Ahora te contaré la historia del héroe. Ya te conté, amiga, la historia del poeta, la poesía era su arma, iba al frente del pueblo. Fue en los muelles de Bahía, era una noche de mil estrellas ¿te acuerdas? Me diste tu mano derecha, yo te conté la historia del poeta Castro Alves. La gran luna en el cielo, el verde mar donde el reflujo de las estrellas se confundía con el brillo de los faroles de los saveiros. Llegaban sonidos de tambores de nuestra ciudad misteriosa, Iemanjá extendía su cabellera sobre el mar, también ella había venido a ver la luna llena en el cielo de Bahía. Y también se quedó, junto a la gente de mar, los estibadores, el ciego que era poeta, los obreros que descansaban de un día arduo, los jugadores semiprofesionales y el negro guitarrista, también Iemanjá se aquedó a tu lado escuchando la historia del poeta. Canté mi alabanza al poeta del pueblo y el pueblo me dio de beber y de comer. Los marineros trajeron los mariscos, los estibadores trajeron frutas y pan, cachacha los vagabundos. El negro punteó su guitarra, el ciego dijo su improvisación. Los jugadores semiprofesionales partieron las barajas grasientas y dejaron, como reconocimiento y bondad, que ganara una partida y aprendiera todas las marcas, incluso las más misteriosas, de sus naipes preparados.
Aquella noche llegaba música de los muelles, hablaba del mar, del supremo misterio del amor. Llegaba música de la ciudad, música negra de las macumbas, hablaba de hombres esclavos y de la suprema belleza de la libertad. Iemanjá salió de su encantada morada y vino a estar con nosotros, era la poesía súbitamente conquistada. Y tú me diste tu cuerpo en las arenas del muelle y en él descansé mi cabeza, cubrí las estrellas, la luna, a los hombres y a Iemanjá con el manto de tus cabellos, y reposé en ti, negra mía, en las arenas de los muelles de Bahía.
Canté mi alabanza al poeta del pueblo y el pueblo me dio comida para mi hambre, bebida para mi sed, negra para mis deseos. Y sobre todos nosotros brillaba en el cielo la estrella matutina que era el corazón del poeta Castro Alves junto a los hombres que se libertaban.
Tiempo después estábamos en el mar, tú me dijiste: “Había otra estrella en el corazón de los hombres y había un negro, gigantesco y risueño como los negros de tus novelas, que tenía una enorme P tatuada en el pecho. Salía una estrella de su corazón. Como en las historias que narras, pero solo que esta vez era verdad. ¿Por qué había tanta esperanza flotando sobre nosotros aquella noche en los muelles de Bahía?”.
Una estrella existía y no era la estrella matutina, brillando en lo alto de los cielos, no era una luz en la noche del pasado. Tú la sentiste, venía realmente del pecho de los hombres, de los obreros que descansaban, de los marineros que olían a mar y tenían los ojos quemados por el viento del mar, del soldado que amaba a una mulata en las arenas del trapiche, venía de la tierra, una luz de presente, una luz de esperanza, una luz de futuro. Tú la sentiste en la noche, flotando en el aire, venía del pueblo sentado en la arena.
Varias veces vimos esa estrella, amiga, en nuestros viajes de feria en feria por Brasil. Cierta vez –en una noche de lluvia y viento- íbamos por la calle pobre de una ciudad distante. Íbamos inclinados, tu cuerpo juntito al mío. De lo oscuro de una sala, a través de la madera de las ventanas, el rumor de las voces de los hombres en una plática amarga llegaba hasta nosotros. Y de pronto, en la sala, alguien dijo un nombre, y desapareció la amargura y la desesperación, quedó solamente la esperanza. También sobre nosotros, sobre la lluvia y el viento, brilló en la calle pobre una estrella. Hubo una alegría de primavera en la noche lluviosa de invierno. Otra vez vimos cómo se llevaban presos a los hombres. Sonreían, no eran ladrones ni asesinos, no explotaban a las mujeres ni vendían drogas. Los que se los llevaban eran ladrones, asesinos, explotaban a las mujeres y vendían drogas, y eran la policía. Los presos sonreían, las mujeres que los veían pasar lloraban, los hombres apretaban los puños. Alguien murmuró un nombre, el nombre de otro preso. Y la esperanza brilló en la sonrisa de los que iban presos, en las lágrimas de las mujeres, en los puños cerrados de los que se quedaban. Luz de una estrella que puso pálidos a los asesinos, ladrones, padrotes, cocainómanos que eran la policía.
En la noche de Brasil, amiga, vimos una estrella que brilla; ella anuncia los rayos y la tempestad del pueblo y anuncia también la mañana de bonanza y alegría. Estrella de la esperanza.
