Claudia Alarcón se convirtió en diciembre último en la primera artista wichí en obtener un premio en el Salón Nacional de las Artes Visuales, que desde hace 110 años lleva a cabo el Palais de Glace o Palacio Nacional de las Artes, del Ministerio de Cultura de la Nación. Ese fue el cierre de un año de mucho trabajo, exposiciones y reconocimientos que trascienden a su Pueblo Wichí.
Para hablar de eso, de la identidad indígena que se apoya en la memoria de sus ancestros y ancestras para ir dialogando con otras culturas y otras visiones del mundo, y del arte como puente para esa conversación, Salta/12 se reunió con Claudia Alarcón y con la también artista y curadora Andrea Fernández, que es además su amiga entrañable y una de las personas que acompaña desde sus orígenes el proceso del colectivo de mujeres tejedoras Thañí (Viene del Monte), del que forma parte Claudia.
Fue, en estos días de pasión mundialista, una conversación intermediada por el fútbol, por el amor y todas esas emociones buenas que despierta esta Selección, incluso allá donde el mapa argentino se besa con territorio paraguayo y boliviano.
Comenzó por el repaso de los reconocimientos que cosechó Claudia Alarcón en los últimos meses del añ pasado. En diciembre obtuvo el primer premio en la disciplina textil del Salón Nacional de las Artes Visuales que realiza todos los años el Palais de Glace. El premio fue por la obra "Ifwala Iha I (Resplandor del sol)", realizada en fibra de chaguar y punto antiguo.
En noviembre último, fue merecedora del premio adquisición de la Colección Ama Amoedo en la Feria Pinta de Miami por su obra "El ojo de los ancestros", tejida en lana de oveja y lana sintética y que participó de esa feria llevada por la galería Remota, de Guido Yannitto y Gonzalo Elías, que representa a la artista wichí. En octubre la galería había ganado un premio como la mejor de ArteBA, del espacio joven, en ese evento Claudia "pudo vender por primera vez sus obras como obra de arte, que han quedado en importantes colecciones privadas", contó Andrea.
En octubre también una de sus obras fue comprada por el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Salta, con lo que "también por primera vez dentro del patrimonio de la provincia de arte contemporáneo hay una obra de una mujer indígena, y justamente una obra tejida en chaguar, que es la fibra con la que ha trabajado siempre su pueblo, y con los puntos tradicionales de su pueblo", destacó Andrea. La obra se llama "De lo ancestral a lo futuro", y en ella la artista "propone también esa mezcla que está experimentando, imaginarse cosas nuevas, no tanto imágenes nuevas, sino que vaya a otros lugares nuevos”, que “se muestre diferente”.
En esta parte de la conversación Claudia no hizo valoraciones verbales, pero después, en su perfil de Facebook, contó de su "alegría" por estos "dos importantes reconocimientos a mi trabajo". Y concluyó: "Yo siento que es ahora el momento de mostrar todo lo que viene de nuestra fuerza y formas ancestrales hacia el futuro. Hoy, empiezo a nombrarme como una artista indígena, una artista wichí. Y lo digo con mucho orgullo y sueño con que el día de mañana todas mis hermanas wichí de la costa del río Pilcomayo puedan también ser parte de esto, que no tengan miedo de mirar para adelante y probar cosas nuevas".
Con esta última afirmación desarrolló una idea expresada en esta conversación de a tres: su deseo de que otras mujeres indígenas puedan ser artistas". "Me gustaría eso, incentivar a las mujeres”, a animarse a hacer este recorrido de artesanas a artistas, dijo.
Arte wichí
El Salón Nacional de las Artes del Palais de Glace es más antiguo de la Argentina, hizo notar Andrea Fernández. "Esta ha sido su edición 110, hace más de cien años que se hace, y siempre ha sido importante porque de alguna manera el patrimonio que se ha estado construyendo desde ese salón, que tiene premios adquisición, ha ido hilvanando nuestra historia del arte", explicó.
Este año Andrea, nacida en Neuquén y tucumana de adopción, fue convocada como curadora de la muestra e integró el jurado que otorgó los premios. Andrea dijo que esto es posible porque la directora del Palais, Feda Baeza, una mujer trans, "está proponiendo cambios, así como ella está transicionando de género, también propone que el salón transicione, hacer un salón que realmente responda a la demanda de los artistas o de la gente que trabaja desde la cultura, qué historias queremos contar hoy, o qué personas queremos que estén ahí mostrando sus producciones artísticas". Con esa impronta se incorporó la presencia de feminidades y disidencias y se pensó en un cupo federal, "que por lo menos la mitad de los artistas que están en el salón sean de fuera de la ciudad de Buenos Aires".
