Un cuerpo que lee. Esta sería la definición más contundente de Bocetos de natación (Blatt&Ríos). La lectura deviene en esa potencia que se experimenta con cada brazada, hecha de la exigencia que la autora descubrió en sus entrenamientos.
Las trescientas treinta y dos páginas de Bocetos de natación son perfectas. El estilo se sostiene de manera inusitada. La tensión que instala cada detalle no cede en ninguna línea. Leanne Shapton podría competir con ella misma y ganar la medalla de oro. Al momento de explicar el procedimiento de Bocetos de natación lo más acertado sería recurrir a Michel Foucault y su noción de episteme.
Cuando el autor francés decidió contar el origen de la prisión o la historia de la locura tomó un elemento (la cárcel, los manicomios) y desde allí abarcó toda la historia, la política, la economía, el surgimiento del estado moderno. Leanne Shapton recurre a su experiencia como nadadora profesional durante su infancia y adolescencia pero Bocetos de natación no es una crónica sobre esa época en la que entrenaba seis horas por día seis días a la semana. Tampoco es un biografía que toma como eje su relación con el nado y las piletas, aunque algo de todo esto surge como parte de una propuesta que la escritura de Shapton supera de una manera descomunal.
Lo que hace la autora canadiense es estructurar su libro a partir de la natación como si fuera una ruta o un idioma que le permite ingresar a todas partes, hablar de lo más inhóspito y lo más cercano. La natación es un método que puede aplicarse tanto a la descripción de un momento cotidiano como a la elaboración de un vínculo amoroso o al análisis de los cuerpos que observa. Entonces este libro, que cuenta con una traducción exacta y destacada de Laura Wittner, puede ser leído como una obra de pasaje a la adultez, cuando Shapton entiende que no va a dedicarse a la natación, que su profesión será la edición, la escritura y las artes plásticas pero integra este conocimiento, esta habilidad como parte de una recreación que deviene en filosofía, en un rastreo sociológico por la alimentación, las edades, la sensualidad, la confección de los trajes de baño, el odio hacia el nado en aguas abiertas, la clasificación de piletas de hoteles, balnearios y clubes como si fueran piezas de una colección borgeana que solo tienen sentido en relación con la imagen que ha quedado de ellas y que la autora devela en las acuarelas que acompañan las palabras del libro.
En Bocetos de natación la práctica deportiva es omnipresente, lo abarca todo y lo innovador del texto está en ese desplazamiento que la autora realiza cuando convierte ese ejercicio en el que logró cierta destreza en la matriz de un estilo. Un poco como si la natación dejara de ser cuerpo para ser alma, una marca distintiva que le permite ver el mundo desde ese punto de vista que solo es posible debajo del agua. Shapton se pregunta qué hacer con esa capacidad que posee y que ya no va a seguir desarrollando, entiende que tal vez le gusta dedicarse a algo para lo que no tiene ese instinto que alguna vez señaló en ella un entrenador, aunque confiesa que no logró ser una campeona olímpica, que nunca fue tan buena como las mejores.
Shapton también escribe sobre esa primera profesión a la que siempre vuelve y en este sentido Bocetos de natación pone en crisis la escritura del yo mientras se vale de algunos de sus componentes. Lo que queda de la narradora después de un pasaje extenuante por la alta competencia es un carácter, una lectura de la vida gracias a la apropiación de los códigos de la natación y es allí donde Shapton encuentra su voz. Escribe como si estuviera nadando sin parar en una pileta olímpica, como si el entrenamiento volviera a empezar y la alarma del reloj sonara otra vez a las cuatro y media de la mañana.