El 5 de enero de 1895, en una mañana invernal, el Ejército francés llevó adelante una ceremonia de degradación. El capitán Alfred Dreyfus ingresó al patio de la Escuela Militar, en París, donde había centenares de oficiales formados. Se cuadró ante un superior que le sacó las charreteras y entregó su sable, que el otro procedió a romper. Dreyfus se retiró y rompió el protocolo de la ceremonia exclamando que era inocente. Semanas más tarde partió en barco rumbo a la Isla del Diablo para cumplir su condena a cadena perpetua por traición a la patria. Parecía que era el acto final del escándalo de espionaje que había sacudido a la sociedad francesa. El drama recién comenzaba.
La carta incriminatoria
Alfred Dreyfus había nacido en 1859 en la región de Alsacia. Hizo carrera en el Ejército y, al momento en que estalló el affaire que llevó su nombre, era capitán en la rama de artillería. Su ascenso en el escalafón se dio por méritos propios, pese a ser mirado de soslayo por la cuestión que sería central en el escándalo: era judío.
Para 1894, cuando comenzó el episodio que dividiría a los franceses por más de una década, Europa estaba inmersa en el fino equilibrio que volaría por los aires con la Primera Guerra Mundial. Francia había dejado de ser el centro de la política europea con su derrota en la guerra franco-prusiana. Ese lugar lo ostentaba una nueva potencia: la Alemania del Kaiser y de Bismarck, con la que había una tenue paz desde la aplastante victoria prusiana de 1871.
La Inteligencia militar francesa informó en septiembre de 1894 que, a través de una mucama que trabajaba en la embajada alemana, había conseguido una carta enviada al agregado militar Max von Schwarzkoppen, en la que se informaba sobre documentos confidenciales. El ministerio de Guerra ordenó una investigación para hallar al espía que estaba en tratos con los germanos.
Los investigadores del espionaje militar centraron la pesquisa en oficiales del Estado Mayor. En lo que fue una muestra flagrante de antisemitismo, se apuntó a Dreyfus, que además era alsaciano, un dato no menor, porque esa región había sido anexada por Alemania tras la victoria de 1871. Las autoridades consiguieron muestras de la caligrafía de Dreyfus y las compararon con la de la carta al agregado naval.
El peritaje lo realizó el comandante Armand du Paty de Clam, a cargo de la investigación. Era grafólogo aficionado y un antisemita indisimulado. Concluyó que la letra de Dreyfus se correspondía con la de la carta, pero expertos más avezados plantearon dudas. Entonces, Du Paty de Clam convocó a Alphonse Bertillon, pionero de la antropometría, que no era experto en grafología. Sin embargo, este planteó una teoría osada: que Dreyfus era el autor de la carta y que había falseado su caligrafía de manera deliberada. Fue lo que se conoció como “teoría del disfraz de la propia escritura”.
Arresto y condena
Dreyfus fue convocado a una prueba de su letra. No había otros elementos probatorios en su contra y la prueba no era concluyente contra el capitán. El comandante lo instó a suicidarse: Dreyfus se negó y entonces se ordenó su arresto. Fue llevado a una prisión militar y no le pudieron arrancar una confesión. El 29 de octubre se conocieron los pormenores del caso en las páginas de La Libre Parole, un periódico antisemita.
El escándalo fue creciendo hasta que comenzó el Consejo de Guerra, el 19 de diciembre de 1894. El juicio fue a puerta cerrada, y se justificó esto en el hecho de que el caso trataba de espionaje y que ventilar los detalles podía llevar a una guerra con Alemania. El testigo estrella de la fiscalía fue Bertillon, quien insistió en que Dreyfus era el autor de la carta y había camuflado su escritura. A esto se sumó el testimonio del oficial Hubert-Joseph Henry, quien sostuvo que había indicios de la existencia de un espía desde hacía casi un año, y que alguien cuyo nombre no podía revelar había inculpado a Dreyfus. El capitán exigió ahí mismo que se diera a conocer ese nombre. Su vehemencia conmovió a los jueces.
