“Abogada feminista de Tucumán”, así se nombra Soledad Deza y esas palabras van enlazadas seguramente a ciertas particularidades de su provincia, porque “ninguna provincia del norte es fácil para ser progresista y mucho menos feminista”, advierte Soledad en comunicación con Las12. “Acá el statu quo es muy conservador gobernando cuerpos y mentes. Imaginate que el año pasado una amiga me llama luego de una charla que di sobre violencias de género en el Colegio de Abogados local, para contarme que el comentario era que me presentaba como “abogada feminista” y lo desafiante que era eso. Tener en el siglo XXI a colegas mujeres haciendo juicios de valor sobre el feminismo ajeno, te pinta de cuerpo entero la hostilidad del contexto”.
Vamos a los recuerdos de su infancia y juventud y enseguida aparecen entornos religiosos, porque desde jardín de infantes, Soledad fue a un colegio de monjas, solo de mujeres. Se movía en ambientes “súper conservadores, así que la aparición del feminismo llegó bastante tarde”, señala. Y cuenta que surgió de manera muy incipiente, como un interés, cuando eligió como posgrado una maestría de género en FLACSO, allá por 2009. Tres años después, en 2012, hizo su primera defensa penal feminista, con el caso “María Magdalena”, que había sido legrada sin anestesia y denunciada por aborto por sus médicas en una maternidad pública de Tucumán.
Soledad trabaja desde los 19 años en el campo del derecho y sus comienzos estuvieron relacionados al derecho privado. Durante varios años trabajó en un estudio importante de Tucumán, donde hacía sobre todo derecho comercial. Luego fue relatora en el Juzgado Federal de Tucumán y después de eso volvió a ejercer la profesión, pero aún sin estudios de género. “Cuando tuve tiempo de hacer un posgrado no tenía plata, cuando tuve plata tenía hijes chiques y no tenía tiempo, y recién pude ‘elegir’ una formación de posgrado cuando llevaba quince años de recibida. Me gusta pensar que aunque mi praxis no era feminista, había algo que me tiraba para ese lugar en esa elección.”
¿Qué era ese “algo”?
-Algo de sentido de justicia que me incomodaba en mi lugar de privilegio. Saberme inhabitable de ciertas injusticias. Quizá tuvo que ver el hecho de haber abortado como una completa extraña en el campo de la soberanía sexual y no siendo aún feminista, haber tenido la suerte de dar accidentalmente con una médica que sin conocerme me quitó el miedo, me sacó la culpa y me trató amorosamente. Quizá pensar desde el propio miedo en el miedo de otras puso en jaque mi comodidad emocional.
¿En qué consiste tu militancia feminista hoy?
-Mi militancia feminista hoy se da desde la Fundación MxM https://mujeresxmujeres.org.ar/quienes-somos/ (un espacio de activistas de Tucumán que lucha por los derechos de mujeres y diversidades), con un activismo interdisciplinario e intergeneracional, pero también desde el lugar de docente e investigadora en la Facultad de Derecho, como profesora en posgrados tratando de incidir en otras disciplinas que también articulan el derecho, y desde la participación en espacios colectivos, tanto institucionales como sociales. Desde la abogacía participo en litigios donde pueda aportar perspectiva feminista, ayudo a las compañeras feministas que me piden ayuda en sus propios litigios y trato de formar a estudiantes y abogadas jóvenes en la abogacía feminista como praxis ética en la representación de intereses ajenos.
¿Cuánto tienen que ver los contextos y las historias para una justicia feminista?
-Trato de reivindicar los contextos porque el derecho liberal nos ha enseñado de objetividad y neutralidad en los conflictos como una forma de homogeneizar las soluciones, y eso se opone a una justicia feminista, donde cada persona llega con su propia historia que sesga sus decisiones, llega por sus propios caminos y con sus propias expectativas. Entonces para una praxis feminista de la abogacía trato mucho de no subtitular la autonomía de quien asesoro, de situarla ante los ojos del Poder Judicial como una persona con identidad, historia y connotaciones propias. Estudio mucho para hacerlo en cada caso, como un acto de responsabilidad con otres.
