ATENCIÓN ESTA NOTE CONTIENE SPOILER

Miré The White Lotus gracias al meme viral en el que Jennifer Coolidge, Tanya McQuoid en la serie, dice con cara de circunstancia: “These gays, they’re trying to murder me!” (“¡Estos gays están tratando de asesinarme!”). La imagen extraída de “Arrivederci”, último episodio de la segunda temporada, fue compartida hasta el hartazgo desde su estreno el 11 de diciembre por trolos de todas partes, casi siempre con sarcasmo. En ese momento de ebullición, yo estaba releyendo por quincuagésima vez El baile de las locas y no pude evitar ponerle la cara de Coolidge a Marilyn, la gran rival de Copi en la novela.

La traducción de Anagrama (casi todo lo que leemos de Copi está traducido del francés) define a Marilyn como “una mujer de mariquitas”; su vida es una interminable fiesta con homosexuales que la admiran por ser ella la mejor imitadora de Marilyn Monroe en París. Esa es la tesitura de Marilyn hasta que se cruza con Copi, y ahí empieza el baile en la peor de sus acepciones.

“These gays, they’re trying to murder me!” es algo que Marilyn podría decir en casi cualquier capítulo de la novela, y solo a veces tendría un sentido literal. Por supuesto, Marilyn no usaría “gays” para referirse a las locas de su entorno: a diferencia de Tanya, es francesa y muy del siglo XX, y los personajes que la rodean son anteriores a la imposición de “gay” como vocablo preferido por los yankees para nombrarnos a todos los putos. Tanto en la novela de Copi como en la serie creada por Mike White, no obstante, se instala la imagen del puto asesino con por lo menos dos sentidos posibles: uno figurativo, el del puto que te hace festejar hasta morir, y otro literal, el del puto que es capaz de quitarte la vida.

Entre Peppa Pig y Monica Vitti, el personaje de Jennifer Coolidge ya es un icono

Tanya heroína camp

Me puse a mirar la serie sin sospechar que Tanya podría usar la frase viral con un sentido literal. Sacado de contexto por el sarcasmo marica, el gesto de Coolidge desviaba el sentido hacia cualquier otro lado. Incluso después de mirar la primera temporada, que por cierto me pareció muy superior en términos narrativos, abracé la convicción de que Tanya terminaría la segunda perreando en una fiesta gay hasta perder el aliento. Negué de plano la posibilidad de que unos gays quisieran asesinarla de verdad.

Por un lado, mi negación tuvo que ver con el hecho de que Tanya es posta “una mujer de mariquitas”; o sea, un personaje femenino del que los putos (en la realidad y en la ficción) podemos enamorarnos fácilmente. Y, por lejos, el personaje más camp de la serie. Recordemos las Notas de Susan Sontag: “la esencia de lo camp es el amor a lo no natural: la simulación y la hipérbole”.

Lo que los gays de la serie ven, fingen ver (¡otra simulación!), en Tanya es lo mismo que nos lleva a nosotres a adorarla: una hipérbole de lo femenino, permanentemente vestida de muñeca como quería su madre; una figura híbrida, Monica Vitti y Peppa Pig en simultáneo, y un show viviente de lo trágico. Tal es así que, ya en el primer capítulo de la segunda temporada, Tanya tiene una premonición a lo Edipo rey (“veía muchas caras de hombres con peinados muy afeminados y, luego, te vi a vos, Greg, tus ojos eran como ojos de tiburón”) pero entonces la tomamos entre comillas. Como sugiere Sontag: “El camp lo ve todo entre comillas. No será una lámpara, sino ‘una lámpara’; no una mujer, sino ‘una mujer’”. Toda Tanya puede ser vista entre comillas: “tiene una visión”, “está en peligro”, “su marido la engaña”, “los gays quieren matarla”.

Por otro lado, casi olvidándome de lo que estaba leyendo mientras tanto (¡perdón, Copi, no me mates!), me pareció improbable que los gays quisieran asesinarla literalmente. No sé qué me pasó, ¿una repentina confianza en la bondad de los putos? Lo gracioso es que los gays de la serie, incluso los de la primera temporada, parecen personajes directamente extrapolados de una historieta de Copi. También podrían ser personajes de La guerra de los putos, novela de 1982 que se diferencia bastante de El baile de las locas aunque en las dos hay asesinos. La guerra del título es efectivamente de los putos, que se refieren a sí mismos como “homosexuales” (Copi no se los banca, quizás por eso se refiere a ellos con el término “pédés”, o sea, “putos” en francés). La preposición importa mucho: los homosexuales están librando una guerra, pero no entre ellos. Enviciados con sus propios privilegios, se muestran dispuestos a eliminar a las fabulosas travestis amazónicas que amenazan el estilo de vida homosexual.

En la serie, Tanya descubre un vínculo entre su marido Greg, que quiere quedarse con la fortuna McQuoid, y Quentin, el líder de los gays que quieren matarla. Nunca se termina de esclarecer la naturaleza de ese vínculo (una de las mejores cosas que tiene The White Lotus es que no se detiene en explicaciones innecesarias), pero resulta evidente que la ausencia de Greg es una coartada para que los gays se carguen, con ayuda de un mafioso muy hot, a su esposa. También es evidente la motivación de los gays: parte de la fortuna que Greg herede va a ser destinada al mantenimiento de los palazzos que habitan, es decir, al financiamiento de un estilo de vida carísimo que ellos, últimos orejones en el tarro de la aristocracia europea, son incapaces de mantener.

Tanya pronuncia la frase viral en un intento desesperado por obtener la ayuda del viejo que timonea el bote de Quentin. Este, lejos de entender el inglés de la McQuoid, responde: “Anche io sono gay! Siamo tutti gay!”, y yo no entiendo cómo todavía no se hizo un meme con esto. Todo lo anterior, tan chistoso cuando se cuenta sumariamente, tiene en la serie el mismo tono aterrador que adoptan las novelas de Copi en los momentos clave. La risa se nos congela al entender que Tanya, a bordo de ese bote, está en verdadero peligro. Una de las escenas finales se desarrolla con la cámara fija en su rostro aterrado, al mejor estilo Hitchcock. El efecto es brillante y convierte a “Arrivederci” en el capítulo más memorable de una temporada que, por lo demás, resulta mucho ruido y pocas nueces.

No puedo decir que el final de Tanya se cuenta solo porque, en realidad, se nos va revelando a lo largo de la temporada como en una buena tragedia; hasta una tarotista lo anticipa en el capítulo tres. Las relaciones hiperestéticas con el arte pictórico y la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Pucini, tienen una función clave en esa premonición. Me animo a un último presagio: gracias a la lucidez de Mike White y la perfo alucinante de Jennifer Coolidge, vamos a estar hablando de Tanya McQuoid por mucho tiempo, acaso para siempre.