Pero su suerte estaba echada. El 22 de diciembre, los siete magistrados del tribunal lo condenaron por unanimidad a ser degradado y a cumplir prisión perpetua por alta traición. La pena se cumpliría en "una cárcel fortificada". Evitó la pena de muerte, abolida en 1848.
En el fallo incidió un hecho absolutamente irregular. Mientras deliberaban, los jueces militares recibieron nuevas pruebas contra Dreyfus, aportadas por el ministro de Guerra, general Auguste Mercier. Este justificó que no se mostraran durante las audiencias por cuestiones de seguridad nacional. Y eso que era un juicio a puerta cerrada.
El material aportado era una carta de Von Schwarzkoppen dirigida al agregado militar de Italia, interceptada por el espionaje galo, en la que no se mencionaba a Dreyfus, pero sí se aludía a alguien con la inicial de su apellido. La expresión más famosa de la misiva refería al “canalla de D.”.
El 14 de abril de 1895, tres meses después de la ceremonoa de degradación, Dreyfus llegó a la isla del Diablo, ubicada a poco más de once kilómetros de la Guayana francesa. Era el único presidiario en un islote de un kilómetro y medio cuadrado. Se instaló en una casilla de piedra de cuatro metros cuadrados. Sufrió la censura de su correspondencia, tanto las cartas que enviaba como las que recibía y con el correr de los meses su salud se vio afectada por los embates de la fiebre en el clima tropical.
En busca del verdadero culpable
Mientras, la familia de Dreyfus luchaba por su inocencia. Mathieu Dreyfus, el hermano mayor, y la esposa del capitán, Lucie, iniciaron una campaña que sumó a su causa a la izquierda antimilitarista. En busca del verdadero culpable, una hipótesis surgió del flamante jefe del Departamento de Estadísticas, Georges Picquart. Este había sido superior de Dreyfus y mostrado sus resquemores porque un judío llegara a capitán. Así y todo, no solamente no estaba implicado en el complot, sino que fue quien desató el nudo gordiano del caso y llegó a la verdad. Lo hizo al igual que Mathieu Dreyfus. Por medios distintos, y con casi dos años de diferencia, ambos dieron con el verdadero autor de la carta, el espía por cuyo delito había sido condenado un inocente.
En los meses posteriores a la condena de Dreyfus, una meningitis fulminó al coronel Jean Sandherr, responsable de la sección de Estadísticas, como se conocía al área de contraespionaje del Ministerio de Guerra. En su lugar fue nombrado Picquart. En marzo de 1896, Picquart accedió a un documento recién requisado de la embajada alemana. Se trataba de un telegrama escrito por el agregado Von Schwartzkoppen y que fue interceptado antes de ser enviado. Su destinatario era un oficial francés, Ferdinand Walsin Esterhazy. Otra carta probaba el vínculo entre ambos hombres.
Lo que a Picquart (que había seguido el proceso a Dreufys) le llamó la atención y desmoronó sus creencias sobre la culpabilidad del capitán encarcelado fue la comparación entre la letra de Esterházy y la de la carta atribuida a Dreyfus: eran idénticas. Se convenció de la inocencia del capitán alsaciano.
Por su cuenta, y sin avisar a sus superiores, Picquart comenzó a investigar a Esterházy, que revistaba en el servicio de contraespionaje y comprobó que el oficial tenía acceso a la embajada alemana. Arrastraba un historial de deudas y el dinero era un motivo para vender documentos a otra potencia. A su vez, había compartido oficina con Henry, otro de los acusadores de Dreyfus en el juicio.
Cuando Picquart terminó de recabar datos, informó a la superioridad, que alegó el principio de cosa juzgada. Los militares no estaban dispuestos a admitir que se había condenado a un inocente y comenzó una campaña para remover a Picquart, al que enviaron a Túnez.
Al mismo tiempo, Henry falsificó una carta atribuida al agregado militar de Italia, Alessandro Panizzardi, y remitida a Von Schwarzkoppen. En ella, el oficial del Servicio de Estadística usurpaba la voz del italiano para, dirigiéndose al agregado militar alemán, decirle que Roma nunca admitiría que había habido tratos con Dreyfus. Era una manera burda de aportar una falsa prueba contra Dreyfus y mostrarlo en tratos con Italia, además de con Alemania.