Soledad fue la abogada de “Belén”, la muchacha que en 2014 estuvo presa en Tucumán durante casi tres años por un aborto espontáneo. Cuenta que lo que más la marcó de ese caso fue el peso de que Belén estuviera presa injustamente y que su trabajo no fuera suficiente para dar vuelta su condena. “Yo había defendido antes a una mujer acusada de aborto y había demorado tres años en lograr su sobreseimiento, pero ella jamás había estado encarcelada. Me marcó mucho que había ‘poco’ para hacer en términos procesales y mucho para hacer en términos de justicia, es decir, un solo recurso -de Casación- para cambiar una cruel realidad. La de Belén no había sido mi defensa y tampoco había sido mi estrategia, pero era mi responsabilidad, entonces estaba muy abrumada.” Soledad recuerda que la noche en que condenan a Belén, fue cuando tomó su caso: “Leer de corrido su causa y volver a leerla una y otra vez porque no podía creer que habiendo pruebas de un aborto espontáneo nadie se hubiera tomado el trabajo de defenderla”. Tampoco se olvida de lo que lloró esa noche por haber llegado tarde a su vida, por la injusticia de su historia y por la misoginia que inundó toda la investigación. “También recuerdo el desprecio de colegas para quienes la lucha por ciertas libertades nos inhabilita como abogadas y allí sus juicios de valor cuando nos dicen mentirosas, activistas o militantes, como una forma peyorativa de desconfiar de nuestra solvencia jurídica. Recuerdo la virulencia de un periodista del diario La Gaceta y de otro de La Nación, que inventaban detalles del caso en las redes y en sus diarios para desarticular la movilización social, y recuerdo también la virulencia de los jueces que dieron el nombre real de Belén a la prensa, como el último ejercicio de poder sobre ella. La asimetría de poder es algo que teorizamos mucho las feministas, vivirlo en carne propia es muy fuerte y sabernos con ventajas respecto de otras, es aún peor. Es muy fuerte saber que unos pocos con poder pueden hacer lo que quieran con nosotras.” Sin embargo, en el final del caso, que se enmarca en la absolución de Belén por parte de la Corte Suprema de Justicia de la provincia de Tucumán, sabemos que fue Soledad quien ayudó a cambiar algo de esa historia de subalternidad dentro del entramado judicial.
¿Qué otros casos influyeron en tu vida con esa profundidad?
-Como mencioné antes, el caso de “María Magdalena”, porque era mi primer caso de aborto, y yo me sentía que no era abogada penalista y el contexto acá era otro. También el caso de “Clarita”, una chica de 14 años que acusaron de homicidio por un aborto domiciliario en 2019, donde defendimos a su mamá y a su papá hasta junio de este año, que los absolvieron. Ese caso también fue tremendo, aun con otras construcciones feministas dentro de la institucionalidad judicial, no teníamos aliadas dentro de la fiscalía, y había una fiscal que era una especie de Torquemada por el ensañamiento que tenía, a punto tal que intentó adulterar documentación. Un caso muy triste, una familia completa atravesada por el horror y el estigma.
Sabemos que lo personal es político y eso hace que la esfera privada se cuele. En ese sentido, con un recorrido tan intenso, ¿cómo compatibilizás maternidad y profesión?
-Es interesante preguntarnos eso porque no hacerlo puede llevar a pensar que sólo quienes no tienen obligaciones familiares son capaces de alguna que otra acción política significativa o de cierta cualidad temeraria. Y esto muestra que somos como muches otres y confirma que lo personal es político. Lo compatibilizo como puedo. A mí me apasiona lo que hago y me cuesta dejar las cosas del trabajo en la oficina, así que supongo que me sufren y disfrutan así, con lo bueno y lo malo de la intensidad y el monotema. Con las desventajas de las sobremesas expropiadas a las cuestiones familiares. Creo que no es fácil ser mis hijes acá, pero tengo una excelente relación con los dos. Me divorcié del papá de Agus y Flor cuando eran muy chiquitos y la verdad que jamás me pesó la maternidad, al contrario, me divirtió ese rol en sus distintos momentos. Fui bastante exigente con el estudio, con las obligaciones y bastante malcriadora con otras cosas cotidianas. Creo que los eduqué con libertad y con sensibilidad, traté de que sean empáticos. Tuve también un compañero, Marcos, con quien me casé después y compartí esa crianza. No me define ser madre, pero reconozco que es una parte muy importante en mi vida y que me hace muy feliz. Me dan mucho orgullo los dos, cada uno en su distinta forma de ver la vida. Con Agustín comparto la elección del derecho como carrera, se recibió hace un par de meses y está viendo qué hace. Y con Flor comparto la lucha feminista.
