Y entonces dijeron gracias los cuerpos que probaron las telas y los colores a los que antes no se atrevían, le dijeron gracias a la diseñadora de moda antisistema, a la activista, a la rebelde, a la autodidacta, a la mujer que le dio estilo y forma a la cultura punk.
El gracias era y es para Vivienne Westwood, la realista extravagante intensamente moderna, la genial británica a quien le apasionaba transmutar corsés y kilts en rasgadas diagonales de creatividad. Vivienne fue su propia hada madrina, cuando el hechizo texturizado acarició su cuerpo y salió a la calle la moda ganó linaje nuevo, corazón y una dirección precisa: 430 de King's Road.
En ese lugar Vivienne y su compañero Malcolm McLare abrieron en la Londres de 1971 su primer negocio de ropa al que llamaron Let It Rock, después se llamó Too Fast to Live, Too Young to Die, fue SEX en 1974, ronda de látex y revolución de pezones, Seditionaries en 1976 y World's End en 1979. Un crucigrama activo, un manifiesto de palabras mutantes que describían el lugar creativo de su fama perpetua. Casi cuarenta años después de aquella inauguración un grupo siempre fiel de caminantes (en ese andar por ciudades ajenas que nos llevan al lugar al que queremos ir sin usar el mapa) honra la cuadra de algodones y sedalinas donde Vivienne envolvió con telas la energía punk e hizo estallar la fiesta.
En la calle del templo costurero ocurre y vuelve a ocurrir imperceptiblemente, - así como cae la noche en días nublados- la fiesta real que el pasado atesora y la fiesta imaginaria que sobrevive en el deseo, un desfile de modas, un baile de disfraces en el que se prestan guantes Mary Quant, Mme. Tussaud y los viejos truhanes con Sid Vicious a la cabeza. Con alegría constante Vivian Westwood fue la testigo hacedora de esas transiciones de verbo iniciadas en los conciertos y en los desfiles con los que la ilusión sueña.
La ropa de Westwood deliberadamente adelantada a su tiempo, le mostraba al mundo cómo se veía el punk mientras Sex Pistols le mostraba cómo se oía. Pocos años después, cuando empezaban los años ochenta, la ropa de Vivienne desfiló glamorosa en la semana de la moda de Londres celebrando una estética dandy que anunciaba la androginia de los nuevos románticos y la del Harry Styles de nuestros días.
Bienvenidas las perlas que Vivienne recuperó y que hacen juego con el gusto del día, con el ánimo de la transformación y con la elegancia del divertimento que no cree en las convenciones rancias. Sí, bienvenidas las perlas. El espectáculo del no aburrimiento recorre el índice de un libro imaginario escrito con el murmullo de las costuras narradoras durante cincuenta años de su vida de diseñadora, un repertorio de estilo siempre atento, siempre despierto. Vivienne es un emblema que les jóvenes sienten cerca y a quien le agradecen haber revolucionado el punk y construido con agujas y poliéster reciclado un statement, le agradecen las cabezas con pelos de colores, las botas y la belleza monstruosa.
Un emblema de beldad y anarquía que domina con gracia el chisme con galardones de Buckingham adonde fue dos veces para recibir honores reales sin usar bombacha por innegable comodidad estética y no para ofender a nadie. Mientras las anécdotas flotan en las aguas del pasado y en las del futuro, como su logotipo de Orb, dan ganas de volver a mirar como glorias de museo sus diseños, probárselos todos y usarlos para salir a la calle y para tirarse en la cama.
Vivir en modo -mundo- Vivienne de protesta infinita y bella. “Soy muy anárquica y perversa con lo que hago con la ropa, pero lo que busco es la sencillez. Lo mejor de mis prendas es la forma en la que te hacen sentir grandioso y fuerte, tiene que ver con la forma en que enfatizan tu cuerpo y te hacen consciente de él”, le dijo en 1983 Vivienne a la revista Harpers & Queen. Sin que la arrastraran los vértigos del despiadado mundo de la moda Vivienne -que fue maestra en una escuela primaria cuando se separó de su primer marido- supo crear y sostener una marca independiente que evitó quiebras y adquisiciones; una marca con mañas de sastrería clásica habitada por la historia, los adornos del desvelo, las rupturas de época y sus mensajes; una marca que siempre lució moda, política y arte sobre la pasarela ¿Cómo no recordar sus remeras pioneras sobre la protección de las selvas, el cambio climático y su emergencia? ¿O aquellas otras sobre el abuso de la propiedad sobre las tierras y el consumo desmedido: “compre menos”? ¿Cómo no pensar en sus corsés diciéndonos que la ropa interior puede ser también ropa exterior? ¿O en sus últimos textos en el sitio: No Man's Land cuando escribió sobre los girasoles de Van Gogh bañados en sopa: “Los jóvenes están desesperados y están haciendo algo”? Mirar su obra, seguir el hilván de sus huellas, es descifrar la estrategia que nos saca de encima la literalidad de la sombra, destacar el don de haber sido la primera: “Lo hiciste primero. Siempre. Estilo increíble con sustancia brillante y significativa.” (Marc Jacobs) y descubrir la generosidad implacable en sus formas en tela que aparecen cuando nos vestimos y podemos elegir con qué y cómo. Cubrirse para desnudar el néctar que nos libera de la desorientación.