¿Qué fue lo más lindo que te ocurrió el año pasado? ¿Y lo más feo? ¿Qué imaginás para el entrante? El cambio de un dígito en el calendario sacude nuestras costumbres. Todo hay que hacerlo antes de fin de año. Encuentros amistosos, laborales, amatorios, cierre de cuentas, llamados, “análisis de consciencia”. Es como si en la atmósfera flotara y nos rondara un espectro del debe y haber existencial.
Noche vieja, mientras algunes se atragantan con doce uvas en el período de doce campanadas, otres esperan el bip bip bip de algún artilugio digital que marca el fin de año. Entrechoque de copas y de mentes todas (o casi) -con mayor o menor grado de consciencia- repasan inventarios. Cambio de año, contaduría de la memoria.
“Marcaré este día con una piedra blanca”, dice el poeta Horacio refiriéndose a la costumbre romana de poseer una especie de alcancía personal para depositar pequeñas piedras en ocasiones extraordinarias. ¿Una jornada nefasta?, piedra negra. ¿Una feliz?, blanca. El día que un amor esquivo se entregó a sus brazos Horacio depositó su piedra blanca y escribió un poema. En las fiestas de fin de año se rompían las urnas y se contabilizaban los guijarros. ¿Fue, o no, un buen año? Se trata de prácticas de cuidado de sí, ya que en función del balance vivencial se reafirman o reprograman los proyectos de vida para el año siguiente.
Ahora bien, ¿por qué el cambio de agenda revuelve emociones y motoriza esperanzas?, ¿por qué estrenar almanaque recrea perspectivas? El calendario es una creación cultural -si bien se basa en modulaciones cósmicas- y es curativo. Nos imaginamos que el año nuevo viene a limpiar las impurezas del viejo. Clasificamos el tiempo para extender un plano de inmanencia sobre el caos de la realidad e ilusionarnos que esta vez sí, vamos a alcanzar los objetivos. Y si los logros pasados fueron buenos, los vamos a mejorar. Y si fueron óptimos, los vamos a mantener. Y si fueron malos, los vamos a cambiar.
Calendario, reloj, tecnología de poder. Hoy esas mediciones las hacen los artefactos domésticos y las marcan cada una de las pantallas que fatigamos. Hubo épocas que se llevaban en la muñeca, hay quienes las siguen llevando, o en el bolsillo o en la cartera. Persisten en las torres de algunas iglesias y otros lugares públicos. Pero allá lejos y hace tiempo solo en selectos conventos o en refinados palacios había sabios que medían el tiempo. ¿Alguien predijo que un día lo manejarían los algoritmos o que calendarios y horarios se alojarían en diminutos móviles?
Los primeros vestigios de almanaques se remiten a ocho mil años antes de la era cristiana. Luego se extendió su uso a todas las actividades trans e inter subjetivas. Y, aunque hay diversos años-nuevos según las diferentes culturas, también hay consenso para utilizar el calendario internacional, el actual, el gregoriano, una joya numérica del siglo XVI.
Es curioso que un simple cambio en las calendas (del 31 de diciembre de 2022, al 1 de enero de 2023, por ejemplo) produzca tantas convulsiones. Reuniones parentales, regalos, arboles florando mercancías, quincallas variopintas, bebidas espumantes, luces multicolores, abundante y específica comida, peleas, rencores, buenas ondas, estreno de ropita, bailes, música, por ahí aburrimiento mortal y -surfeando entre corazones y estrellitas- ramas de pinos preñadas de piñas y angelitos de amor y paz. Esa utilería es testigo de escenas tiernas o resentimientos irritantes o desazones o nostalgias. No todo es color de rosa en estas fiestas, entonces, ¿por qué se festeja “por decreto” algo históricamente apolillado?
Entiendo que imaginar el tiempo como un continuo sin solución de continuidad angustia, aburre, vacía de esperanzas. Construir calendarios fue una manera de estriar, cartografiar, delimitar, “manejar” el tiempo. Ya no más indefinido, sino con principio y fin. La muerte del viejo renueva la esperanza del nuevo. Implacables los años. Como todo cambio implica criminalidad se mata simbólicamente, y ese volumen existencial vacío lo llena la esperanza. Oportunidades, aventuras, emprendimientos, amores, sexo loco, todo es posible en los límites conceptuales de la esperanza.
El pasaje de años se festeja desde tiempos inmemoriales con modalidades autóctonas o híbridas o colonizadas. Pero el modelo occidental y cristiano -familia reunida, arbolito, alegría obligatoria y toda la parafernalia impuesta durante siglos- está en crisis. Y, a pesar de los esfuerzos del mercado por impregnarnos del espíritu consumista, hay fracturas.
¿Por qué en los últimos tiempos más personas (o pequeños grupos familiares o amicales) prefieren estar lejos de sus domicilios y sus contactos para las fiestas de las postrimerías del año? ¿Por qué eligen compartir en intimidad o en soledad o con desconocides? Cada vez más gente quiere huir de los festejos de Navidad y/o Año Nuevo. No se consigue alojamiento en ningún punto turístico. Sobre el pesebre icónico avanzan nubarrones fiestafóbicos.
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Desnudo del poder simbólico el 1 de enero es solo un día más. Sin embargo, se le atribuye magia: algo va a cambiar (para bien) a partir de ese día. Estas festividades van más allá de la religión y de las mediciones científicas del tiempo. Renuevan. Tienen antecedentes en culturas arcaicas y clásicas, como las saturnales romanas o las celebraciones griegas de fecundidad. Pero ya no estamos allá, ni en la modernidad, ni en la posmodernidad. En nuestra época los poderes reales despolitizan o -lo que es peor- derechizan las prácticas sociales mientras el uso de smartphone posibilita el acceso a nuevos modos de interacción-subjetivación. Pero hay una constante que supervive a los cambios: el balance y la esperanza. Y como en el día de la fecha -6 de enero de 2023- todavía estamos bajo los influjos de los festejos (y a pesar de todo lo dicho) brindemos con palabras de Mario Benedetti. “No te rindas, aún estás a tiempo / de alcanzar y comenzar de nuevo. / Enterrar tus miedos. / Retomar el vuelo. / No te rindas que la vida es eso. / Porque existe el vino y el amor, es cierto. / Porque no hay herida que no cure el tiempo. / Corre los escombros y destapa el cielo. / Despliega las alas e intenta de nuevo, /celebra la vida y retoma el vuelo.”