¿Qué comparten de esa lucha?
-Ella estudia Letras y hace la comunicación de MxM, así que nos vemos en la oficina varios días y también debatimos cuestiones quizá más coyunturales sobre nuestra agenda, pero también más existenciales, que se relacionan con la formación y las lecturas políticas.
¿Qué momentos estuvieron cerca de la felicidad como abogada feminista?
-La noche antes de mi cumpleaños, cuando nos llegó off the record el dictamen del Ministerio Público Fiscal que anticipaba que Belén debía estar libre, y el día tórrido de diciembre en que el aborto fue legal. La felicidad feminista, sin dudas, fue ésa. Me acuerdo de que al día siguiente que saliera el dictamen fiscal de libertad para Belén, La Gaceta hizo nota de media página y recién ahí empezaron a sonar los teléfonos felicitándonos. Recién en ese momento nos creyeron. Es que la palabra judicial como “palabra de autoridad” parecía ser la única válida para desenmascarar una injusticia provocada por la estructura judicial, eso fue muy fuerte de sentir en acción: el poder del discurso de poder. Hasta ese momento éramos las fabuladoras de la provincia, las aborteras mentirosas y las defensoras de asesinas. Así se lo decían a mi hija de 16 años algunas de sus compañeras de colegio: “Tu mamá defiende asesinas”. Me acuerdo también de una noche antes de la marcha nacional del 12 de agosto, cuando salimos a hacer una pegatina de afiches en las calles junto con cinco compañeras de la Mesa para la Libertad de Belén; era de madrugada y se nos acercaron un par de policías mientras revolvíamos el engrudo, nos asustamos un poco, pero la sorpresa fue que conocían el caso, les parecía una enorme injusticia y nos desearon suerte. Esa noche fue de adrenalina, de risas y de esperanza.
¿Y de los otros momentos? Las desazones, los machirulismos, las torpezas a nivel de la Justicia, ¿cómo las vivís?
-Yo soy muy leche hervida, me enojan mucho las injusticias. Las machiruleadas de los machirulos, confieso, casi que no me afectan. Me cansa un poco comprobar a diario las resistencias encubiertas y solapadas para construir un mundo más amable, habitable y amoroso para todes, pero soy como dice mi hija una “proletaria voluntaria”, así que sé que por cansancio no nos ganarán. La Academia es machirula, las instituciones del derecho son machirulas, entonces, obviamente la administración de Justicia se parece mucho a todo lo que hay funcionando para llegar hasta la puerta de los Tribunales. Pero también hay mucho más feminismo en todas partes tirando para el mismo lado, aunque no exactamente desde el mismo lugar, y creo que eso potencia los esfuerzos y oxigena la lucha. Desazón es ver que obturamos debates al interior de los feminismos, que reproducimos los mismos esquemas que queremos modificar, que nos tientan las mismas lógicas de poder excluyentes, que subtitulamos a otres, que estamos a los codazos cuando en realidad cabemos todes, o que le esquivamos a discutir marcos teóricos creyendo que con las pancartas alcanza. En realidad, creo que me afectan más las desilusiones de nuestras propias miserias.
¿Cuáles por ejemplo?
-Ver compañeras censurando a otras compañeras y obstruyendo los debates, escuchar descalificaciones puritanas acerca de posicionamientos políticos ajenos o luchas feministas de otres, sentir que el micrófono solo circula si compartimos ciento por ciento algunas razones, la cultura de cancelación como herramienta de castigo y faja de clausura de conversaciones y el uso de la palabra “feminista” como una patente de corso, que pareciera ser el toque de actualidad indispensable. Me aburre cuando los feminismos adoptan el lugar de dogma, para eso están las religiones.
¿Te imaginás el mundo con una justicia feminista?
-Sueño con eso, pero… creo que falta rato para que el patriarcado judicial acabe. Mientras tanto, una feminista en la Corte le haría mucho bien al país.
¿Desde tu punto de vista, de qué debería ocuparse el feminismo en esta coyuntura, con los avances atroces de las derechas a nivel global?
