su célebre “Leyenda de Coquena”, donde el poeta denuncia la destrucción que causa el mercantilismo y la violencia del “hombre blanco” en la naturaleza, en la vida y la cosmovisión de los pobladores autóctonos:
Cazando vicuñas anduve en los cerros
Heridas de bala se escaparon dos.
-No caces vicuñas con armas de fuego,
Coquena se enoja -me dijo un pastor.
-¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó?
-Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón?
En este punto es notable la relación con Domingo Zerpa (Jujuy ,1909 - Jujuy, 1999) quien, también desde un registro lingüístico que mixtura lo español y lo indígena, describe la vida y fisonomía de los habitantes andinos, de esa Abya Yala originaria. Lo pastoril está presente en ambos escritores; las retamas y el narciso silvestre, amancay, de los Valles Calchaquíes, de Cachi, Tolombón y San Carlos que enmarcan el perfil de hombres y mujeres de una distinción especial: “Parecen educados por institutrices inglesas. Jamás se los sorprende en groserías de lenguaje o en torpes ademanes”, dice Juan Carlos Dávalos en “El fuerte de Tacuil”, uno de los textos de Cuentos y relatos del Norte Argentino. Austeros y silenciosos, los habitantes de la Puna y los cerros norteños portan la sabiduría milenaria de sus ancestros y una dimensión mítica y humana a menudo incomprensible para la cultura occidental. Lo mismo ocurre con los retratos de los habitantes del altiplano que brinda Domingo Zerpa en sus poemas.
Qué lejanos los rostros andinos de Dávalos y Zerpa de aquellos torturados personajes urbanos desarraigados que dibuja tan bien Roberto Arlt, productos de una Argentina poblada por inmigrantes e hijos de inmigrantes que sienten en su ser la carencia de identidad, el dolor de la soledad y la desesperanza. Recordemos "El juguete rabioso" (1926) o "Los siete locos" (1929), donde las tristes y trágicas historias surgen en el entramado social de la gran ciudad burguesa en la que son inevitables el sinsentido, la gratuidad de la existencia y el común denominador de la angustia y la locura.
Los personajes de Dávalos y Zerpa aguardan el atardecer del día y la vida en una colina que es la colina de la tierra amada. Lo eglógico está presente en esos campesinos que recorren grandes distancias entre piedras y tolares, para cuidar el redil o recoger agua, campesinos que evocan el canto virgiliano de Las églogas y un erotismo sutil, disimulado por la naturaleza, como en ese cuento magistral de Dávalos que se titula: ”Idilio pastoril”. La dimensión del amor, la paz de la naturaleza, el cuidado de los animales, sitúan al autor salteño y al jujeño como grandes escritores universales.
Juan Carlos Dávalos y el cine
En la década del 40, uno de los más famosos relatos de Dávalos, “El viento blanco”, fue propuesto para ser llevado al cine con guión de Ernesto Díaz Villalba junto a Ulyses Petit de Murat, Homero Manzi y el director Lucas Demare, todos de Pampa Film. Sin embargo, el proyecto no avanzó y se filmó en su lugar “La guerra gaucha” de Leopoldo Lugones. En la década del 70, Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido y Ulyses Petit de Murat se reunieron para filmar “Güemes. La tierra en armas” con Alfredo Alcón, Norma Aleandro y Gabriela Gili, basada en la obra teatral de Juan Carlos Dávalos: “La tierra en armas”.
La filmación de “El viento blanco” que narra las peripecias de los valientes y sencillos arrieros de Salta y Jujuy que atravesaban la cordillera rumbo a Chile, hubiera sin duda resultado un film de notable fisonomía, que nada hubiese tenido que envidiar a los filmes que muestran a los osados vaqueros del lejano oeste de las películas de Hollywood.
