Luz Gabás, autora de esta novela ganadora del Premio Planeta, es historiadora y esa profesión se nota con claridad en su libro, basado en una investigación impresionante sobre el período, rematada por la interesantísima bibliografía del final. En su “Nota de la autora”, Gabás define también su concepción del género “novela histórica”: aclara que los protagonistas y sus familias son fruto de la invención pero los “personajes secundarios están inspirados en personas que existieron”. Se trata de un esquema clásico del género, donde “lo histórico” es la ambientación sobre la cual se imprimen sucesos imaginarios. La “Nota” explicita también el modo narrativo cuando cita un proverbio amerindio que dice “Se necesitan mil voces para contar una sola historia”. Para manejar todas esas miradas, la autora elige un narrador en tercera persona omnisciente, muy decimonónico, capaz de entender y expresar a hombres y mujeres de todas las culturas. Desde ese lugar de poder, hace que esas vidas se crucen con nombres y hechos “históricos”, descriptos con claridad en los apéndices.

En resumen: la novela cuenta una historia absolutamente ficticia en un tiempo y un espacio históricos de enorme volatilidad: todo transcurre entre agosto de 1763 y fines del otoño de 1803 (las fechas se marcan en subtítulos muy frecuentes), en un territorio de Luisiana que se disputan las tribus originarias y los colonos de Francia, España, Inglaterra y, después de 1776, también los habitantes del nuevo país, Estados Unidos. Sobre ese mundo variadísimo, se construye el argumento ficcional, que, desde mi punto de vista es el mayor problema del libro: un relato de amor al viejo estilo romántico (otra vez, siglo xix), en el que existe un único amor “verdadero” y todas las otras relaciones humanas son pasos hacia esa meta u obstáculos que alejan de ella a los protagonistas. Lejos de Luisiana es, en ese sentido, un melodrama y, por lo tanto, se sostiene sobre el recurso de la scène à faire (escenas que deben hacerse, momentos que los lectores esperan y exigen, y que puntúan la acción en el género: el primer beso, la primera relación sexual, etc.). El viaje de más de setecientas páginas de los protagonistas (una descendiente de franceses, Suzette, y un amerindio de la tribu kaskaskia, Ishcate) es siempre hacia el reencuentro con el amor prohibido.

Como ya se dijo, ese relato se da en el remolino pluricultural del Caribe (sí, esa parte de los Estados Unidos también es Caribe, también depende del Golfo de México). Lo que pasa gira alrededor de tres temas principales: el machismo, el racismo y (mucho menos) el clasismo, tres formas de clasificar a la humanidad para imponer una jerarquía y dominar a los africanos traídos a América por el comercio de esclavos; a los amerindios a quienes se quiere eliminar, esclavizar o asimilar; a las mujeres, relegadas a obedecer a padres, hijos y maridos; y por supuesto, a las clases más bajas. En este caso, la narración se centra sobre todo en las cuestiones de género y de “raza”. El conflicto de clases está menos analizado y debatido aunque se vuelve más importante con el impacto de la Revolución Francesa en Europa y América, Revolución que aterroriza a las familias ricas de las colonias como la de Suzette. En cuanto a las mujeres, los sentimientos (¿protofeministas?) de la protagonista entran en contradicción con la idea misma del “amor romántico”, que está muy presente en el relato no solo en la concepción de la pareja principal sino también en las descripciones de las muertes de varios personajes (todas ellas, emocionantes y “nobles”); en el habla “poética” de Ishcate, muy cercana al estereotipo del amerindio, e incluso en el respeto a la monarquía y la nostalgia por el “ancien régime”.

En las cartas “poéticas” de Ishcate (que aprende a escribir en francés), aparece la metáfora principal que da estructura a la novela: la comparación de la vida humana y la persona amada con un “río”, en este caso, el Misisipi, cuyo mapa encabeza la novela. El río da nombre a las cuatro partes del libro: Curso Alto, Curso Medio, Curso Bajo y Mar. Aquí, el mar es la muerte, el final, por supuesto, pero también es la meta, la felicidad, la vuelta al hogar. Y, al mismo tiempo, se trata claramente del Atlántico de esa época (que une a América y Europa en varios viajes de ida y vuelta, y que, aunque se habla poco de eso, es también el Atlántico Negro de los barcos esclavistas). Por otra parte, el libro busca una circularidad geográfica: después de recorrer mundo, los protagonistas vuelven no solo al “amor verdadero” sino también al lugar de origen.

Como en La cabaña del Tío Tom (otra novela decimonónica que habría que tener en cuenta al analizar Lejos de Luisiana), las discusiones políticas son permanentes y se dan solo en los diálogos entre personajes. Excepto en el argumento mismo, la voz narradora no tiene opinión, es aparentemente “invisible”, como en las novelas del siglo xix. El debate está en las charlas, donde se habla, por ejemplo, de la oposición esclavismo/abolicionismo o independencia de las colonias/europeísmo pero, como corresponde al siglo xviii, esas conversaciones abordan poco y mal los problemas que muchos años después analizaría el feminismo. Solo al final (gran acierto de la secuencia histórica), se nombra uno de los primeros documentos occidentales al respecto, que llega a manos de la protagonista: Derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouge.

La novela de Gabás es un relato de amor cruzado con la Historia de un tiempo y un lugar sacudidos por revoluciones, triunfantes y fracasadas, como la de los esclavos cimarrones. Los personajes principales del libro no las apoyan; al contrario, tienen miedo de las gestas independentistas en América y terror de la Revolución Francesa y la Revolución de Haití, esencial para entender la esclavitud en el Sur de los Estados Unidos. La autora no analiza mucho esa última, lo cual es lógico, ya que sucedió muy al final del período elegido. En general, Lejos de Luisiana muestra con claridad el enorme manejo que tiene Gabás de ese tiempo histórico, y del ritmo de la narración: el libro es verdaderamente entretenido siempre que al lector o lectora no le haga ruido el uso constante de los recursos del Romanticismo europeo para contar América. Y es que, más allá de las diferencias ideológicas que se puedan tener con la autora, el problema es que cuenta de una forma más cercana a la literatura del siglo xviii que a la de nuestros días.