Te voy a contar, amiga, la historia de esa luz, de esa estrella, de esa esperanza. Muchas veces me preguntaste si era Pedro Ivo, si era Tiradentes, si era el negro Zumbi Dos Palmares, alguno de los héroes cantados por el poeta Castro Alves. En la noche de los muelles de Bahía, un negro sonreía, tenía una P tatuada en el pecho, sabía la verdad. “¿Será un milagro?”, me preguntaste. “Es un milagro”, te respondí.
Un milagro del pueblo, amiga. Nosotros que somos vagabundos de los caminos de Brasil, que los cruzamos en todas direcciones, en todos los vehículos, hemos visto diariamente nuevos milagros, sorprendentes milagros del pueblo. Aquellos que no creen en el pueblo son los que ya no creen en la poesía y en el heroísmo. Y el pueblo realiza cada día nuevos milagros de poesía, nuevos milagros de heroísmo.
Un día el pueblo negro de Brasil, esclavo y desdichado, hizo el milagro de poesía que fue el poeta Castro Alves. Un pueblo que no podía hablar y necesitaba de una voz que clamara. Hizo el milagro de las más bellas de las voces.
Y muchos años después, todo el pueblo del Brasil, esclavo y desdichado, el pueblo negro, el pueblo indio escondido en las profundidades de las selvas, el pueblo blanco, el pueblo mulato, que es el pueblo más lindo del mundo, pueblo atado de manos y pies, con sed, con hambre, sin libros y sin amor, hizo el milagro del heroísmo que es Luís Carlos Prestes, P en el pecho de los negros, en el corazón de los soldados de la Columna, luz en el corazón de los hombres, obreros, marinos, campesinos, sambistas, tenientes y capitanes, novelistas y sabios. Luz en el corazón de los hombres, de las mujeres también, estrella de la esperanza. Un pueblo esclavo que necesita a su Héroe, hizo el milagro del más grande los héroes.
EL PAGO DE UNA DEUDA
Así como sentí la necesidad de escribir una biografía de Castro Alves, de la misma manera me parece que era mi deber de escritor, ante el pueblo de Brasil, de escribir una biografía de Luís Carlos Prestes. Este paréntesis que hago en mi trabajo de novelista para escribir la biografía de un Héroe y la de un Poeta me parece sumamente honroso para mí. Ayer, con Brasil en efervescencia, el pueblo levantándose, luchando y construyendo la revolución, estaba muy bien que me preocupara solo por las figuras de novela que simbolizaban la lucha, el sufrimiento y la vida del pueblo. Hoy, cuando el nazismo sangriento y asesino amenaza la propia existencia de nuestra patria, me pareció que debía hablarle al pueblo sobre las figuras que produjo y que nunca fueron acalladas, las que construyeron la libertad.
Hablé primero del Poeta, aquel que hizo la Abolición y la República, que cantó las revoluciones que habrían de venir, genio y profeta de un pueblo. Quería presentarle al pueblo a su Poeta en su integridad. Y al mismo tiempo quería ver si, con el ejemplo de Castro Alves, era posible salvar algunos vestigios de dignidad y honor en la degradación por la que está pasando parte de la literatura brasileña, que día tras día se entrega a las fuerzas reaccionarias. Y quise que el pueblo supiera que existen artistas que nunca se entregaron, nunca se vendieron, que lucharon siempre, lejos de intereses mezquinos. Por eso hablé de Castro Alves, artista del pueblo, artista social, político comprometido, revolucionario. Y, justo por eso, genial. Al entregarlo al cariño del pueblo, quise también señalar su tradición literaria a los escritores nuevos que surgen en Brasil y que se encuentran, en estos tristes momentos, ante fuerzas intelectuales en descomposición, vencidas por el miedo y por el soborno, pregonando el regreso a las formas caducas y reaccionarias del “arte por el arte” alejando criminalmente a la literatura del pueblo.
Hablo ahora de Luís Carlos Prestes, le traigo al pueblo a su héroe, figura nacida del pueblo para estar al frente del pueblo. Un ejemplo para todo Brasil. Por grande que pueda ser la suciedad bajo la dictadura, la dignidad de Prestes, por sí sola, es suficiente para arrojar luz sobre ese lodazal, una luz de esperanza. Cuando el pueblo de Brasil ve a una generación de hombres claudicar, nada mejor que apuntar hacia Luís Carlos Prestes una vez más.