En ese contexto pudo presentarse Claudia, en momentos en que "está empezando su carrera como artista, además de ser parte de una organización de tejedoras del Pueblo Wichí" y se convirtió "en la primera mujer indígena que es premiada". Si bien en su caso no fue un premio adquisición, Andrea lo valoró "como un antecedente de que también la producción que hacen, no solo ella, sino también muchas mujeres de su pueblo, pueda ser reconocida también como parte de Argentina".
Un gran paso para una institución que comenzó "dentro del proyecto del centenario de la independencia argentina”, que tuvo una mirada centralista, “eurocéntrica, racista, urbana”. El Palais “ha empezado a cambiar más profundamente con esta gestión, la gestión política que empezó a fines de 2019", el Ministerio de Cultura de la Nación "está proponiendo y haciendo cosas desde varias instituciones, esta es una más”.
Ni Andrea ni Claudia estaban involucradas en el ámbito de los salones o el mercado del arte. "Nosotras estábamos haciendo otro tipo de trabajo en los territorios, más con las artesanas, con las tejedoras" de las comunidades de La Puntana, en el municipio de Santa Victoria Este, y recién "este año nos hemos empezado a involucrar más con el mercado de arte" porque "vimos que vendiendo en el mercado de arte se gana muchísimo más que vendiendo los trabajos como artesanías". Pura practicidad: "Nosotros no nos metemos en la discusión de si es arte o es artesanía, para nosotros es las dos cosas, pero la diferencia es que en el mercado del arte se paga muchísimo más, entonces nos hemos empezado a vincular y hemos empezado a aprender juntas y también con la ayuda de colegas artistas cómo movernos en ese mundo", contó Andrea, con el asentimiento de Claudia.
A la par, desde el año pasado Andrea comenzó a acercarse a las instituciones públicas que se encargan de la cultura, con el propósito declarado de "defender o disputar ese lugar de los pueblos originarios y también de las comunidades campesinas ahí".
La geometría de miles de mujeres
Claudia y Andrea se rieron recordando que en los viajes que van de la mano de esta decisión de mostrar el arte wichí, se encuentran con mucha gente sorprendida porque "pensaba que en Argentina no había indígenas, cuando nosotras les contamos que no solo hay, sino que hay un montón”. “Miles de mujeres”, ratificó Claudia. Y Andrea: “Miles de mujeres, miles de familias indígenas, cuántos idiomas, lenguas vivas, que están presentes. Con otros imaginarios, otras imágenes" siempre "más vinculadas a figuras geométricas abstractas que tienen un significado”.
A sus 33 años, Claudia es quizás la primera wichí que expone en una galería de arte, con el agregado de que sigue viviendo en comunidad, ahí en La Puntana, a 45 kilómetros de Santa Victoria Este, por un camino mitad de tierra y mitad pavimentado. Vive con su marido, el maestro bilingüe Eduardo Solá, y sus hijas, de 14 y 11 años. “A ellas les gusta lo que hago y ahora que están en vacaciones están tejiendo”, aprendiendo a tejer.
Claudia también comenzó a tejer de niña, a los 12 años. “Primero hacía los cintos y las yicas, tenía que aprender bien como hacer la forma y después, como son muchos diseños, muchos dibujos, tenía que ir aprendiendo de a poco”. Sus maestras fueron su madre, su abuela y su tía.
El tejido estaba en ella. “Cuando veía a una madre tejiendo, siempre me llamaba la atención, de chiquita, y a veces me sentaba a ver cómo tejían, y llegando a casa me imaginaba como estaba tejiendo y es como que siempre lo tenía ahí”. Esas imágenes la urgían: "algo tenía que hacer, tenía que comenzar a hilar”.
“Me acuerdo cuando la conocí", terció Andrea. Fue en el primer taller, en 2015. “Ahí estaba Claudia", y "después muy tímidamente un día aparece, tenía una bolsa llena llena de yicas, todas prolijitas, hermosas, ella siempre me llamó la atención porque me daba cuenta cómo le gusta tejer, cómo goza tejiendo, siempre ha sido muy curiosa”.
“Es verdad eso, siempre he sido muy curiosa con el tejido, (piensa) y… con esto, ¿no? lo del arte", asintió Claudia. "Como dije en mi obra que está ahora en el MAC, uno está tejiendo lo ancestral y mezclando cosas que va aprendiendo y para mí es como un choque de culturas, de nuestra cultura y de la cultura de los blancos, y es emocionante porque nunca me pasó por la cabeza que podría hacer eso también”.