Domingo Zerpa, el Virgilio andino y su amistad con Julio Cortázar
Domingo Zerpa había nacido en Runtuyoc, Abra Pampa, provincia de Jujuy, en 1909, nombrada primeramente como Siberia Argentina, por su alejamiento de las ciudades y su paisaje desértico. Zerpa conoció a Julio Cortázar en 1939 cuando ambos ejercían la docencia en la Escuela Normal Nacional “Domingo Faustino Sarmiento” de Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. Una amistad fraterna surgió entre ellos. Caminaron por las calles de la ciudad, por Pellegrini al 100, en la cual se situaba la pensión Varzilio, de doña Micaela Diez de Varzilio, donde vivieron, y por Güemes, Yrigoyen, Rivadavia, por Plaza España, frente al edificio de la Escuela Normal, que inspirara a Cortázar algunos poemas. Alternaron con el cineasta Ignacio Tankel (Cortázar escribió con él el guión para la película “La sombra del pasado”, uno de los films de Tankel, estrenado en el cine Metropol de Chivilcoy), participaron de la vida cultural de la ciudad con conferencias, artículos y notas en diarios y periódicos.
Cortázar también acompañó a Zerpa cuando éste recitó sus poemas collas y comprometidos en el Café Tortoni de Buenos Aires. En 1944, Julio se trasladó a Mendoza porque había sido nombrado profesor de Literatura Francesa en la Universidad Nacional de Cuyo. Domingo Zerpa permaneció en Chivilcoy durante 30 años (desde 1935 a 1965), se casó y siguió en esa ciudad siempre como profesor de literatura y escribiendo los notables poemas que evocan a la Puna jujeña, ese espacio que lo viera nacer y en el cual vivió su infancia y juventud. Recordemos sus célebres poemarios como "Puya-Puyas" y "Erques y cajas. Versos de un indio", este último prologado por Julio Cortázar, con el pseudónimo de Julio Denis, el mismo con el que firmara su primer libro de poemas: "Presencia", en 1938. Domingo Zerpa es muy recordado en Chivilcoy por sus ex alumnos, escritores y amigos. La ciudad bautizó en 2006 una de sus calles (calle 13) con su nombre y la Escuela Normal canta el himno que él escribiera con música de Pascual Antonio Grisolía. Zerpa retornó a Jujuy y siguió enriqueciendo el ámbito pedagógico y literario. Sobrevivió a su amigo Julio, ya que falleció en esa ciudad en 1999, a los 90 años.
Domingo Zerpa cantará a su Runtuyoc natal, en Abra Pampa, desde la mixtura quechua y castellana. Nunca abandonará a Runtuyoc y lo recuperará siempre en sus versos. Por otra parte, hay en Zerpa una marcada denuncia social. El crítico y estudioso Carlos Rafael Giordano lo considera como a uno de los nombres más importantes de la poesía social argentina, junto a Luis Franco, Raúl González Tuñón, José Pedroni, Álvaro Yunque, César Tiempo, Manuel J. Castilla y Raúl Galán. Recordemos poemas como “Los arriendos”, “Qué será Tatita”, “¡Juira juira!”, “Malhaya”, dichos desde el habla andina. Evoca a los pastores del cerro con sus cabras y vicuñas, a la tierra y al mito y, a la vez, reprocha la intromisión de una cultura explotadora y depredadora. Como un Virgilio andino, Zerpa poetiza a los rebaños, a la montaña, a los pastores…
Juira juira! Sopla el viento en las quebradas/…y las llamas…/ las llamitas enfloradas,/ siguen, siguen al compás de los cencerros./
-Pachamama, santa tierra, Pachamama/ de la Puna: yo te juro ser tu esclavo, /si es que suben mis burritos y mis llamas /sin cansarse ni gotita /el cerro bravo. /
-Pachamama es todo el grito de la raza/ que se extingue poco a poco en la colina /mientras queda sólo el eco del que pasa/ con la eterna voz del Inca:- ¡Juira juira!, ¡Juira juira!
Retorna el poeta a su origen y a través de los endecasílabos de un soneto que demuestra la mixtura y la hibridez cultural, abraza su identidad campesina y latinoamericana:
Aquí vivió mi madre campesina /aquí, mi padre labrador y arriero. /Sencillamente, todo lo que quiero / aquí dejó su gota cristalina.
Volver a la madre tierra, al ámbito del padre labrador y arriero, identidad definitiva, la identidad que Julio Cortázar encontró en Cuba, en toda América, en el mundo, en suma, en la literatura, esa patria universal sin tiempo y sin espacio.
*Escritora. Premio Casa de las Américas de Cuba 1993.