-Es central la praxis feminista, porque las derechas se reciclan y reinventan permanentemente para volver sobre las sociedades y colonizar nuevamente sus culturas. Miremos a Estados Unidos y cómo dieron vuelta Roe vs. Wade, veamos cómo hay cada vez más gente llamándole “ideología” al enfoque de género y veamos, sobre todo, cómo los conservadurismos reaccionan feroces a los avances de la defensa de la tierra contra los capitales extranjeros y toman la vida de defensoras, cómo se recrudecen las violencias de género y cómo la hipervigilancia se muestra bajo discursos “securitistas” como neutral, siendo que atenta contra la autonomía de las mujeres. Veamos el abuso de “victimización”, casi como una ciudadanía feminista que nos impide la imaginación de enunciar con otro nombre que no sea violencia aquellas injusticias de ser otres. Nos quieren sin deseo, y creo que hay que teorizar el sí tanto como teorizamos el no. Veamos la racialización de nuestras sociedades criadas bajo la convicción de un crisol y no de una conquista, y el odio incipiente al extranjero como amenaza formateada cuidadosamente por los poderosos. Veamos las juventudes reaccionarias que ven en Milei la libertad. Los feminismos son actores estratégicos de los cambios sociales de las últimas décadas y algunos debates internos pugnan por dividirnos, como el giro biologicista inexplicable que proponen las TERFAS o el puritanismo que está detrás de ocluir la voz de las trabajadoras sexuales. Nos quieren dividides y sin alianzas estratégicas, el chiste es que no caigamos en la tentación de buscar vanguardias esclarecidas o abrazar esencialismos excluyentes dentro de nuestros espacios, creo yo.
¿Con qué cosas tenés que seguir lidiando en tu profesión y estás harta?
-Me harta la administración acrítica de Justicia que cree que porque corta, copia y pega leyes en una sentencia resuelve, pero lo hace al revés de lo que una perspectiva de género exige. Hay mucha gente desde dentro y fuera del Poder Judicial haciendo desastres en nombre nuestro y con algún “papelito” que certifica que recibió capacitación en género. Te doy un ejemplo: hace un par de semanas nos buscó una joven madre muy pobre de 18 años, a la que una jueza le había quitado su bebé para dejarlo al cuidado de su padre. Cuando dimos con su caso nos encontramos varios expedientes donde ella había denunciado, desde sus 16 años, por lo menos tres veces violencias previas, y todas esas denuncias hacia su pareja fueron archivadas sin siquiera citarla. Su pareja le llevaba diez años, ese contexto de desigualdad de poder fue ignorado. Y luego, la primera vez que el tipo la denuncia, sale una orden judicial en la que una Jueza interviene, lo escucha, le cree, le da la razón y le ordena a ella dos cosas: no acercarse a su ex pareja que cuidaría del niño e ir diariamente a ese mismo domicilio para darle la teta al bebé dos veces al día. ¿Qué es ese mamarracho jurídico? Y ojo que esa sentencia tenía una cita correcta de leyes y tratados, pero ningún tipo de justicia con enfoque de género. Y esa jueza ahora es candidata para la Cámara de Familia. También me harta, por lo mismo, que el racismo judicial se naturalice con firuletes progres y conservadores en contra de las personas judicializadas por cualquier motivo. Y, sobre todo, me harta la política pública de la selfie y los cartelitos en fechas de conmemoraciones feministas porque es como la fiesta de carnaval: termina, nos sacamos el disfraz y volvemos a ser iguales. O sea, me harta el hacer como si hiciéramos, pero sin hacer nada, creo que es más nocivo. Me harta la pereza judicial, son servidores públicos pero se autoperciben reyes y reinas.
¿Cuál es tu red que te sostiene y cómo está constituida esa urdimbre de lazos que se cruzan?
-A mí me sostienen
afectivamente mis compañeras de MxM. Marianita, Adri, Fer, Noe y Sofi que están
desde el inicio, Flor, Maga, Ivy, Ali, Jichu, Jose y Vale que están más cerca
diariamente; y el resto de redes que tienen que ver con un derecho feminista en
la base y en el horizonte. Esa es mi urdiembre feminista, mi aquelarre y mi
cuarto propio: mis compañeras a quienes quiero entrañablemente y con quienes
tengo el gusto de luchar, porque estamos convencidas de que mejoramos un poquito
el mundo.