Esa carta fue entregada al ministro de Guerra y se despejaron dudas. Así se reforzó la idea de culpabilidad de Dreyfus y se aisló a Picquart, que regresó a Francia acusado por Henry de malversar fondos. De vuelta en París, Picquart logró contactar al vicepresidente del Senado, Auguste Scheurer-Kestner, alsaciano como Dreyfus. Este se escandalizó y comentó el caso en círculos políticos. El Ejército no tuvo dudas de dónde provenía la filtración y le abrió un sumario a Picquart.
A fines de 1897, Mathieu Dreyfus accedió a una muestra de la caligrafía de Esterházy, que se publicó en Le Figaro. Días más tarde, el hermano del capitán se reunió con Scheurer-Kestner y denunció a Esterházy ante el Ministerio de Guerra, que tuvo que abrir un expediente. Esterházy envió una carta de protesta al presidente de Francia, Félix Fauré. Pronto, otra carta dirigida al mandatario iba a derivar en un terremoto político.
"Yo acuso"
Auguste Scheurer-Kestner había conocido los pormenores del caso a través de Picquart y luego habló con el hermano de Dreyfus. Comentó sus impresiones con un escritor que creía en la inocencia del capitán. Émile Zola era el autor más famoso de Francia. Exponente del naturalismo, novelas como Nana y Germinal le habían dado prestigio. Comenzó a publicar notas a favor de Dreyfus en Le Figaro, pero el director cortó la serie ante la amenaza de perder lectores.
Aun así, el diario conservador publicó cartas de Esterházy de una década antes, en las que manifestaba odio a Francia. La fuente era una antigua maestra del oficial. Desde la prensa militarista se azuzó el antisemitismo como respuesta. Intelectuales y políticos como Anatole France, Georges Clemenceau, León Blum y Jean Jaurès se sumaron en apoyo de Dreyfus.
Ante esa situación, Esterházy se sometió a una patraña de Consejo de Guerra, que no solamente lo absolvió de manera expeditiva, sino que además dejó prácticamente solo a Picquart, que fue detenido bajo la acusación de haber violado el secreto militar.
Fue en ese punto cuando L´Aurore, un diario que apoyaba la causa de Dreyfus, publicó en la portada de su edición del 13 de enero de 1898 un texto que sería histórico. “Yo acuso”, se titulaba la carta abierta de Zola al presidente Fauré. Contaba los detalles del caso, la falsa culpabilidad de Dreyfus y las sospechas fundadas contra Esterházy. Cerraba con su acusación, en forma de letanía, contra Du Paty du Clam y otros altos oficiales, de haber pergeñado la falsa acusación. También cargó contra Bertillon por haber validado la carta atribuida a Dreyfus y cuestionó el accionar de la justicia militar. Y desafiaba con que estaba dispuesto a enfrentar una causa por difamación.
Fue lo que sucedió, y de hecho era lo que buscaba Zola. El ministro de Guerra, Paul Billiot, lo denunció. El juicio derivó en una pena de un año de cárcel y 3 mil francos de multa para el escritor, que se fue a Inglaterra. Pero la sentencia en su contra fue una victoria moral que puso en primer plano las irregularidades del caso, cuyas resonancias cruzaron las fronteras de Francia.
Semanas más tarde, el nuevo ministro de Guerra, Godefroy Cavaignac, quedó en ridículo al descubrir la verdad sobre la carta falsificada por Henry, que había blandido como prueba irrefutable en una interpelación parlamentaria. El ministro interrogó en persona al oficial, que admitió haber fraguado el texto. Se lo llevaron arrestado y al día siguiente se suicidó en prisión con una navaja de afeitar. La extrema derecha, con un joven Charles Maurras a la cabeza, lo despidió como a un héroe.