Por otra parte, esta biografía representa el pago de una deuda. Se ha hablado mucho de los motivos que dieron lugar a la literatura brasileña moderna, a la novelística y a la crítica. Incontables artículos y ensayos han sido escritos sobre este tema, y no conozco ninguno que vincule el nombre de Luís Carlos Prestes a ese movimiento. Sin embargo, nadie ha tenido al respecto tanta importancia, tanta influencia decisiva. La moderna literatura brasileña, aquella que produjo las grandes novelas sociales, los estudios de sociología, la rehabilitación del negro y los estudios históricos es resultado directo del ciclo de los movimientos, iniciado en 1922, que solo hallará su conclusión en el pleno desarrollo de la revolución democrático- burguesa: 1922, 1924, 1926, 1930 y 1935 trajeron al pueblo al centro del debate, lo involucraron en los problemas de Brasil, le dieron anhelos por una cultura de la que resultó el actual movimiento literario. Y como Luís Carlos Prestes fue y es la figura más sobresaliente de todos estos movimientos, jefe, conductor y general, su vínculo con la moderna literatura brasileña es indiscutible. Pero esta literatura no se enfocó en él, en su figura, en ningún momento. Se entiende que el “modernismo”, movimiento de una clase, de los oligarcas paulistas, no haya tomado en cuenta los sucesos de 1922 y 1924. Creo que solo la voz de un poeta se alzó para cantar a la Columna Prestes. Fue Raúl Bopp y sus poemas con esta temática, los cuales hasta el día de hoy se encuentran inéditos. Sólo un novelista describió la vida del Brasil de aquel entonces, ligándola a los acontecimientos revolucionarios, Pedro Mota Lima con Bruhaha. La victoria del movimiento armado de 1930 permitió que éste y otras luchas anteriores a él dieran sus frutos literarios. Toda la moderna literatura del Brasil se volcó a las realidades cotidianas, se dedicó al pueblo, al contrario del “modernismo”. Con el surgimiento de la Alianza Nacional Libertadora, toda esa literatura que comenzaba, encontró su apoyo en un movimiento de masas y pudo alcanzar su punto más alto. Todo esto, con Prestes. El fracaso del levantamiento de 1935, el encarcelamiento de líderes revolucionarios y de Prestes, vino a paralizar esa literatura. Aún produjo algunos libros, con la fuerza que le quedaba del movimiento de la Alianza. La implantación del Estado Novo, en 1937, trajo el soborno como arma política. La compra de una literatura. Los escritores más nobles se han callado, se les ha impedido hablar. Otros se vendieron. Otros más se han contenido, han bajado la voz en una última tentativa por decir algo. Cuando Prestes salga de prisión, liberado por el pueblo, y las masas brasileñas regresen a las calles, este movimiento literario volverá a la vida, renacerá seguramente con más fuerza y ya con una inmensa experiencia literaria, superadas sus fallas, vencidos sus errores.
Así, esta biografía vale también como el pago de una deuda de toda una generación de escritores a un líder del pueblo. Mucho le debemos a Luís Carlos Prestes, con este homenaje quiero pagarle una parte de esa deuda.
NOTA DE 1979
Escrito en 1942, durante la vigencia de la dictadura del Estado Novo, con el objetivo fundamental de servir a la causa de la amnistía a los presos (y exiliados) políticos, Vida de Luís Carlos Prestes, el Caballero de la Esperanza, circuló ampliamente en Brasil, incluso antes del lanzamiento de su primera edición en portugués, a través de la traducción al español, publicada ese mismo año. Cumplió, creo yo, el objetivo esperado, contribuyendo a popularizar e intensificar la campaña por la amnistía que en aquel entonces apenas se había iniciado.
La contingencia política, resultado del golpe de Estado de 1964, con el establecimiento de la dictadura militar, retiró a El Caballero de la Esperanza de las librerías brasileñas, a las cuales regresa ahora con el mismo objetivo que lo inspiró: servir a la causa de la amnistía a los presos (y exiliados) políticos, campaña que es de nuevo la bandera más urgente y generosa de nuestro pueblo.
Hace un tiempo, en una entrevista, un periodista me preguntó si estaría yo de acuerdo en reeditar El Caballero de la Esperanza, en caso de que se abriera esa perspectiva. Le respondí que seguro lo haría, tan pronto como fuera posible, pues me siento orgulloso de ser autor de este libro que es también un homenaje de estima y admiración por uno de los brasileños más notables, figura que rebasó todas las más diversas fronteras donde lo quisieron detener, para volverse una leyenda y un símbolo, en Brasil y en el exterior. Soy viejo amigo y admirador de Luís Carlos Prestes, cuya vida me parece un ejemplo de coherencia y dignidad, de dedicación al pueblo. No estar de acuerdo con Prestes, combatirlo, es un derecho que tienen todos sus adversarios políticos. Lo que nadie puede hacer, honradamente, es negar la enormidad de su presencia en más de medio siglo de vida nacional, su supremo amor por Brasil, la pasión que lo condujo en una extraordinaria trayectoria.
A un amigo que solo ahora pudo leer este libro le pareció ingenuo; el calificativo no me disgusta. La ingenuidad no representa un mal mayor; peligroso es el cinismo que se viene transformando en hábito en el pensamiento político del país. La condición ingenua de estas páginas escritas cuando Hitler amenazaba con dominar el mundo y la dictadura del Estado Novo parecía inamovible, nace de mi obstinada creencia en el futuro.