¿Y cómo crea sus obras?: Claudia contó que primero pensaba un diseño y lo tejía, pero después, "teniendo algunos viajes, algunos encuentros", comenzó a dibujarlos para luego pasarlos al tejido. Y ahora "las mismas compañeras del grupo también me piden que les dibuje todo lo que nosotras hacíamos sin dibujar, cuando hay una obra colectiva ellas me piden que dibuje, y en base a eso van siguiendo, y estoy viendo que está funcionando”. “Están saliendo cosas lindas y todas las chicas que están interesadas en eso van siguiendo ese ritmo, es como que no soy yo sola”.
“Es como una escuela que se va armando”, añadió Andrea, y despertó las risas. Entonces Claudia dijo aquello de que "también pueden ser más mujeres” las que participen "en esta cosa del arte”. “Me gustaría eso, incentivar a las mujeres”, aseguró.
La alegría también es indígena
En las artesanías el mercado pide los tintes naturales o la paleta de color de la temporada, explicó Andrea, pero muchas veces las tejedoras wichí prefieren jugar con novedades del mundo no indígena. "En el caso de lo que están haciendo ahora con el arte les decimos, con Guido, con quien las acompañamos, ‘pueden hacer lo que quieran, si quieren usar fosforescente, anilina, meterle plástico con el chaguar, háganlo’, como que también ellas tengan derecho a esa libertad de elegir”.
Entonces se dio un intercambio sobre qué es ser indígena hoy en día, su vínculo con el territorio, su entorno. ¿Ser indígena implica que se tiene que vivir en zonas rurales y con las mismas prácticas de antaño? ¿o, es, como la lógica parece indicar y como propone Claudia, una identidad que se construye con un diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo y lo porvenir?
“Eso es lo que nosotras decíamos ya hace varios años, ahora con Thañí, cuando las chicas, por ejemplo, han empezado a hacer sirenas o cosas que también a ellas las divierten, porque tienen ese derecho a la alegría, a hacer algo porque les gusta, ¿no?”, aportó Andrea. “Se les imponen tantas cosas ajenas” y lo que les alegra, no. “Ahí yo digo que hay que revisar esas conductas, esas prácticas racistas, porque parece que nos deja más tranquilos saber que ellos están sufriendo”. Algo tan común como tener un teléfono celular, poder viajar, es a veces mal visto cuando el sujeto es un o una indígena.
“Esas cosas siempre sucedían, me acuerdo cuando recién me compré un celular, sentía que no me pertenecía porque es como que nunca nosotras las mujeres wichí tendríamos ese derecho de tener un celular, o una mujer wichí conducir una moto, pero cuando empezamos nuestra organización me fui fortaleciendo, pensando en muchas cosas". "Escucho hablar a Andrea y me da esa fuerza de pensar no solo en mí sino en muchas mujeres que están dentro de la organización", en la necesidad de mantenerse juntas y "basta de pelear entre nosotros”.
Andrea agregó que para ese fortalecimiento también es importante el hecho de que la coordinadora de la organización Lhaka Honhat es mujer, "eso también es una referencia importante. Ellas tienen vínculo con Cristina (Pérez)”.
El machismo, o su ausencia, tiene su influencia. En el caso de Claudia, su marido la acompaña y aprecia su arte. "Creo que me ocupé en la coordinación del grupo porque tenía ese apoyo, y creo que muchas compañeras mías quisieran estar vinculándose más con el grupo pero no pueden” porque tienen otra situación familiar.
Eduardo también comparte en la escuela lo que escriben las tejedoras sobre su arte y su organización. Y son "él y varios más, no es el único" hombre que colabora, "con mucho respeto y mucha admiración hacia las mujeres”. Eso se vio con claridad en las dos muestras que se hicieron en el territorio, en Cañaveral, el año pasado, y en La Puntana este año.
"Nosotras queríamos que también la gente de ahí vea los tejidos esos inmensos que nunca se habían hecho ahí en la zona al menos". Y cuando preparaban la muestra en La Puntana, Eduardo y otros hombres plantaron palos para mostrar los tejidos. “Y todos, los niños, los varones, gente que no está tan vinculada al proceso este, miraba”, “es un orgullo, porque en nuestra cultura, los blancos digamos, hay gente a la que le gusta el arte y otra a la que no le importa, pero yo veo que en el mundo wichí, a todos les gusta el arte".