El Consejo de Rennes
Los conspiradores contra Dreyfus estaban en posición de debilidad. En febrero de 1899 murió el presidente Fauré. Durante sus exequias, grupos militaristas que creían en la culpabilidad de Dreyfus fracasaron en un intento de golpe de Estado. Casi al mismo tiempo, Mathieu Dreyfus consiguió que el Tribunal de Casación estudiara el caso. Los jueces dieron por seguro que Esterházy era el autor de la carta que había incriminado a Dreyfus y que no había elementos de prueba contra el capitán. En junio de 1899, la justicia civil anuló el juicio militar que había condenado a Dreyfus en 1894. Picquart fue liberado y Zola regresó de su exilio en Inglaterra.
En agosto, Dreyfus, hecho un despojo humano, se presentó ante el Consejo de Guerra que se formó en Rennes. Había pasado cuatro años y medio en la Isla del Diablo, en condiciones penosas. La ciudad elegida para el nuevo proceso declaró el estado de sitio, por los incidentes que se suscitaron. En ese marco, Esterházy admitió ser el autor de la carta y huyó a Londres. Sin embargo, el tribunal no tomó esa confesión como prueba.
Una semana después de iniciadas las audiencias, el abogado de Dreyfus, Fernand Labori, sufrió un intento de asesinato. Iba por la calle hacia el tribunal cuando recibió un disparo por la espalda. El atacante nunca fue atrapado y Labori no pudo interrogar a los testigos, pese a que se recuperó de sus heridas en pocos días.
El 9 de septiembre de 1899, el capitán fue hallado culpable de traición, pero esta vez con "atenuantes", por lo cual la pena pasó a ser de diez años de cárcel. Un solo voto decidió su culpabilidad entre los miembros del Consejo, tal era la división. Al día siguiente, la defensa apeló y entró a jugar la política: desde el gobierno francés se ofreció el indulto.
Picquart y muchos adherentes a la causa de Dreyfus estaban en contra de esa iniciativa, ya que se daba por probada la culpabilidad en un delito del cual el oficial era inocente. Pero el capitán quería terminar con el drama que lo había llevado a la infernal Isla del Diablo y desistió de querer limpiar su nombre a través de los canales que lo habían condenado injustamente. El 19 de septiembre de 1899 volvió a ser un hombre libre, y quedaron impunes Esterházy y los oficiales que acusaron falsamante al capitán. En esos días, Geroges Méliès, pionero del cine, filmó una película sobre el caso, que llega hasta el juicio en Rennes.
Tema del héroe y el traidor
A partir de allí comenzó la lucha por su honor. El 29 de septiembre de 1902, en un accidente doméstico, murió Émile Zola. El escritor perdió la vida al asfixiarse con el humo de la chimenea. Entre 1902 y 1905 se sucedieron una serie de fallos que, a nivel judicial, rehabilitaban a Dreyfus. En 1906 llegó la anulación del proceso de Rennes.
Ese año, Dreyfus pudo reintegraese al Ejército, con el rango de Jefe de Escuadrón. No se le consideraron los casi cinco años en prisión y le quedó claro que no podría ascender hacia el generalto. Para entonces, el ministro de Guerra era Picquart. A mediados de 1907, Dreyfus se retiró. Nunca le hizo un juicio al Estado francés por lo que había pasado.
Al año siguiente, mientras las cenizas de Zola eran llevadas al Panteón, Dreyfus fue atacado a balazos por un extremista de derecha y resultó herido en un brazo. Pese a su retiro, participó de la Primera Guerra como oficial de reserva. Picquart había muerto semanas antes del comienzo de la Gran Guerra, al caer de su caballo. En 1923 murió Esterházy: desde su huida a Inglaterra nunca regresó a Francia, y en sus últimos años se dedicó a fogonear el antisemitismo.
Alfred Dreyfus murió el 12 de julio de 1935 en París, a los 74 años, 40 años después de su condena y degradación. Su mujer, Lucie, pasó la ocupación nazi escondida en un convento, y un hijo pudo huir a Estados Unidos. Una sobrina fue deportada a Auschwitz, donde la asesinaron.