La escena muestra a los jugadores y el técnico y su equipo llorando. Solamente hay uno que no llora: ese es Messi. Messi ríe. Como un niño, e invita a los otros a que rían y jueguen como niños. Y lo hacen: en la cancha, en el momento de entrega de la Copa del Mundo y en el vestuario. Lloran, juegan y ríen como niños. Estos jugadores profesionales que ganan millones, que parecen siempre alejados de la realidad común, juegan, lloran y ríen como niños. “No los vamos a dejar tirados”, dijo Messi luego del partido perdido con Arabia Saudita. Esa frase lo mostró a él y al equipo como los representantes de todo el colectivo social argentino. Un colectivo cuya mayoría ha sido dejada tirada por tanta promesa política enmarcada en el “No los voy a defraudar”. En el cual el “no” adquiría toda la significación de un engaño. Había que tacharlo. Ese “no los vamos a dejar tirados”, fue continuado en el gesto de compartir la alegría y el trofeo en una verdadera fiesta popular, cuasi carnavalesca. Esa promesa cumplida mucho tiene que ver con la repercusión popular, con esa alegría que pareció la del festejo de un gol interminable, que estaba sucediendo una y otra vez.

Un héroe feliz

Messi se ha presentado a todas luces como un héroe feliz, ha cumplido la hazaña, venció y regresa con gloria. No se trata de lo más común en Argentina: hay una larga serie de héroes trágicos atravesando la historia de este país, muriendo en el fulgor o “pobres y olvidados”. No, este héroe se presenta rodeado de su familia y amistades, comparte en las redes sociales su vida, sus gestos cotidianos. No le interesa pelear con el poder, su pasión está en el juego. Y en todo el despliegue de lo impensado que realiza desde siempre en la cancha. Como mostró en la creación genial de esa jugada frente a Gvardiol en el partido con Croacia que culminara en el tercer gol argentino. Ese sólo acto demuestra a la dinámica de lo impensado (Panzeri) como lo que está en el corazón del fútbol. Ese accionar que se detendría si el jugador y el equipo se pusieran a pensar.

Lo impensado

Ningún jugador piensa en los movimientos que está haciendo: es cuerpo e interiorización de movimientos ensayados y practicados una y mil veces... y al mismo tiempo es más que eso, es eso que se llama repentización. Un impensado atravesado también por el azar. El fútbol muestra la presencia de la indeterminación en acción en buena medida. Por eso se realizan tantos intentos de encerrarlo en fórmulas, pizarrones, videos estudiados mil veces, estrategias programadas, etc. Intentos de dominar lo indeterminado que pueden ser eficaces en proporción variable, pero nunca de modo pleno. Por suerte. La planificación sola sería la muerte del fútbol. Lo impensado es la poesía. Volvemos a Messi y al pobre Gvardiol, que jamás olvidará lo que se desarrolló frente a él, ese baile engañoso e imposible al final del cual saldrá de la escena incrédulo, vencido y humillado.

El fútbol no tiene medida

La creación no tiene medida. En este punto el fútbol imita a la realidad, le caben las mismas leyes. No hay programa que permita cambiar la realidad, así como no hay pizarrón, estrategia, tecnología que permitan formatear un partido, garantizar un resultado. La estrategia le da un marco a la dinámica de lo impensado, un marco que puede estallar en cualquier momento. Porque están el árbitro, los palos del arco, un resbalón, una pifiada, una jugada imposible, una genialidad, una expulsión... La realidad, la historia y el fútbol contienen a lo que no tiene medida. Lo impensado, lo que altera lo programado, lo que no puede ser dominado por ninguna fórmula o algoritmo. Ahí están Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi como los máximos ejemplos de los que hacen lo imposible, lo impensado en su máxima expresión. Que, en realidad y de modo variable, está presente en cada cancha, en cada potrero. Hace al núcleo del juego, a su razón de ser. Porque implica sorprender, engañar, desorientar al rival y al mismo tiempo seducir al público y hacerlo partícipe del juego. El fútbol sin público es inimaginable.

En esto impensado está también eso que George Mead llamó el Otro generalizado, el saber cada jugador, sin mirar, dónde están sus compañeros de equipo. Mead era sociólogo y también jugador de fútbol. Pichon-Rivière hablaba de la mutua representación interna presente en un grupo que sea eso, un grupo.

Dioses

La falta de medida se vio con claridad en la felicidad que explotó en la cancha y en las calles de Argentina. Esa explosión no tuvo medida. Tampoco la tienen los dioses, aunque los hay diversos.

Maradona es Dios, el símbolo de la eternidad lo acompaña desde el día de su muerte. Héroe trágico si los hay, le cortaron las piernas en 1994, tal vez como consecuencia de haber desafiado el poder en 1990, en el Mundial de Italia. Pelé ha sido un héroe más terrenal: Rey lo han llamado. Pero resulta que todo rey es una excepción, no hay nadie por encima de él. ¿Y Messi? Messi es un dios del Olimpo, rodeado de otras deidades que dependen de él, un dios que en la mitología griega está presente en la vida cotidiana de los mortales. Si Maradona es un dios monoteísta, Messi lo es del politeísmo.

Yago Franco es psicoanalista y escritor